Tu llegada cambió todo radicalmente: liberó los sueños y acertijos que, para este menguado ser, habían quedado opacados por un supuesto destino. Las llaves fueron entonces conferidas en el ocaso suicida y el umbral fue iluminado por la sangre que salpicó los rostros de todas aquellas personalidades que alguna vez adopté. Tú fuiste mi máxima prueba, aquella que debía no solo amar, sino también dejar ir, pues solo así podría completarse el ritual que me liberaría de esta falsa realidad por siempre.
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Busco alguna forma de hacer descansar tu lacerado espíritu, pero solo se me ocurre cobijarte y esconderte del mundo, para después entregarte al placentero abrazo de la muerte y que en tu tumba sobresalga la última rosa negra que coronará tu caótico desprendimiento.
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Sé que esto es sumamente sagrado, pues lo que he en ti he encontrado es aquello que de la humanidad ha sido extirpado. No puedes notarlo y creo que jamás lo harás, pero tu esencia no ha sido hecha para habitar en este mundo cruel y absurdo. Dentro de ti se halla una divinidad que no podría fulgurar en ningún otro ser, y esta vida es tan solo un paso hacia la auténtica catarsis de tu alma. El día que nos colguemos juntos, te aseguro que podrás corroborar todo esto y mucho más.
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Tú eres el libro más sagrado para este ser tan hambriento de una verdad universal y asqueado de su ignominiosa humanidad. Todo lo que en ti contemplo supera por mucho a lo más perfecto, aunque debo quitarte la vida. Espero puedas entender que la muerte es lo mejor y que, así, tu belleza quedará intacta por la eternidad.
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Los segundos saben a eternidad cuando unimos nuestras bocas y permitimos que nuestras almas se acaricien hasta el amanecer más suicida, ese donde finalmente conoceremos nuestra verdadera forma más allá de este patético traje humano.
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Amor Delirante