Capítulo II (LEM)

A Leiter solamente se le ocurrió una palabra para etiquetar a Klopt: idiota. Sin embargo, le extrañaba pensar que, si no fuese por Abric, ahora mismo él sería igual. En parte aún lo era, pues estaba ahí, había abandonado su hogar y era ayudante de investigador. Luego regresaría y, si todo salía bien, estudiaría su posgrado. En teoría, tenía la vida resuelta, aunque eso no lo satisficiera.

–Debes entender que eso no significa nada, Klopt.

–¿Cómo que no significa nada? ¿Cómo podría ser?

Leiter comenzaba a cansarse de Klopt, pero sabía que cualquier humano tendría el mismo grado de adoctrinamiento y tal vez mucho más.

–Sé que no lo entenderás, pero te lo diré. Tener un doctorado no significa ser superior. Ser investigador o científico no representa algo más allá de lo cotidiano, menos en el mundo de hoy. La gente realmente sabia ha predicado sus doctrinas y se ha mantenido a las sombras debido a que la sociedad está demasiado corrompida para entender tal conocimiento supremo. Todo lo que aquí se hace es perder el tiempo con bagatelas, con investigaciones que no llevan a nada, que solo sirven para la gente que tiene mucho dinero, que jamás ayudan a quienes realmente lo necesitan.

Klopt permaneció en silencio durante unos minutos, parecía ofendido. Para él, que era amante de la ciencia, tales pensamientos resultaban blasfemos.

–No sé qué decir –tartamudeó y sus ojos irradiaban fuego.

–Lo siento –dijo Leiter, percatándose de que se había excedido un poco–. Yo no quise…

–No importa –le interrumpió Klopt–. Ya no digas más, al parecer tú y yo no nos entenderemos nunca. Solo quisiera saber qué te hizo el mundo para que estés tan molesto con él, en especial la ciencia.

–Nada, es solo que ya no puedo ser como tú. No te diré que soy mejor o peor, pero algo me indica que no acepte lo que el mundo declara.

Los ojos de Leiter fulguraban, como si se tratara de otra persona. Cada palabra le hacía recordar a su amigo Abric, aquel con el que mantuvo largas conversaciones durante un año hasta que desapareció abruptamente, poco antes de publicar su libro.

–Bien, supongo que lo entendí –expresó Klopt terminando su desayuno; sin embargo, no creeré en que el clima es controlado.

–Bueno, es una suposición solamente.

–Entonces ¿te sientes infeliz aquí?

–Mi felicidad es imposible, y, en todo caso, no depende de un lugar.

–Mejor ya no preguntaré más.

Leiter no podía evitar pensar en lo adoctrinado que estaba Klopt. Justo en esos instantes un sujeto apareció.

–Muy buenos días. ¿Qué tal se la están pasando?

–Buenos días. De maravilla, y ¿usted? ¿Acaso va a dar una conferencia hoy, doctor? –inquirió Klopt, quien parecía conocer al sujeto.

–No, solo pasaba por aquí. Me da gusto verlos, y les deseo mucho éxito, sé que llegarán a ser grandes investigadores. Hasta pronto, muchachos.

–Y ese ¿quién carajos era? ¿Acaso lo conoces? –cuestionó sardónicamente Leiter.

–Por supuesto, era el doctor Timoteo, el investigador más prestigiado de los últimos años en el área de biología. Ha escrito numerosos artículos y me impartió dos cursos del último semestre, viene de mi escuela.

–Ya veo, debe ser bueno.

–No sé por qué no me sorprende tu indiferencia. ¿En verdad no quisieras ser como él algún día?

–No, me parecería demasiado miserable.

–¿Miserable? ¿En qué aspecto?

–Solo te diré que no soy capaz de sentir admiración por un ser tan terrenal como él. Es como si admirara a un futbolista o un actor. Para mí, nada significan estos tipos, solo me limito a respetarlos en términos comunes.

–¡Sí que eres extraño, jamás había conocido a alguien como tú!

–Digamos que estoy en proceso, intentando comprender el porqué de todo esto. Muchas cosas del mundo me resultan carentes de sentido.

–Espero que puedas recapacitar y darte cuenta de que estás cometiendo un gran error. Por tu bien, espero que puedas atenderte pronto, lo necesitas.

Diciendo esto, Klopt se alejó despidiéndose modestamente. Sin duda, se había molestado. No esperaba que existiera alguien como Leiter, que no se inmutaba ante sus afirmaciones. Éste, por su parte, pensaba en cuántas personas estarían como Klopt, seguro que casi todo el mundo. Se sentía agradecido de haber conocido a Abric, y mantenía la esperanza de que algún día pudiera volver a encontrarlo. Por ahora, debía apresurarse y continuar con sus labores de investigación, aunque carecieran de sentido. En él se había instalado la duda, como una espina que cada vez profundizaba más en su mente. Si bien es cierto que no había dilucidado la verdad en su máxima expresión, sabía que todo lo humano era miserable.

