La frigidez de tu escultural cuerpo aumentaba conforme transcurrían los días, pero estuve consciente de eso desde el comienzo. Sabía que el hedor y la rigidez acabarían con tu peculiar silueta, que tu inmarcesible belleza mermaría y se terminaría en algún momento; sin embargo, a pesar de todo, no podía dejarte en ese sitio, tan hundida y olvidada. Ahora estaremos juntos por siempre, jamás me separaré de ti, pues eternamente permanecerá mi corazón junto a tu frío cadáver.
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Debo admitirlo: yo desenterré tu cuerpo. Lo hice porque solo así podía enterrar a la muerte que me atormentaba cada sombrío estío desde que en mi cama solo le hacía el amor al vacío.
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En ocasiones, me preguntaba cómo sería besarte cuando el último halo de vida se hubiese extinguido en tu ser; ahora compruebo que resulta mucho más placentero de lo que cualquier insensato pudiera creer.
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No me interesa si tus labios han de yacer en los de alguien más, pues, una vez que descanses en el féretro, yo seré el último que, tras el embalsamiento, tus acendradas formas habrá de saborear hasta a la mismísima muerte espantar.
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No tenía la más mínima idea de cómo sería hacer el amor contigo cuando estuvieses inconsciente, aunque ahora he descubierto que es lo más exquisito y puro que pueda haber; lástima que ya hayas muerto para poder sentirlo también.
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Amor Delirante