Y luego, cuando supe que jamás te podría tener, no me quedó otra opción más que entender… Sí, entender que, si no podía estar contigo, tampoco quería ya que la vida estuviera conmigo.
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Siempre es así, o al menos para mí… Me enamoré de ti tan desquiciadamente que me olvidé por completo de la existencia de todo a mi alrededor. Me sentí tan atraído por tus encantos de manera irremediable que olvidé lo primordial: tú ya eras feliz con alguien más.
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Mi melancólico corazón se aferra a ti, aunque le suplique que no lo haga. No sé qué me hiciste, no sé cómo es que lograste encantarme de este modo tan demente. ¿Qué especie de hechizo siniestro es el que impera ahora en mi trastornada mente? Te extraño en todo momento y en todo lugar; aunque yo, bien sé, nunca estaré ni por accidente en tus pensamientos.
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Pensarás que estoy loco si te digo que por un solo beso tuyo yo… Yo podría hasta quitarme la vida y arrojarme directo a los peores infiernos. Y es que ya no quiero irme al cielo, pues, luego del paraíso que simbolizan tu boca y tu inefable cuerpo, el cielo ya me parecería tan poco, tan nada.
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Ese fue mi error, ¡vaya cosas! Caí rendido a tus pies, pero sin siquiera poder rozarlos un poco, puesto que algo más ya te había elevado hasta las nubes, hasta un lugar divino de donde nada ni nadie te podría ya alguna vez bajar. Y no importaba cuánto ascendiera, jamás mi tonta humanidad me permitía volver a contemplar tu inmarcesible y poética silueta; ya nunca mis tristes ojos volverían a deleitarse con tu magnifiscente halo ni con tu eterno y sibilino amor. Debía empezar desde cero otra vez, aunque las tinieblas en verdad se esforzaran por cubrir mi rostro ya asqueado de tantas mentiras y fútiles doctrinas. ¡No era aún el tiempo para el tercer encuentro, todavía era yo un esclavo de mí mismo!
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Amor Delirante