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Ausencia

La ausencia de verdad hace que la vida, aparentemente, sea llevadera. Pero luego, cuando el engaño disminuye, todo termina por ser absurdo; esa es la verdad. Es imposible no caer en este vacío; por eso todo muere, para no prolongar la agonía de la monotonía y el sinsentido al que todo está, tristemente, destinado. Desaparecer es natural y bello, incluso poético y afable, pero esa es la única salvación y lo sabemos muy bien. Nada perdurará, pues, siendo realistas, solo somos seres que experimentan cosas sin razón ni propósito. Nada de esto es trascendente: ni el amor ni la vida, así de inmenso es este tragicómico desvarío. Esa sensación de náusea existencial es exactamente la que me enferma y, a la vez, me libera del mundo. El saber que todo dará igual es lo que ocasiona que no quiera hacer ya nada, que la lucha no pueda sostenerla como debería, pues todo morirá y entonces ¿qué sentido tendrá cada suceso? ¿Acaso no es una quimera el creer que nuestros actos harán menos necesaria nuestra ausencia?

Todo esfuerzo converge hacia lo banal, pero es mejor que las personas no se percaten de ello. Así se vive mejor, luchando por cosas que finalmente serán irrelevantes. Aunque el engaño ahí está y eso es la vida para nosotros, seres ciegos y estúpidos: luchar por cosas que creemos importantes para sentir que valemos algo, pero, al fin y al cabo, nada es ni será trascendente. Quizá soy caótico y difuso, pero prefiero no (auto)engañarme. No espero felicidad ni dicha en este infierno de sueños rotos; tampoco me hago a la idea de un cielo después de este tormento. Ojalá solo sea la maldita nada la que me espere ansiosa en mi lecho de muerte… Ojalá nunca hubieran existido seres tan miserables, acondicionados, débiles y blasfemos como nosotros, pobres marionetas de la pseudorealidad y sus aburridas y tontas ilusiones. Pero ya nada se puede hacer, pues ya todo está corrompido e infectado por la náusea. Ahora solo queda divagar en el sinsentido hasta que la muerte o el suicidio nos saquen de aquí.

¿Para qué luchar? ¿Para qué vivir? ¿Para qué ser? Son cuestiones incomprensibles a mi parecer desde que sabemos que moriremos y que, tarde o temprano, la ausencia lo ahogará todo. ¿No es entonces la vida misma una necedad que funge como el engaño perfecto? Y, si hay algo de lo que estoy hastiado, es de las argucias de un mundo arruinado y vil como este; de un mundo humano donde ser yo mismo pareciera una tortura. Es mejor percatarse de lo fútil que resulta cualquier clase de empresa y cualquier patético intento por cambiar este infierno que pareciera no ir a ninguna parte. Si, además, existen estructuras de poder con intereses perversos que manipulan a los gobiernos y las organizaciones mundiales, ¿cómo se pretende que algún día podamos ser libres y llegar a ser superhombres? Así pues, nuestra existencia, ciertamente, encierra un matiz de irrelevancia tal que, al mismo tiempo, resulta ser la burla del caos más sempiterno y absurdo.

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Anhelo Fulgurante


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