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Corazones Infieles y Sumisos V

El profesor G no supo qué decir, simplemente se limitó a meditar y observar. Para él, realmente el amor era un mero cuento de hadas. En los últimos tiempos se dedicaba a fornicar con prostitutas y a centrarse en sus clases. Hace mucho tiempo había estado casado, sí, pero había sido solo una gran pérdida de tiempo. Luego del divorcio, comprendió que nadie puede comprender a nadie, que las personas no son para las personas, y que, en todo caso, lo único que pueden hacer dos personas juntas que dicen ilusamente amarse es follar. Después, no queda nada, cada uno puede volver a su habitual ritmo de actividades. ¿Para qué engañarse con tonterías de amor y romances inútiles? No, él no estaba para eso. Prefería satisfacer sus impulsos sexuales con las más finas putas y luego refugiarse en las matemáticas para mitigar su soledad, la cual tampoco le disgustaba tanto.

–Sin embargo, he aquí mi más inquietante cuestión: ¿es incorrecto todo eso que le he comentado? ¿Sería abominable hacerlo? Y, si así fuera, entonces ¿por qué tenemos tales pensamientos? ¿Acaso dios los quiere ahí, o somos pecadores, o estamos influenciados por un demonio? ¿Se está demente o se es un depravado por concebir tales cosas?

–Dios es tan fútil que ni siquiera creo que querría ponerlos ahí. Ese tipo de cuestiones realmente son intrincadas, lo más que puedo decirte es que experimentes. No hay otra forma de alcanzar la comprensión, tienes que vivirlo y sentirlo en carne propia.

Alister quiso hablar, pero se contuvo. Ahora solo absorbía aquellas palabras como si bebiese un ingente vaso de agua renovadora.

–Y es que… hay algo más que no le he contado –dijo finalmente, con cierta angustia.

–¡Ah, caray! Y ahora ¿de qué se trata? ¿Algo aún más extraño? –inquirió el profesor G con sorpresa.

–Bueno, no diría justamente extraño, creo que más bien es execrable y a la vez conmovedor.

–Suéltalo de una vez, si lo contienes te será más difícil expresarlo.

–Primero deseo saber algo. ¿Usted qué piensa de las prostitutas? ¿Son solo rameras sin sentido o algo más? ¿Se puede aprender de ellas?

–Son buenas personas, excelentes, diría yo. Eso me han contado, claro –exclamó desternillándose el profesor G.

–¿En verdad lo cree así? O ¿acaso será que la moral es la mayor falacia en los humanos, tan bien enmascarada en valores arcaicos y nefandos?

–Naturalmente –afirmó el profesor mientras se acomodaba sus lacios cabellos canosos–. No podemos fiarnos de la moral, sería como aventarse de un avión creyendo que los ángeles nos salvarán; e, incluso esperando que los demonios lo recibieran, pero no, simplemente se estrella uno contra el suelo. De ese modo funcionan las cosas, no se llega a lo correcto e incorrecto, únicamente se encasillan y se juzgan los actos tomando como base lo que es socialmente aceptable.

–Pero las personas dicen… –exclamó Alister sobresaltado–, la gente dice que no son buenas, que están sucias y que no tienen alma.

Ahora el profesor G fruncía el ceño y se masticaba una uña al tiempo que con su dedo índice enrollaba sus canosos cabellos una y otra vez.

–El conocimiento está en todo, pero no sabemos apreciarlo. Dime tú, ¿acaso aquellos que no se dedican a la prostitución sí tiene alma? ¿Están más vivos por el hecho de ser moralmente correctos?

–¡Oh, no lo sé! Yo solo necesito respuestas. Eso simplemente complica más las cosas, no lo había abordado desde esa perspectiva.

–Pues claro que no. Todos estamos sucios en el fondo; como dices, la moral es un muy bonito cuento de hadas en el que muchos viven, pero solo eso, un cuento y nada real. Además, no se puede tener buena moral en un mundo tan injusto como este. Las prostitutas son solo un mensajero de la naturaleza expresándose de forma inmoral, pero no incorrecta.

–Parece gracioso cómo es el mundo y la importancia que se le adjudica a sucesos y conceptos tan dudosos. Cada vez me pareciera que esto llamado realidad se trata de una intensa y continua chanza hacia el espíritu. Ni siquiera creo que vivamos, tan solo absorbemos ilusiones y las enfocamos en el plano físico que conocemos. La vida no puede ser tan miserable, y, si así lo fuera, entonces ¡qué remedio que devolverle la ilusión a la muerte!

