Lo curioso era cuestionarse que, si nada tenía sentido, entonces incluso el sinsentido tampoco lo tenía. Y ni hablar del sinsentido humano, pues ese era el mayor de todos los sinsentidos.
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La humanidad es tan solo un reflejo de lo que es la existencia en general: sin razón de ser y merecedora de la extinción más brutal. Nada de lo que acontece en esta realidad es importante y, encima, todavía tenemos que preocuparnos por el día a día; como si el mero hecho de existir siendo humano no fuera ya en sí el mayor absurdo de todos los absurdos.
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Incluso algunos tipos de basura son reciclables, pero el ser humano y su mundo ni a eso llega. El conglomerado de atrocidad y miseria que conforman todo cuanto somos y vemos parece no tener fin y únicamente podría ser tolerado desde la locura interna.
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El mundo es un mal negocio y nosotros somos tan solo los miserables peones exprimidos durante las negociaciones más sombrías para luego ser desechados una vez que el trato se ha cerrado. Nuestros sueños, metas y objetivos son meras maquinaciones de un engranaje perverso de adoctrinamiento cerval donde el único fin es absorber nuestra energía, tiempo y espíritu hasta el día final.
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Cada vez que abro los ojos por la mañana, experimento una profunda tristeza al no haber muerto mientras dormía. Tal es mi estado todos los días y tal es la profunda agonía que impera en mi vomitiva existencia. No obstante, esto, creo, es ya normal e irremediable. ¿Cómo podría no serlo si mi eterno y doloroso malestar siempre será mi propio nacimiento?
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La Agonía de Ser