Lo curioso es que, ciertamente, podríamos decir que todos somos masoquistas, ya que continuamos en esta vida horrible plagada de miseria y crueldad, y todo sin sentido alguno. Sin embargo, parecemos dispuestos a tolerar cada humillación e injuria que sobrevenga sobre nosotros, e incluso dar gracias por ello a una existencia a la que no podría importarle menos nuestro bienestar.
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Quizá la mejor (y la única) forma de demostrar nuestra supuesta racionalidad frente a una existencia tan jodidamente execrable y tortuosa como esta sea tan solo matándonos. De cualquier modo, ¿para qué continuar existiendo si las cosas jamás serán como nosotros queremos? ¿Para qué seguir fingiendo ante los demás que somos buenas personas y que nos interesa su absurda compañía? Pero, sobre todo, ¿para qué proseguir con el infame cúmulo de autoengaños que moldean nuestra ridícula vida y que ya no podemos tragarnos por más tiempo sin importar cuánto lo intentemos?
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No cabe duda de que somos muy tontos al creer que permanecer en este mundo vale la pena o al creer que la vida es bella. Pero aún más tonto que esto es creer que, de alguna manera, somos especiales; eso sí que rebasa todas las fronteras de cualquier tipo de ignorancia o absurdidad.
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Pensaba que las personas eran estúpidas, lo que no tenía en cuenta era que tal cualidad siempre podía mutar en formas cada vez más sofisticadas y alcanzar los límites más insospechados. Quizá si alguien en verdad creo esta nauseabunda especie, lo hizo más que nada por mero entretenimiento o como una manera de autosabotearse.
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El ser es irracional, de eso ya no tengo ninguna duda. La principal característica de aquella criatura pestilente conocida como ser humano no es otra sino la eterna y siempre presente contradicción interna. Y es que, sinceramente, ¿qué clase de criatura racional preferiría esta patética existencia por encima de la sublime inexistencia?
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Para conocerse a uno mismo de verdad es menester primero dejar de ser lo que hemos creído que somos hasta ahora. Y tal acto es de tan destructiva magnitud que la gran mayoría prefiere continuar sin saber quién es en realidad o, peor aún, siendo la marioneta de todo tipo de sacrílegas doctrinas o ideologías.
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La Agonía de Ser