La imaginaria felicidad que los seres que me trajeron a este miserable mundo experimentaron con mi nacimiento no fue sino el comienzo de la tragedia que marcaría mi patética existencia, misma que ahora me propongo finalizar con este sublime acto: el suicidio. Mi alma, ¡ay!, al fin será libre… Al menos libre de las ataduras a este plano terrenal e ignominioso, a esta cloaca de aberrante insensatez en la cual me he visto obligado a permanecer en contra de mi voluntad por tanto tiempo y sin ningún sentido… O puede que sí, quién sabe; ¿cómo podría yo averiguarlo? Lo que sí creo es que todo lo que está fuera de mí carece de propósito y no me interesa en lo absoluto, aunque sí que me perturba sobremanera. Y esa es la principal causa de mi miseria e inmanente sufrimiento, esa es la atroz agonía que se amontona sobre mi espíritu y oscurece mi interior con la fuerza de mil anocheceres. Si tan solo este mundo fuese un poco menos absurdo, si tan solo los execrables seres que lo habitan no fueran tan idiotas e ignorantes… Entonces mi camino podría ser más soportable y no tendría que añorar con tal vehemencia la muerte; no tendría que encerrarme en mi habitación cada tarde y llorar amargamente hasta que un nuevo día me indicase el reinicio de mi sempiterno calvario como humano.
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Cualquier cosa que tenga algo que ver con la ignominia humana me repugna, sobre todo el hecho de existir perteneciendo a ella. Por eso, no me queda otra opción más que vomitar cuanto me ha sido enseñado para intentar vivir hasta quedar vacío, hasta saborear el magnífico y catártico beso del encanto suicida que se niega a posar sobre mí sus labios divinos. El peregrinaje no ha sido fácil, pero quizá pueda todavía resistir un poco más; quizá pueda todavía soportar este sufrimiento carnal que mancilla mis nulas ganas de vivir con fatal vehemencia. No dejo de añorar la muerte, quisiera ya desprenderme de todo y cruzar ese místico umbral que tanto me atrae. Mas aún, creo, no es tiempo; aún necesito este cuerpo, esta mente y este corazón en llamas… ¡Aún arde dentro de mí el anhelo de vida, quizá con tanta fuerza como el de muerte! Ambos se mezclan y se tornan en una vorágine de colores, olores, sonidos y demente insinuación; acaso soy yo quien lo percibe así, aunque aquí en este manicomio palpitante que es mi interior no existe cura alguna porque no hay tampoco enfermedad alguna. Solo se permite un único paliativo: el arte en todas sus facetas, pues solo mediante él podríamos emparejarnos con el destino y fundirnos con el caos.
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Descubrir quién soy en realidad me ha destruido tanto que considero mucho más real la fragancia de la muerte que cualquier absurda forma de vida en esta tragicómica pseudo realidad. Habitar este pantano funesto debe ser como arrastrarse por el infierno en búsqueda de un consuelo inexistente para nuestro recalcitrante sufrimiento. ¡Cuánto resistimos! Esto sí que he de admirar en la naturaleza humana: su fortaleza para aguantar la vida, aun sabiendo que nada en ella le pertenecerá jamás. Y esos quienes precisamente se precipitan en las cumbres de la muerte con hermosa presteza son los mismos cuyas almas más intensamente refulgen en la noche de las estrellas ensangrentadas y en los abismos de las ilusiones atemporales. El fulgor de sus halos deslumbra al sol mismo y de su mirada emergen formas oníricas que desgarran el firmamento. No es esto locura, pero está muy cerca de ello; se trata más bien de aquello que purifica el corazón esmeralda que pende del cuello de los dioses ocultos a los mortales. Aunque, en determinadas ocasiones, algunos mensajes pueden trascender las espesas capas de la existencia y proferir melifluos sublimes a quienes han tenido el valor para seguir su destino hasta el final sin importar circunstancia, momento o dolor.
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Basta con intentar vislumbrar una esencia superior a la nuestra para reconocer cuán limitado e inútil es nuestro pensamiento humano; tan moldeado y enfocado para apreciar lo más insignificante, para sentirse feliz con lo más miserable en este patético mundo: con sexo, poder y dinero. Yo escupo en todo esto, yo condeno todo esto a la destrucción absoluta. Y quien intente permanecer y defender esto, pues ese también deberá ser destruido junto con sus blasfemos símbolos de corrupción e intrascendencia. Contra esto es que se rebelan ciertos arabescos en sueños inefables y que parecieran hasta dementes; aunque siempre un mensaje de desesperanza irremediablemente causará este efecto en las débiles consciencias de los monos menos evolucionados. ¡Pobres de aquellos que han creído alguna de las infinitas falacias que sostienen el holograma aberrante! Mejor sería reducirlos a la nada, pues nada es ya lo que son y, tal vez, lo que siempre han sido. Más vale perderse en uno mismo antes que en supuestas sabidurías y doctrinas que nos adoctrinen tan majestuosamente como para creer que solo ellas tienen las respuestas a problemáticas tan complejas y asuntos tan personales. Yo ahora les digo a todos ustedes: nadie, absolutamente nadie tiene el conocimiento, el poder o la sabiduría suficiente para decirles cómo hay que vivir.
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En la búsqueda de una supuesta verdad en esta vida absurda o lo que se le pareciese más, encontré infinitas argucias tan bien confeccionadas que constantemente cedía ante su falsa magnificencia. Así, cansado y harto de buscar y de ser yo, tuve una última cavilación: solo el suicidio escondía los más vagos indicios para comenzar una búsqueda verdadera. Sí, solo en sus brazos quería yo reposar y a su lado quería reír incesantemente. ¡Cómo detesto a la humanidad, especialmente cuanto más ignorante se torna! No puedo soportar ya a nadie, a veces ni siquiera a mí mismo; ¡lo que quiero es precisamente acabar conmigo! Porque acabar con este mundo sería imposible y hasta inadecuado. ¡Mejor dejarlo en paz con su impertérrita miseria y con todos sus vómitos palpitantes! ¿Para qué intentar arreglar lo que ya de antemano está condenado al caos y el vacío? Seríamos unos necios de querer algo así, seríamos incluso más tontos que aquellos quienes desean la perpetuación de la vida tal y como la conocemos. No, nosotros no razonamos ya de esta manera y estamos más que satisfechos con nuestro propio exterminio. Eso y nada más anhelamos: desvanecernos antes de que sea demasiado tarde, antes de que la existencia humana termine de enfermarnos. ¡Qué horrible pesadilla es esta dimensión, qué asco haber estado en ella!
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Encanto Suicida