Si vivir no tenía sentido, ¿cómo podía mantener tan ardientes esperanzas en la muerte? Debía ser yo un loco o un mendigo, o quizá solamente alguien para quien vivir se había tornado en un inexplicable martirio.
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No esperaba nada de la vida, por eso mismo no me explicaba por qué aún permanecía en ella. Quizá porque así somos los humanos: nos acostumbramos a vivir y hasta creemos que tan absurdo acto tiene un sentido, aunque, al final, no sirva para nada.
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¡Qué absurdas eran todas las actividades humanas! Y ¡qué miserable era la percepción de esos seres cuyos únicos placeres eran el sexo y el dinero! Pero así era la humanidad, así era existir en este mundo pestilente y así era, supuestamente, vivir.
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Toda esta falacia llamada pseudorealidad caerá algún día y entonces se revelará la verdad suprema en cada uno de los corazones maltrechos. Los símbolos luminiscentes se apoderarán de la noche, la sangre hervirá hasta evaporar la execrable esencia humana y la muerte vendrá para abrir la puerta que al vacío eterno nos conducirá.
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Me pregunto si el hecho de querer matarse es en realidad una enfermedad. Porque, para mí, se ha vuelto más como un vicio, más como una forma de sobrellevar lo absurdo de la existencia.
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La Execrable Esencia Humana