Ya había pasado prácticamente una semana desde la plática de Leiter con Klopt, y ahora ya no se hablaban más. Lo único que este último hacía era saludarlo rápidamente, pues se la pasaba junto al profesor Timoteo. Leiter se aburría más que nunca, debía de estudiar algunos manuales puesto que la próxima semana comenzaría oficialmente su entrenamiento. Se decidió que él no iría a investigaciones de campo, su labor sería estar frente a una computadora analizando datos, algo bastante tedioso. De modo paradójico, su estancia en el instituto no tendría nada de práctica en campo, tal como se prometía. Klopt, por su parte, fue designado para asistir y explorar la zona boscosa junto con otros ayudantes devotos de la ciencia. El ambiente del centro de investigación comenzaba a enfermar mortalmente a Leiter. No toleraba todas esas pláticas científicas ni esos anhelos de publicaciones en revistas famosas y grandes reconocimientos. Tristemente, las palabras de Abric retumbaban en su cabeza, tanto como lo absurdo que le resultaba pasar los días realizando las mismas labores. Ahora entendía que se le había asignado el papel menos relevante, se hallaba incrustado en una oficina mientras los demás exploraban los bosques y todo alrededor…

–Entonces ¿dices que la ciencia está manipulada por seres ambiciosos tanto como la religión?

–Así es, pero no lo digas muy a menudo. La ciencia solo sirve para los ricos y para crear armas o medicinas caras. ¿Nunca te has preguntado por qué los científicos se empeñan tanto en buscar vida en el espacio cuando aquí en la Tierra mueren millones de personas diariamente? ¿Acaso no es hipócrita que un científico se jacte de ayudar a la humanidad cuando en sus laboratorios se dedican a crear bombas? Tan solo mira la verdadera historia y te percatarás de que los seres humanos son el peor virus que alguna vez ha existido.

–Entonces ¿todo lo que he creído acerca de la ciencia es mentira? ¿Qué hay de los ensayos donde se dice que solo el conocimiento científico es verídico?

–Tienes que saber que todo lo que leas en los diarios, lo que escuches en las noticias o en la radio, lo que te digan tus semejantes, tus profesores y hasta tus padres es un conjunto de argucias que les han sido implantadas para que piensen igual que el rebaño. La ciencia, la verdadera ciencia, es increíble; empero, hoy en día nada queda de ella, pues el dinero y el poder corrompen cualquier tipo de esencia, excepto una como la tuya.

–¿La mía? En todo caso, tú eres el que sabe la verdad.

–Hay tantas cosas que, de saberlas, enloquecerías seguramente. Tantas mentiras son las que has creído desde tu nacimiento. Este mundo es peor que el infierno, y los humanos son mucho más malvados y crueles de lo que podría ser cualquier demonio.

–Pero ¿por qué el humano es malvado?

–Porque el humano es una equivocación, un ser vil por naturaleza, algo que jamás debió haber existido, solo un vomitivo error. Observa el mundo y percátate de que todo cuanto es humano es intrascendente.

–Ojalá yo pueda percatarme como tú de tantas cosas. Me resulta difícil creer en lo espiritual, en lo que no puedo ver, tocar u oler.

–Leiter, tú ya lo sabes –exclamó Abric mientras miraba en el arroyo–. Lo único que debes hacer es abrir tu mente y ahí hallarás todo.

–Pero Abric, ¿cómo hacer eso? ¿En verdad existe otro mundo más allá de este, como siempre afirmas?

–Tu falta de confianza es tu mayor impedimento. Tú eres el mayor enemigo para ti mismo.

–¿Yo? No entiendo lo que tratas de sugerirme.

–En verdad te aprecio, te extrañaré…

–¿Por qué dices eso? ¿Acaso pronto te irás?

–Sí, pero no sé cuándo… Debes ser cuidadoso, pues hay personas malvadas que tienen el poder para aniquilar a cualquiera que se oponga a sus ideales.

–Y ellos ¿son los mismos que han corrompido la ciencia y todo el mundo?

–Así es –respondió Abric con semblante triste–. Pronto me iré para siempre, ellos vendrán por mí.

–Pero ¿por qué? ¿Es por tu libro? ¿Por tu forma de pensar? Tú eres el único amigo que he tenido y la persona que me ha mostrado todo.

–Todo ¿dices? –exclamó Abric riendo con esa característica sonrisa, irónica y empática–. Este mundo es nada, solo te he mostrado lo más mínimo. Mientras estemos vivos el TODO nos es inalcanzable.