–La única justicia quizá posible es esa: la muerte y la extinción. Volviendo al tema –preguntó con más curiosidad que antes el profesor G–. ¿Por qué ese desmesurado interés en las prostitutas? ¿Qué hay en esas mujeres que se relacione contigo?

–Usted es la primera y quizá la última persona que deba saber esto. Usted sabe que no confío en la gente y menos en mí mismo, pero se lo contaré. Solo no lo mencione a nadie, que seguramente esos tipos con mentes huecas que son mayoría allá afuera no sabrían interpretarlo.

–No debes preocuparte, sé escuchar y guardar secretos. Sé entender los corazones y eso es algo que casi nadie puede hacer.

–Bien, le contaré entonces. ¿Recuerda usted que hace unos meses le conté sobre una chica que había conocido extrañamente y con la que llevo una relación?

–Sí, te notabas muy entusiasmado. Pensé por un instante que ya hasta habías formado una familia.

–¡No, ni loco! Lo que quiero decirle es que desde hace un tiempo siento que algo se perdió, que esa magia se esfumó, pero la sigo queriendo demasiado. Podría decir que el enamoramiento se fue, pero llegó algo más supremo y riesgoso.

–Ya veo, suele pasar a menudo. Yo ¿qué podría decirte? Tan ignorante soy en los sentimientos que preferí suprimirlos. Lo mejor es que tú hagas lo mismo si quieres vivir en paz.

–Sí, pero ahora –Alister dudó unos instantes y luego retomó la palabra–, ahora en verdad siento que deseo tener relaciones con otras mujeres. Y no me refiero solo a un deseo vago, en realidad es algo que está en mí.

–¿Te refieres a tener relaciones con prostitutas? O ¿algo así entiendo?

–Sí, algo así. He visitado los lugares en que se encuentran y surge algo en mi interior que me produce un constante deseo de poseer a alguna de esas mujeres. Mi mente lo niega, pero mi cuerpo lo pide.

–¡Qué curioso! Y ¿qué hay de tu novia? ¿Ella sabe algo de esto someramente?

–Bueno, es raro. No se trata solo de ser infiel, va más lejos. Puedo afirmar, aunque suene paradójico, que amo a mi novia con todo mi ser. Sin embargo, el deseo que siento hacia ella es nulo. No anhelo poseerla físicamente, sino de otro modo. La quiero para compartir días y momentos, para progresar y meditar, pero no para tener sexo. Sé que parece una locura, pero creo que puedes amar a alguien y mantener relaciones con otras personas sin que eso necesariamente afecte su relación.

El profesor G parecía enfrascarse en inexpugnables luchas internas, tratando de hallar algo sensato que expresar.

–Ya te lo dije –respondió al fin–. Nadie puede decirte lo que está bien o mal, ese concepto es erróneo y se ha impuesto solo para acondicionarnos más. Quizá tus actos ni siquiera tú mismo puedas elegirlos, solo los vives y ya, como si tu libre albedrío fuera un juego de niños.

–Entonces ¿quiere decir que esto que siento y vivo ya estaba predestinado?

–Es una posibilidad solamente, no podría afirmarlo de manera concisa. Hace algunos años indagué en libros y lugares desagradables las respuestas a la desmesurada hambre que sentía mi ser por el conocimiento de lo oculto. Al final, abandoné esos estudios, pues sentía me llevarían a la locura. No sé qué pueda ocurrirte a ti si continúas en estos senderos.

–¿Con qué probabilidad podría ser que no decidiéramos?

–Con la misma que tienes de vivir diferentemente en otras realidades.

Alister pensó por un momento en mencionar lo de Vivianka. Sí, ahora más que nunca ardía ese deseo lascivo en su mente, se retorcía como una lagartija en su interior. Pero no, no lo hizo. Pensó que el profesor G no podría soportar otra locura más y decidió guardárselo. Se despidió cortésmente y afirmó que regresaría pronto para continuar con la charla.

–¡Qué extraño muchacho! –pensaba el profesor G–. Me recuerda tanto a aquel otro que venía hace ya un tiempo, ese con tantas dudas y con ideas tan intrigantes. Siempre me sentí identificado con él y su forma de ver el mundo, con su destreza, su habilidad y rareza. Pero hace unos meses que no sé nada de él, simplemente desapareció sin dejar rastro.

