Por supuesto que en la vida había numerosas opciones y se podían tomar decisiones todo el tiempo, el problema era que yo ya había decidido morir esta noche y nada ni nadie podría hacerme cambiar de parecer sin importar las patrañas que intentaran argumentar en favor de una existencia que yo ya no podía tolerar ni un día más.
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Quizás el problema no era existir como tal, sino el mundo tan horrible en el que debíamos hacerlo y la especie tan inmunda a la que desgraciadamente pertenecemos. Lo bueno del asunto es que en el cerebro de casi todos los títeres esto estaba más que bloqueado para evitar un suicidio colectivo. No puedo imaginarme en el lugar de estos adoradores de lo absurdo, solazándose todo el tiempo con cualquier tontería y usando de excusa cualquier babosada para reforzar su execrable esencia humana. Pero así era la raza humana: una equivocación preñada de estupidez e irrelevancia absolutamente incapaz de reconocer su abyecta naturaleza.
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No importa cuánto luches, tarde o temprano terminarás no siendo tú mismo. La matrix terminará por absorberte y ni siquiera serás plenamente consciente de ello, te lo aseguro. Tal es el ominoso destino que aquí nos depara, en esta cárcel existencial de la que no tenemos ningún indicio real de por qué experimentarla. Lo único que queda entonces es matarse con la patética esperanza de que, así, nuestra tristeza al fin cese.
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Cuando uno se siente tan muerto estando vivo, ¿tiene algún sentido seguir viviendo? Es decir, ¿no sería preferible matarse en lugar de continuar viviendo tan fútilmente? Creo que es, de hecho, lo que casi todos hacemos: no tenemos razón para seguir aquí, pero nos inventamos cualquier cuento con tal de darle sentido, de manera ilusoria, a nuestro infinito sinsentido. Somos unos maestros en el arte del (auto)engaño y eso, y no otra cosa, es lo que nos permite sobrellevar una existencia que, de otro modo, ni siquiera sería ligeramente tolerable.
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Sé que mi existencia, aun siendo tan absurda como lo es, es tan distante a la del resto. Probablemente se trate de un gran delirio, pero es que simplemente la mayoría de las personas me parecen tan imbéciles que es inevitable no experimentar un sentimiento tan profundo de aversión y asco hacia ellas. Y, al mismo tiempo, es inevitable no sentirse por encima de tan repugnantes criaturas cuyo supuesto raciocinio parece haberse extinguido desde hace mucho.
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Llevamos demasiado tiempo viviendo gracias a puras mentiras, ¿no será ya hora de morir para descubrir por primera vez una verdad, acaso la única?
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Manifiesto Pesimista