Capítulo VII (LVA)

Abdeko había contemplado con asombro cómo la conexión entre July y Mertin había hecho revivir una rosa, que relucía con un rojo espectacular. Sin duda alguna, un breve episodio de felicidad, de cariño, de amor en ese vasto mundo de tristeza había surgido. Los 2 locos enamorados experimentaban sensaciones cósmicas que jamás habían creído como reales. Ambos estaban tan solos en su interior, tan carcomidos por el vacío que ocasiona una existencia sin sentido, tan arrastrados por la miseria de sus vidas ridículas. Y, cuando se encontraron aquella tarde, sintieron como si por primera vez estuviesen vivos de verdad. Sí, sus almas colisionaron y quedaron unidas por un vínculo eterno que los envolvería hasta su última encarnación. Pero todo no era quizá sino una alucinación, un sueño dimensional de una mente marchitada cuya psicótica envoltura había creado tal universo.

–Ojalá crecieran más rosas aquí. Me encantan las rosas, aunque jamás hay visto una. Son tan hermosas y huelen muy bien; además, me recuerdan a mi madre. A pesar de todo, siempre adoró las rosas que sus amantes le daban. Sé que no era amor puro ni nada cercano, pero la hacían sentir especial –expresó July, llena de ternura.

–Tú… ¿Cómo puede alguien como tú haber venido aquí? En este sitio solo hay tristeza, algo no cuadra aquí –formuló Abdeko mientras observaba a July–. Entonces viró para contemplar a aquel joven de ojos verdes y tristes, y lo que vio lo dejó estupefacto.

–¡Eres tú! ¡No puede ser! ¡Tus ojos, tu cara, tu cabello! ¡Eres Dios! –gritó alborotado Abdeko mientras se inclinaba ante Mertin–. Lo siento tanto Dios, no sabía que estabas aquí, pero ¿qué hace usted aquí?

–¡Oye, tranquilo! No sé de qué estás hablando. Yo no soy ninguna especie de Dios. Es cierto que a veces pienso que me gustaría que la gente fuese como yo, pero no a tal grado.

–¿No eres Dios? Pero ¡si tienes todo su perfil y su cara! ¡Eres una copia viviente de él! Lo único diferente son tus ojos… Los tuyos son verdes y tristes, mientras que los de él son agresivos y azules. Además, él siempre viste elegantemente y tú no. Entonces ¿no conoces a Dios?

–¡No puede ser! ¿Acaso por Dios te refieres a ese ignominioso sujeto? –exclamó July, abotagada de zozobra.

En ese momento, Abdeko le mostró su pecho a Mertin, y éste pudo apreciar con torvo escalofrío cómo tenía tatuada una figura blanca con puntos negros, que parecía un reptil que se devora a sí mismo.

–¡Esto es imposible! Acaso ¿eres amigo de Desmetis? –exclamó Mertin, fuera de sí.

–¿Desmetis? Y ese ¿quién es? ¡No lo conozco, lo juro! –replicó Abdeko.

–No te hagas el tonto. Hasta tienes un tatuaje del mismo color que su corbata y sus guantes. Sabía que no podíamos confiar en ti, ¡vaya decepción! –exclamó Mertin, lleno de ira.

–Tranquilo, Mertin. No seas tan impulsivo, déjalo que hable –interrumpió July.

–Pero July, ¿cómo puedes decir eso? ¿No ves que está aliado con ese sujeto?

–No lo creo, ya te dije que siento algo sincero en él. ¿Por qué no tratas de contarnos lo que ocurre? –dijo July, dirigiéndose a Abdeko, quien nunca había sentido tal ternura y calidez proveniente de alguien, ni siquiera en su dimensión.