El profesor G continuaba meditando profundamente hasta que alguien llamó a su puerta, era uno de sus compañeros profesores en aquella triste escuela. Luego, tomó sus cosas, abandonó sus elucubraciones y salió felizmente para ir a comer con su compatriota y disfrutar de la compañía de una buena amiga, una de las que Alister le habló.

El tiempo, o esa concepción mundana que tenían los humanos, trascurrió normalmente. Parecían eones, y eran realmente segundos, tan fugaz y sutilmente las nubes taparon el sol. Era un sábado por la noche, Alister venía de la casa de Erendy y se sentía algo agotado. Hacía unas horas habían estado en el Hotel de los Presagios y habían disfrutado de una intensa jornada íntima, o al menos ella.

–¿No vas a cenar? –inquirió su madre desesperada por acostarse y descansar, su trabajo constantemente la fatigaba sobremanera–. Te dejé la comida en el horno de microondas, ya me acostaré.

–Sí, desde luego, muero de hambre. Tú no te preocupes, yo la caliento.

–Pues no te tardes, porque luego se enfría y no quiero que comas cosas frías, de por sí quién sabe qué tantas ideas se te han metido en la cabeza.

Alister se tendió sobre la cama y se engolfó nuevamente en su realidad. Una pregunta rondaba por su mente: ¿por qué tenía que ser así la vida? Evaluó y replicó tanto como pudo, para finalmente llegar a su miserable existencia, tal cual como la de todos. Hace unas horas se había acostado con Erendy, no era la primera vez y le parecía normal. La amaba como en el comienzo, incluso más, pues le parecía única. En cierta forma, no podría ver en alguien más todo lo que en ella, esa forma de pensar y de ser, de comprender y de escuchar. Erendy era una de las escasas personas que podían ver muchas más cosas de las que él podría, ella tenía los ojos muy abiertos.

–Entonces ¿por qué? ¿Qué significa esto? ¿Cómo entender las emociones internas que vibran con tanta vehemencia?

Alister no lograba comprenderlo. Durante los primeros meses de su relación no tenía ojos para nadie más, vivía para Erendy, incluso eso le había ocasionado muchos problemas con sus padres. Ella era su inspiración, lo máximo, se sentía totalmente satisfecho. Sin embargo, ahora todo cambiaba, y, aunque apreciaba y amaba estar con ella, el sexo no era satisfactorio, no lo llenaba, no lo disfrutaba; era para él más una obligación de complacerla que de hacer lo propio consigo mismo. Lo que más le dolía era notar cómo Erendy gozaba en sus brazos, no le era complicado llegar al orgasmo. De hecho, le parecía fantástico, pues sabía que era muy extraño que una mujer tuviera tantos orgasmos con tal facilidad. Todo parecía perfecto hasta que imaginaba a Erendy entregarse a otro hombre.

–Sería exactamente lo mismo si yo me entregara a otra mujer, o ¿no? –se cuestionaba confundido.

En sus últimos encuentros íntimos Alister había tenido problemas para desempeñarse, se le dificultaba. Lo que más le dolía era que Erendy estaba muy activa últimamente; de hecho, el próximo sábado habían acordado su próximo encuentro. Él, por su parte, se encontraba ensimismado con sus asuntos y era incapaz de analizar la situación, solo sentía que el sexo había acabado con ese sentimiento tan puro que al comienzo fulguró mucho más que las estrellas.

–Iré a descansar, debo hacer tarea –afirmó con voz cortante tras devorar la cena, mientras que sus padres observaban la televisión insaciablemente.

–Pero ¿qué te pasa? Últimamente no te entiendo, te la pasas todo el día encerrado en ti mismo cuando estás aquí –interrumpió su madre.

–No importa, es por la edad, así son los jóvenes –argumentó su padre, quien miraba el fútbol como siempre. Pues aquello era lo que, tristemente, creía le daba sentido a su existencia. Una lesión lo había alejado muy joven del deporte que adoraba, pero verlo en la televisión lo consolaba.

