Nos pasamos la vida intentando evadir todo aquello que nos hace daño, sin sospechar que, de hecho, la vida misma es el mayor de los daños y el que no podemos evitar.
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Sin duda, dentro de todo el conjunto de malas decisiones que tomamos diariamente la más sobresaliente es la de no suicidarnos.
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Y, aunque mi corazón deje de latir tras la muerte, ni siquiera así dejará de amarte.
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Creía conocerte al menos un poco, pero, lo que no me esperaba, después de esta desastrosa unión, era lo mucho que me desconocería a mí, pues gracias a ti he aprendido lo mucho que puedo llegar a odiar a alguien.
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La conmoción fue real, todos los cambios parecían una diabólica tormenta de emociones encontradas. Los colores y los sonidos se mezclaban, pero en una mezcolanza más potente que la de cualquier sustancia conocida. Era como estar brutalmente ebrio y, al mismo tiempo, super consciente de todo. No sé, también parecía como si experimentara infinitos orgasmos, todos en un segundo; aunque el tiempo no existía ya. Sí, todo eso y mucho más era lo que acontecía mientras yo me hallaba tirado en el pavimento tras haberme arrojado de aquel onceavo piso. Entonces tuve plena certeza de una sola cosa: mi muerte estaba aconteciendo justo ahora y para siempre.
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La Agonía de Ser
