La única razón para que continúe en esta vida aciaga es el implacable deseo de saber si el ser puede corromperse y embrutecerse todavía más; saber si algún día realmente la especie humana terminará por autodestruirse o si simplemente las cosas continuarán del mismo modo tan estúpido y nauseabundo como lo hacen actualmente.
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La verdad es que quiero morir, quiero desistir, quiero abandonar esta lucha contra mí mismo y contra lo que en mi trastornada cabeza se ha implantado para que jamás pueda recuperar lo que me ha sido arrebatado desde que comencé a existir en este malsano infierno humano: mi libertad.
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Que alguien extermine de una buena vez a la existencia, que me parece ya como si la vida hubiera asesinado a la muerte y como si todo en esta nauseabunda pseudorealidad estuviese diseñado tan solo para atrofiar mi espíritu. Y, aunque existiera algo después de esto en cualquier otro mundo o dimensión, simplemente ya ni siquiera me interesa saberlo o conocerlo.
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Solo espero que en el más allá, sea cual sea, no vuelva a encontrarme nunca más con humanos. Realmente, ni siquiera quiero volver a encontrarme conmigo mismo sea cual sea la forma que pueda adoptar; mucho menos querría volver a ver a aquellos repugnantes seres que siempre me han asqueado tan profundamente.
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Una excelente melodía aturdió mi esencia al caer en aquel maremágnum iridiscente; al fin contemplaba la exquisita fragancia de la muerte, experta en el arte de deleitar las almas que a ella escapaban del mundo decadente. Y era tan deslumbrante la magia de aquella pintura suicida que no pude sino enloquecer ante su infinito esplendor.
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Cualquier cosa preferiría con tal de no vivir, pero de preferencia que ese algo fuese eternamente la muerte. Porque así tendría la certeza de que nunca más tendría que volver a respirar y eso, ciertamente, para mí simboliza lo más inefable que pueda concebir en mi humana percepción.
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El Halo de la Desesperación