Probablemente quería vivir, pero no siendo humano ni tampoco en este mundo asqueroso; mucho menos sabiendo que lo que hago no tiene ningún maldito sentido. En conclusión, tendría que volver a autoengañarme con las cosas más irrelevantes de esta realidad; y eso es algo que, aunque trate con todo mi ser, ya no me es posible llevar a cabo. Pienso entonces que únicamente la soga me ayudará a purificar toda esta ignominia absurda, esta pantomima en la que pretendo sonreír cuando bien sé que, por dentro, he muerto al menos un millón de veces.
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Quizás hasta sea natural que las personas sean miserables y patéticas, quizás incluso sea esa la verdad que la estupidez y terquedad humana se empeñan en no discernir. No resulta improbable, por lo tanto, que una extinción masiva acontezca sin ningún preámbulo y sin importar lo que podamos sentir o experimentar durante tal acontecimiento. Posiblemente, alguna especie de entidad superior no nos aniquila porque le servimos como infinito entretenimiento o porque se alimenta de nuestro infernal sufrimiento. Fuera de eso y de existir un dios, no se me ocurre por qué descabellado motivo toleraría nuestra recalcitrante y cotidiana intrascendencia.
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Por más que me esfuerce, me resulta imposible soportar la banalidad de los humanos, pues siempre superan los límites más insospechados de lo absurdo. Pareciera que la raza humana ha sido diseñada para lo más irrelevante, para ahogarse en cloacas de miseria sibilina y aciago materialismo. Según me parece, no existe esperanza alguna. ¡Que nos trague la tierra y que nos deposite en el abismo donde ningún pretexto nos servirá de excusa otra vez! ¡Que los volcanes exploten y que su hermosa erupción calcifique nuestros corazones contaminados de sordidez y mentiras! ¡Que los tornados nos atrapen y que en su centro se desintegren todas y cada una de las insulsas creencias que han guiado hasta ahora nuestros onerosos pasos! Y que el tiempo mismo se suicide, antes de que las tinieblas terminen de oscurecerlo todo y de que nuestra execrable esencia termine de arruinar lo poco valioso que resta; si es que aún resta algo…
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Pelear y fornicar… He ahí los dos superficiales impulsos sin los cuáles el ser no podría vivir y que le son todavía más necesarios que comer, respirar y defecar. Quien sea que haya diseñado al mono parlante ha cometido una de las peores equivocaciones en la historia del universo; aunque a nosotros nos parezca siempre que somos lo más perfecto. ¿Cómo podríamos serlo cuando ni siquiera sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos? Naturalmente, nuestras mentes están solo diseñadas para comprender muy pocas cosas y casi siempre cosas de lo más inútil. Resulta hasta irónico pensar en la arrogancia con la que hemos existido hasta ahora, pero ¡qué se le va a hacer! La vida misma es una paradoja de maléfica sonrisa cuyos atributos permanecen ocultos a nuestra risible forma de pensar y actuar; todo lo que podemos hacer es especular hasta que el apocalipsis desfragmente nuestras débiles almas.
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Era una inutilidad de la peor calaña, un sacrilegio inconcebible, una podredumbre sempiterna, una mentira suprema… Sin embargo, era real, al menos en este plano anómalo, que la humanidad existía y había contaminado este mundo con su pestilente e insulso vagabundeo. La cárcel interna no era suficiente, había que tolerar también las falacias de la pseudorealidad cuya comprensión no estaba a nuestro alcance; pero que aturdía la mente y el alma en todo momento. Y todo lo que podíamos hacer entonces era simplemente resignarnos a vivir un día tras otro, siempre con la constante incertidumbre del final y con el avasallante deseo de alcanzar algo que, quizá, ni siquiera existía en este cúmulo de atroz e infinita ignorancia.
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No entiendo para qué existir de este manera, para qué aferrarse a esta decadencia imperante, a esta putrefacción inmanente, a esta carencia de sentido y espíritu… Realmente, no entiendo el porqué de este mundo humano donde despertar es solo un vil martirio, donde respirar simboliza una agonía impertérrita y donde cerrar los ojos pareciera, de hecho, la única cosa agradable por llevar a cabo. Mas alucino, pues quizá mi fatal sufrimiento recién comienza y la muerte se solaza con cada uno de mis lúgubres lamentos.
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La Execrable Esencia Humana