–No quiero que nada malo te pase –dijo Leiter contemplando el flujo del arroyo, tan puro y fresco–. Yo te protegeré de todo mal.

–Eres muy noble, pero mi destino ya está decidido. Lo mejor es que dentro de poco no me busques más, pues desapareceré para siempre. No tienes idea de contra qué estamos luchando, es una guerra imposible de ganar. El cabal no tiene límites, es omnipotente.

–Entonces ¿por qué pelear si sabemos que no tenemos oportunidad?

–Porque unirse a ellos no es una opción, es lo que todos hacen. Somos la última resistencia, el último pensamiento. Personas como tú poseen la esencia magnificente, son los verdaderos humanos…

–Leiter, despierta –exclamaba una voz chillona–. ¡Levántate, despierta!

Leiter se sobresaltó y abrió los ojos, se había quedado dormido en la oficina. Más que una preparación para el posgrado aquello parecía un trabajo como el que tanto detestaría tener algún día.

–Sabes que está estrictamente prohibido dormir en el trabajo, ¿en qué estabas pensando? ¿Acaso quieres que te echen de aquí?

–No, desde luego que no. Profesor Faryo, por favor, discúlpeme.

El profesor Faryo era un gordo maloliente que apestaba a semen. Todos decían que se masturbaba más de diez veces al día. Era extremadamente lujurioso y se murmuraba que había abandonado a su familia y a sus hijos para llevar una vida de excesos, prostitutas y acoso hacia los estudiantes.

–Bueno, no importa –expresó el profesor con una mueca incisiva–. Pero a cambio tendrás que compartirme algunas fotos de las mejores estudiantes del centro.

–¿Qué? ¿Cómo diablos cree que voy a hacer eso?

–Pues tú sabrás, eso te pasa por dormirte en tu ayudantía.

–¿Ayudantía? –inquirió Leiter, perdiendo el control–. Llevo poco tiempo aquí y estoy harto de esta basura. Todos los días es la misma estupidez. Se supone que vine aquí para aprender, pero solo paso los días aplastado analizando datos que ni siquiera me parecen verídicos. ¡Es más, me largo! ¡Al diablo este instituto, estoy harto!

–En el rostro del profesor Faryo, doctor en ciencias de la computación, se dibujó una expresión que Leiter jamás había visto en las pocas semanas que lo había tratado.

–Ya veo, así que eres de los rebeldes, de los peligrosos –dijo cambiando su tono burlesco por uno sombrío y amenazador–. Sin duda, Lorax hizo bien en dejarte aquí.

–¿Qué dice? ¿Estoy aquí encerrado a propósito?

–Algo así, pero lo mejor será que te calmes. Escucha, tenemos formas de hacerte entrar en razón, pero no quisiera hablarte de eso ahora. Solo te diré que, si te vas, reportaré que estabas viendo pornografía y arruinaré tu estancia profesional.

–Eso es jugar sucio, ¿qué clase de persona es usted?

–Puedo hacer lo que quiera con las computadoras de aquí. Y bien sabes que, si se te encuentra culpable, no solo te irás del centro, sino que te ficharemos y ninguna institución te aceptará en el futuro. Tú decides… –dijo el maloliente depravado mientras se desternillaba.

–¡No puede hacerme esto! ¡Simplemente no puede!

–Claro que sí, aunque solo estaba bromeando. Te mantendremos vigilado, mucho más de lo normal.

Leiter miró fijamente el reloj de la computadora, ya casi era la hora en la que regresaba el equipo de campo al que estaba supuestamente asignado.

–Más vale que te apresures, o si no pasarás aquí la noche, encerrado como castigo –agregó el profesor Faryo–. Y, por cierto, en un par de semanas llegará una nueva investigadora. Al parecer es una joven prodigio, pues con tu misma edad ya tiene un doctorado. Quizá se integre a nuestro equipo y esté en este mismo departamento. Espero que esté buena y que sea una mujer fácil. Deberás informarme de todo…

Tras decir esto, el profesor Faryo salió de la oficina. Leiter se quedó ahí, apresurándose para terminar los informes que debía hacer para completar la investigación. Pero no lograba concentrarse, en especial meditaba sobre la rara actitud del profesor cuando notó su rebeldía y desconfianza hacia el centro y los seres que lo operaban. En fin, todo debía ser parte de su imaginación, producto de su trastorno. También pensaba en la ansiedad que le provocaba mirar aquel ojo resplandeciente que coronaba el edificio principal del instituto. Algo había de siniestro en todo aquello, pero inmiscuirse en tales pesquisas podría resultar demasiado peligroso. Tal vez podría terminar loco si descubría algo así, aún más de lo que ya creía estarlo. Pero ¿cómo no enloquecer en una realidad tan absurda y funesta?

