Desde hacía mucho tiempo me parecía insoportable proseguir con la funesta cotidianidad de mi vomitiva vida. El trabajo, los deberes, los quehaceres, las comidas, levantarse temprano, dormirse tarde y así todo en un ciclo absurdo y sin fin. Y todo ¿para qué? ¿Para terminar simplemente muriendo y ser arrojado, como todo y todos, al olvido? ¿Qué caso tenía experimentar algo así de insustancial? ¿Cómo es que los demás a mi alrededor no podían sufrir y padecer lo mismo que yo? ¿Cómo es que podían proseguir con el ritmo nauseabundo y sin sentido de sus inútiles y humanas vidas? ¿Cómo es que no sentían plenamente y a cada momento el inenarrable afán de escapar cuanto antes de esta sempiterna y frívola agonía?
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Nunca ocurrió nada interesante en mi vida, ni en mi niñez ni en mi adultez. Todo siempre fue monótono, apagado y sin ninguna emoción. Había otros a los que les ocurrían cosas, que sufrían tragedias o alegrías, que amaban u odiaban, pero yo no… Acaso era una especie de maldición la que me cobijaba o quizá simplemente era yo un ser más absurdo de lo normal. Como sea, jamás comprendí por qué tenía que existir algo como este mundo, algo como la vomitiva raza humana y alguien tan irreal como yo. Todos mis pensamientos, además, siempre me parecieron meras mentiras implantadas por otros para hacer la vida mínimamente tolerable. ¡Estaba cansado de todo esto, cansado de una vida donde todo lo que siempre conocí fueron mentiras, ilusiones, quimeras, engaños y espejismos interminables que trastornaban la mente y enfermaban el alma! ¿Cómo no me iba a matar entonces? ¿Acaso la culpa es mía? Mi único pesar era existir y mi única opción, lo sé bien, siempre fue la muerte.
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Es natural que conforme más tiempo pasamos en este mundo de porquería, más consumidos somos por el sistema y más destruidos son nuestros ya de por sí ridículos anhelos. Al final, la muerte es incluso algo compasivo, pues, de no ser así, tal vez continuaríamos en un estado mucho peor: vivos por fuera, pero totalmente consumidos por dentro. El chiste se cuenta solo, la humanidad está en el centro de la desgracia.
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Lo inverosímil de todo esto es la grotesca manera en que las personas se aferran a bienes, lugares, vivencias, personas o momentos. Realmente es triste y un poco tragicómico también, dado que el carácter de la existencia es el cambio y dado que nosotros, seres tremendamente irrelevantes, somos nada en el todo. Lo único que podemos hacer es contemplar cómo todo aquello que creíamos poseer, adorar y amar muere irremediablemente; y nosotros, claro está, no seremos tampoco la excepción. De hecho, es solo una cuestión de tiempo; nosotros ya estamos muertos.
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¿Puede concebirse deseo más sincero y purificador que el de destruirse a uno mismo por completo en todo sentido y luego reconstruirse mediante la idílica esencia de la muerte? Mientras no aceptemos esto y nos resignemos a ello, sufriremos y divagaremos en el sempiterno e inconmensurable sinsentido que irremisiblemente gobierna este mundo nefando.
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El Réquiem del Vacío