Una vez en su cuarto, Alister continuó con sus indagaciones. Trató de analizarse a sí mismo, pero le resultaba imposible. Fue así como de nueva cuenta volvió a aquel asunto que lo martirizaba, que hacía de su mundo un lugar gris y desolado. ¡Oh, cielos! ¡Qué no hubiera dado por recuperar ese ahínco, esa alegría de estar con Erendy, como al principio, cuando no importaba otra cosa que verla, sentirla y adorarla! Sin embargo, ya eso no era pertinente, pues un nuevo dilema había surgido en su mente.

Lo más extraño para Alister es que no sabía cómo ni cuándo su amor por Erendy, o su enamoramiento, mejor dicho, había sucumbido. Así de rápido como llegó se fue. Es que eso era el amor, solo un pestañeo. Pero solo eso podía y debía ser, ya que una locura como esa, de durar mucho tiempo, podría acabar por volver loco a todo aquel que osase pasar las noches en sus aposentos y los días en su vigilia. De ahí entendió Alister que el amor era locura, y una incomparable, solo que él ya pertenecía al mundo de los cuerdos, de los que razonan, de los que desean, de aquellos que han muerto por dentro. Sin duda alguna lo que más hería su ánimo era que no podía complacer quizá a Erendy. No, eso no era, más bien no lograba complacerse a él mismo. Tendría algo que ver con el espíritu o lo mental, quién sabe, pero su deseo por aquella mujer tan intelectual que siempre había estado para él, con quien siempre había soñado, a quien había amado y cuidado, era nulo. Finalmente, Alister decidió apagar la luz e irse a dormir, pues al siguiente día tendría que hacer bastantes cosas. Ya eran las tres de la mañana y todo se encontraba en total calma, cubierto por la ingente oscuridad de la sublime oscuridad.

–¡Ven por aquí, vamos! Ven, corazón en llamas azules…

–¿Quién está ahí? –replicó Alister sobresaltado por la familiaridad de aquellos susurros cervales.

–Ven aquí, tu destino es conmigo… ¡tú serás mío!

–Un momento, esa voz me resulta más familiar cada vez –pensaba Alister mientras caminaba–. Ya lo sé, esa es la voz de…

Aquel muchacho de sentimientos revueltos caminaba ahora por un laberinto donde las paredes tenían muchos espejos, todos los caminos estaban tapizados por estos. El suelo era endeble, como si se tratara de algo gomoso y húmedo. El cielo ardía en llamas, o esa impresión daba, como si el sol se hubiera expandido por todo el lugar. Alister caminó y caminó hasta que los pies no le dieron para más, se sentía exhausto y con náuseas debido al pestilente olor de aquel vertiginoso laberinto.

–Pero ¿en dónde carajos podré estar ahora? Nuevamente parece ser otro de esos extraños…

–Por aquí, mi fiel amante. Por aquí, mi dulce amor –clamaba la voz aguda a lo lejos.

–Entonces ¡sí es tu voz! Sabía que eras tú. ¿Qué estás haciendo aquí? –gritó Alister al vacío sin respuesta alguna.

Hubo un abrumador silencio y, después de un periodo que le pareció descomunalmente extraño, se produjo un estrépito y una lluvia de sangre cayó, empapando a Alister de los pies a la cabeza.

–¿Qué demonios? ¿Acaso esto es sangre? Parece como si me estuviera quemando, pero no la piel o el cuerpo, sino algo más profundo, algo como el alma.

Alister recién había terminado sus elucubraciones cuando en el suelo surgieron miles de vaginas que se abrían y se cerraban, succionando toda la sangre que se había cernido sobre el lúgubre lugar. Se contorsionaban demasiado rápido, eran inmensas, como las de una prostituta muy experimentada. En los espejos se podían atisbar adustas sombras que revoloteaban, como queriendo escapar. Todo el lugar temblaba y la tormenta de sangre aumentó su magnitud, corrió más y más rápido sin rumbo alguno, hasta que, al detenerse, pudo escuchar cómo los espejos crujían y cientos de sombras amorfas se acumulaban frente a sus ojos, formando la figura de una mujer, una que él conocía y muy bien.

–¡Vivianka! Pero ¿qué demonios estás haciendo aquí?

No hubo respuesta alguna, Vivianka parecía sin vida, tan solo un maniquí.

–Vivianka, en verdad eres tú. ¡Estoy seguro! Pero ¿por qué no respondes? ¿Acaso esto es un sueño solamente?

