Nunca supe cómo que pasó, cómo fue que todo murió sin que pudiéramos hacer algo al respecto. Me aterraba que llegara el día en que el vacío se apoderara de nuestros corazones, el fatal día en que nuestra compañía nos resultara una molestia más que una bendición. Y, cuando tu boca se empapó de otros sabores y tu cuerpo centelleó en otras galaxias, no quise continuar viviendo en este sinsentido de lóbregos errores que solo era soportable si tú estabas conmigo.
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Corazón de hielo es el que sostienes, espíritu de ojos apagados y tristes. ¿Quién habrá osado hacer añicos los sentimientos que inquietaban tu ansiosa entelequia? ¿Quién habrá despedazado los fragmentos de tu maltrecha insolencia? ¿En dónde habrán de derretirse los megalíticos bloques helados que se han apilado alrededor de tu ser y han enfriado cualquier muestra de afecto y placer?
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Espero al menos sonreír cuando el sublime momento mi muerte haya llegado, porque ya jamás volveré a estar triste ni deprimido en este infernal plano de sufrimiento palpitante. Todo habrá llegado entonces a su indispensable final y todas mis lágrimas y lamentos no serán sino un absurdo más diluido en la eternidad del tiempo y el vacío.
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Es quizá solo una ilusión el poder contemplarte siendo yo únicamente la etérea sombra de un espíritu abatido. Así es, empero, como ha sido contrarrestado este inaudito estado de anhelo suicida que constantemente me deprime y me consume, pues me cuesta tanto imaginar que, al desfragmentarme en la nada, ya nunca más volveré a reflejarme en tu hermosa mirada carmesí ni tampoco a deleitarme con el dulce eco de tu extraordinaria voz.
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Ayer intuí que habías dejado de amarme, y acaso demasiado pronto. Pero estoy seguro de que fue una tergiversación de mi mente o una alucinación de mi alma. Aún trato de convencerme de que no eras tú a quien vislumbré aquella madrugada de embriaguez y locura coqueteando con la soga y tratando de quitarte la vida antes de lo prometido.
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Amor Delirante