,

Azul delirante

Locura, muerte y una segura pesadilla que nunca se terminaba, tan solo eso significaban aquellas conchas azules que bailaban tan delirantemente en mi perturbada cabeza. La anomalía había sido producida desde hace ya un buen tiempo como consecuencia de la pérdida de un hogar ilusorio donde creía ser feliz. Hoy no puedo sino regocijarme ante tales perogrulladas, pues evidente es que cada ápice de posible felicidad no es sino una miserable ilusión en este mundo abyecto. Siempre estuvieron ahí conmigo, aunque acaso no noté su presencia de inmediato. Eran en verdad embriagadores sus matices, de azules que el limitado espectro humano jamás podría imaginar. Me decían que a otros también los visitaban y que las tonalidades variaban dependiendo de cada alma. Algunos las veían en rojo, otros en verde, algunos en amarillo y así, pero el color, creo, no tenía ningún significado en realidad. Lo que me confundía era no poder escucharlas cuando yo quería, solo cuando ellas me lo pedían.

Sus solicitudes eran muy atrevidas, pero, en el fondo, me agradaba lo que me comunicaban. Siempre estaban inquietas, alebrestándose unas a otras con sus dientes afilados. Su composición no podría adivinarla, pero me parecían estar hechas de materiales extraterrestres. Al menos en el exterior creía que se sentirían como de terciopelo, pero eran solo sus corazas. En los mares de la insania celestial debía haber millones de ellas, casi infinitas conchas de diversos y raros matices que yo, por alguna extraña razón, veía azules. No hablaban lenguaje humano, sino que se comunicaban por telepatía y siempre en lenguaje algebraico. Por suerte, se me daban bien las matemáticas. O, cuando menos, el álgebra. Sus designios, como dije, no estaban del todo claros, pero tenían que ver con dos términos en común que, traducidos del lenguaje algebraico, eran: homicidio y/o suicidio. Solo esto querían y pedían de mí y de la humanidad… ¿Era malvado o sería lo adecuado?

Me instaban a cometer, al menos, uno de ellos con frecuencia. De preferencia, debían ser ambos. Aunque, obviamente, el suicidio me impediría seguir cometiendo homicidios. O al menos eso creía yo en mi patética y repugnante consciencia humana, pues las delirantes conchas azules que habitaban en mi cabeza no ofrecían tregua tras la muerte. Según su sabiduría milenaria adquirida en sombríos reinos de dimensiones anómalas, la muerte no era para nada el fin. Así pues, aunque me suicidase, debía continuar asesinando sin remedio. Les fascinaba esto, lo digo en serio. Era como si se nutrieran de tales actos, como si una especie de energía brotara cuando esto pasaba. A veces, incluso se atrevían a sugerirme nombres, formas y lugares específicos para cumplir sus divinos mandatos. Creo que, después de todo, debo continuar haciéndoles caso, pues prometieron curarme de la esquizofrenia que ningún psiquiatra pudo sanar. Aquellas hermosas conchas que yo veo azules, lo sé bien, son todo lo que yo tengo en esta prisión llamada existencia humana.

***

Caótico Enloquecer


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

Aislamiento espectral

Catarsis de Destrucción 58

Next