Desde el comienzo, todo estuvo perdido. Realmente jamás hubo esperanza, siempre todo fue una triste y aciaga comedia en la que fingí estar interesado. Mi vida no iba a ninguna parte, pero yo me aferraba, mataba por un poco de sentido. Me obsesioné con ideas que terminaron por desquiciarme, y dejé ir oportunidades que pudieran haberme hecho sentir menos miserable. Pero, al final, de nada sirve lamentarse, de nada vale pensar en todo lo que nunca fue. Ahora todo eso queda en el olvido, queda enterrado junto con las personas que conocí, las que herí y las que amé. Todas esas vivencias son solo escombros de una maltrecha sombra en la que terminé por convertirme. Ya estoy tan cansado y asqueado de mentir, de poner buena cara ante aquellos que acaso se preocupasen por mi bienestar. Y es así porque verdaderamente desde hace mucho que me siento consumido por dentro, que no logro entender esta angustia y desesperación que me incitan a abandonar este cuerpo.
He decidido hacerle caso a mi corazón y no ir en contra de mi voluntad interna, pues no queda nada que me agrade más que disolverme en el ocaso y unirme a las estrellas. Así que, pensándolo bien, no es momento de volver a casa y pretender ser feliz, sino de ir al agua y despedirme de este absurdo disfraz para abrazar mi destino. La luna será el único testigo del preciso momento en que me dejaré caer, en que me entregaré al inefable consuelo del suicidio para sentirme un poco menos absurdo en este pobre delirio. Pues ya no soy sino un pobre loco que vaga entre las masas infames, una marioneta de intereses corrompidos, un ser tan vacío cuyos pensamientos anómalos no hacen sino incrementar la miseria de su existencia. Y ya todo es gris, cada vez se oscurece más el ínfimo resplandor al que me aferro con la esperanza de un imposible bienestar. Mi garganta ya ni siquiera puede soltar un grito, mis ojos ya no pueden contener el infernal llanto que me ahoga desde hace tanto.
La oscuridad lo ha conquistado todo, la depresión ha exprimido hasta el último átomo de lo que alguna vez fui. Hace tanto que no escribo nada, que me asquea todo a mi alrededor. Vivir de este modo debe ser lo más cercano a estar muerto, y postergar más mi suicidio en aquellas aguas donde flotará mi cuerpo me parece, sin duda, lo más absurdo. ¿Para qué prolongar más este tormento? ¿Para qué pensar si pocos o muchos llorarán en mi sepelio? ¿Para qué seguir luchando cuando lo único que anhelo ya es la muerte? Si, al fin y al cabo, cada intento de ser feliz siempre se vio tan prontamente opacado, tan consumido por las deplorables llamas de una agonía que terminó por quebrar mi endeble cordura. Y todo lo que llegué a amar siempre moría, y todas las personas a las que llegué a amar siempre mentían. Y lo único que hago ya es padecer el amargo sabor del sinsentido, pero hoy quisiera, en verdad, cerrar los ojos y sentir que la muerte es lo único que he conocido.
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Libro: Anhelo Fulgurante