Justo después de que Alister hubo terminado de inspeccionar a Vivianka, surgió del centro del laberinto un ominoso e inmenso tentáculo de tonalidad azul oscuro, uno muy raro, por cierto, el cual fue a incrustarse directamente en la vagina de la mujer y la penetró hasta desgarrarle los intestinos, los cuales escurrían combinados con un líquido nauseabundo, viscoso y negro que había soltado aquél tentáculo, que parecía más un falo. Alister permaneció boquiabierto, aunque, en el fondo, sintió una divinidad increíble proveniente de aquel miembro execrable. Para cuando recobró la conciencia, y totalmente invadido por un temor sin comparación, Vivianka se tragaba sus intestinos hechos porquería por aquella blasfemia, mientras su vientre se regeneraba.

–Vivianka, ¿acaso no me reconoces? Tú me has traído hasta aquí.

–Sí, sé quién eres. Pero ¿qué demonios ha sido todo esto que acaba de acontecer? ¿Cómo pude yo haberte traído?

Vivianka sonrió y dio media vuelta, acto seguido tomó de la mano a Alister y recorrieron juntos un pedazo enorme del laberinto, hasta que finalmente se detuvieron frente a una vieja y desabrida puerta que se suspendía en el aire.

–¿Qué es todo esto, Vivianka? Necesito una explicación y pronto. ¿Cómo es que llegamos hasta aquí y por qué ocurrió ese sacrilegio contigo allá atrás?

Vivianka no respondió, se limitó a sonreír nuevamente y abrió la puerta, de la cual Alister sintió cómo emanaba un olor que jamás había sentido, como si se mezclaran las rosas más bellas y de mejor fragancia con el aroma de la muerte. Vivianka entonces lo jaló y ambos desaparecieron, acto seguido unas alas majestuosas se izaron destruyendo todo el lugar.

–Y ahora ¿en dónde demonios estoy? ¡Ya me estoy hartando de estas cosas!

Alister caminó y exploró el sitio. En esta ocasión se hallaba en una mansión de dos pisos donde todos los cuartos estaban vacíos, o eso parecía, pues al asomarse cuidadosamente se podía observar en la penumbra un ligero revoloteo de sombras traviesas.

–Todo está vacío, me pregunto en dónde se hallará Vivianka y por qué estaba actuando tan extrañamente.

Ahora solo quedaba una puerta por revisar, era la más pequeña y justamente se ubicaba en el centro. Al aproximarse, Alister pudo escuchar cada vez con más fuerza unos gritos atroces y desgarradores que provenían del interior. Sin esperar ni un minuto más resolvió empujar la puerta y más que grande fue su sorpresa al contemplar aquel galimatías impregnado de impudicia. Pudo observarse a sí mismo masturbándose hasta que el pene le sangraba y se mezclaba con el semen, aunque su miembro no perdía nunca la erección. Pero eso no era ni por mucho lo más grotesco, también se hallaba ahí Vivianka como nunca la había visto.

–¡Hola bienvenido a tu deseo, este día serás recompensado con mi jodido y putrefacto coño! –dijo Vivianka, quien parecía arder en llamas y tenía ahora unos cuernos gigantescos en vez de orejas.

Del coño de Vivianka salían cucarachas y una mezcolanza imposible de identificar, parecía más como agua pantanosa y espumosa. Y ella se masturbaba exactamente en la misma sintonía que Alister. Fue ahí cuando este último no pudo evitar mirar al techo, descubriendo otra voluptuosa sorpresa. Totalmente lacerados y con los rostros quemados, además de crucificados, se hallaban ahí los dos hijos pequeño de Vivianka, atacados por las moscas y con los pies amputados. Casi se desmaya Alister de no ser por las lujuriosas palabras que Vivianka pronunciaba:

–¡Soy tu puta, soy una pérfida ansiosa de tu miembro hirviendo! ¡Cógeme, maldito cabrón! ¡Cógeme como lo deseas! ¡Haz conmigo lo que no puedes con mi hermana! ¿Qué estás esperando? ¡Ven y préñame! ¡Échame tu leche caliente y hazme un hijo! ¡Soy tu puta por la eternidad!

Alister, el que contemplaba, miró atentamente cómo el Alister que participaba en la endiablada escena se acercaba a Vivianka y comenzaba a embarrar el semen con sangre en sus cuernos, los cuales comenzaban a emitir un destello enloquecedor. Acto seguido, ella comenzaba a masturbarlo con una habilidad increíble. ¡Era realmente toda una jodida puta en todos los sentidos!

***

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