Ya un mes había pasado desde la llegada de Leiter al centro de investigación. Entre tanto, los demás ayudantes habían comenzado a conocerse mejor. Leiter era el único que se mantenía apartado, encerrado en esa oficina analizando datos, realizando su trabajo monótonamente. Desde luego, estaba en desacuerdo con tal ritmo, pero nada se podía hacer. Si se atrevía a discutir una vez más, y a cuestionar los mandatos de los investigadores arrogantes, lo echarían y lo etiquetarían, haciendo de toda su vida una miseria, aunque, ciertamente, ya lo era. Él, sin embargo, observaba cuidadosamente y notaba esa actitud temerosa y lamentable que mostraban sus compañeros ayudantes. Sonreía al saber que él sería como ellos, pero no, y todo gracias a Abric. Pensaba que la vida de esos tipos estaba ya resuelta, incluso la de él. Nunca habían sabido ni sabrían lo que era la pobreza, el hambre o no tener un techo donde cubrirse del frío. Pasarían sus días en centros como en el que se encontraban ahora, fingiendo que hacían ciencia e investigación, sin ayudar a quien realmente lo necesitaba, siendo solo parte de un mundo corrompido donde imperaban el sexo, el dinero y la desinformación. Pero ¿por qué debía ser así la existencia? ¿Acaso esta miseria era todo lo que el humano podía ser? En todo caso, ¿qué podía hacer él? Tal vez solo matarse le quedaba ya.

Pensaba también en el fútil concepto de dios. Cuántas veces no había cuestionado a Abric sobre esta interrogante y siempre recibía solo un silencio como respuesta. Solo en aquella tarde había recibido una explicación, exactamente la misma en que su amigo desapareciera para siempre. ¿No se sentiría dios mal al mirar toda la miseria y tristeza que en el mundo gobernaban? ¿Acaso no sería dios un pésimo diseñador al haber creado seres tan fútiles y malvados como los humanos? Leiter, por lo mismo, se había declarado ateo desde hace poco, aunque, muy en el fondo, mantenía la loca esperanza de que existiera el karma. Su amigo Abric le había hablado sobre esto y cómo, en diversas filosofías, tales como el hinduismo, el hermetismo o el budismo, se consideraba que el karma regía el eterno ciclo de reencarnaciones.

–Atención a todos los integrantes del centro de investigación, el día de hoy tendremos una reunión para darle la bienvenida a la nueva integrante –mencionaba una voz estremecedora por las bocinas que había en cada aula.

–¿Nueva integrante? ¿Acaso será la chica de la que tanto nos habló el profesor Faryo? –exclamó uno de los ayudantes, de nombre Jalk.

–Pues parece que así es. Dicen que es sumamente inteligente, mucho más que cualquiera de las personas de aquí –expresó Klopt con asombro–. Y lo peor de todo…

–Sí, lo sé –interrumpió Jalk–. Lo peor de todo es que esa jovencita tiene nuestra misma edad. Claro, con la diferencia de que ya tiene un doctorado.

–¡Maldita sea! –bramó Klopt con una furia incomprensible–. ¿Por qué deben existir en el mundo personas tan superiores? ¿Cómo es que a su edad ya puede ser doctora y nosotros aquí, batallando para entrar a una maestría?

–Tranquilo, amigo –dijo Jalk, quien comía una inmensa bolsa de frituras como un puerco–, ya verás que la superaremos. Seguramente no ha encontrado nunca gente de su nivel, pero nosotros…

Leiter pensaba en todo el daño que hacía comer aquellas frituras. De hecho, como Abric le contara y él descubriera, prácticamente toda la comida era solo basura y provocaba cáncer. Paralelamente, pensaba en lo torpes que eran sus compañeros. Entonces su mirada se cruzó con la de Pertwy, pero solo un poco.

–Oye, Pertwy –dijo Jalk– ¿Qué demonios te ocurre? ¿No vas a probar alimento antes de la reunión? ¿Siempre eres así de callado? Me estoy desesperando contigo.

–Sí, bien dicho –complementó Klopt con su clásica arrogancia–, eso me parece cierto. Desde que te conocemos ni siquiera sabemos el tono de tu voz. Todo lo que haces es encerrarte en tu habitación.

–Ya es hora de la reunión –afirmó Pertwy como si no hubiera escuchado nada–. Si no nos vamos ahora, estaremos tarde y nos castigarán.

–No entiendo a este sujeto –exclamó Jalk mientras Pertwy se retiraba–. ¿Cómo puede ser tan callado? Incluso parece una máquina, ¡que el diablo se lo lleve!

–Tal vez lo es. Míralo bien, tiene cabeza de robot, ¡ja, ja! –sentenció Klopt, mientras ambos reían y se marchaban sin prestar atención a Leiter, quien escuchaba todo desde su lugar, pegado a su computadora.

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Libro: La Esencia Magnificente


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