–Está bien, muchas gracias, July. Así es como te llamas ¿cierto? Les contaré lo que sé, espero me crean… No estoy seguro de cómo es que este universo existe, pero está muy bien oculto, porque en el Hipermedik nadie sabe de él. Yo simplemente caí aquí por accidente y, desde entonces, no he podido escapar. En este mundo lo único que impera es el sentimiento más desgarrador de todos, me refiero a la tristeza. A mí no me afecta, pero a todos los seres que habitan aquí sí. Ellos viven inmersos en una tristeza más amarga que cualquier cosa. Todos sin excepción tenemos esta marca que vieron en mi pecho. Aquí existe un Dios, es el único Dios, y sólo él es feliz. Él necesita que lo adoren con tristeza. Y, entre más triste sea una persona, más regocijado se sentirá. Ahora bien, existen tres urbes aquí, que son: Urbe 11, Urbe 13 y Urbe 33. Estas urbes representan respectivamente a la tristeza del pasado, del presente y del futuro. No sé cuál sea el sentido de este mundo, pero tampoco sé cómo salir de aquí. En cada urbe hay un templo que, según parece, es el centro de energía, y emite infinita tristeza a todo el universo. Solamente una entidad viva podría emanar tal energía, y toda la gente de aquí está muerta de tristeza, así que no sé de quién provenga, pero es energía de una entidad que aún subsiste. Escuché también que otras 2 personas como ustedes llegaron aquí, un hombre y una mujer. Además, la tercera urbe es la más poderosa, jamás nadie ha llegado ahí. Algo que es casi imposible es que vean a Dios. Ni siquiera sé si podrán entrar al primer templo porque nadie nunca ha entrado y no sé cómo se entre… Y bueno, eso es todo lo que sé y recuerdo de este lugar.

–¡Demonios! Ahora resulta que tenemos que atravesar este execrable lugar. Pero ¿qué demonios significa esto? Parece parte de una pesadilla –renegaba Mertin.

–Pero si la gente de aquí no habla, ¿cómo es que sabes todo eso? –preguntó July.

–Porque tengo habilidades diferentes. De vez en cuando, puedo leer la mente de las personas, solo que la tristeza me bloquea. Lo hago cuando alguien es llevado al salón Magick. Se supone que hay va la gente que logra ser feliz, es casi como el cielo de aquí.

–¿Acaso dijiste salón Magick? –inquirió July, sorprendida.

–¿No que ya era todo lo que sabías? ¿Qué más tienes que decirnos? –exclamó Mertin, enconado.

–Lo siento, no se molesten. Es que la tristeza obnubila mi memoria, pero, si recuerdo algo más, se los haré saber.

–Bien, entonces tú te encargarás de llevarnos hasta dios –afirmó Mertin.

–¿Yo? Eso ni loco, no podría siquiera acercarme un poco.

–No te estoy pidiendo tu opinión, es una orden.

–¡No quiero! ¡Mejor déjenme en paz!

–Por favor, te suplico que nos lleves hasta él. Como recompensa, te sacaremos de aquí también, tendrás tu libertad al igual que nosotros. Solo guíanos, eso es todo.

Abdeko lo pensó y, después de mucho, aceptó la propuesta con la condición de que él sería el primero en salir. De esta forma, los 2 locos enamorados y el niño de los brazos de crucifijo penetraron en la primera urbe: la Urbe 11. July no dejaba de pensar en lo raro que resultaba todo esto, hasta el nombre del salón era el mismo. Mertin deseaba con todas sus fuerzas que esto fuese parte de una pesadilla y despertar ya, escuchar la molesta voz de su hermana jalándole los cabellos y saltando encima de su cama. Por su parte, Abdeko, ese niño tan desdichado, estaba fascinado por la sensación que sintió cuando July y Mertin se miraron el uno al otro y esa rosa brotó sin explicación alguna. Abdeko guiaba a Mertin y a July manteniendo una actitud bastante amable. Sin embargo, éstos parecían desconfiar de aquel niño absurdo, especialmente Mertin, quien no dejaba de pensar que se trataría de un aliado de Desmetis. July, por su parte, comenzaba a mostrarse más confiada y hasta parecía como si Abdeko le agradase. Aquel niño salido de quién sabe dónde podría ser un aliado en aquel extravagante universo.

–Aquí comienza la Urbe 11. Les repito que se llevarán una gran sorpresa al descubrir que las 3 son pequeñas, pero la tristeza es enorme. ¡Démonos prisa para llegar rápido al templo! –formuló Abdeko.

De, pronto se escuchó una batahola de alaridos que desgarraron los oídos de los 3 aventureros. El sonido era horrible, como si estuviesen masacrando a alguien de manera espantosa.

–¿Qué significa todo esto? –gritó Mertin, lleno de pánico y horror.

–Bueno, les dije que quedarían anonadados… Pero, por favor, no se detengan, el camino es básicamente lineal.

–¿Qué es todo esto, Mertin? Puedo sentir una inmensa tristeza proveniente de este lugar –exclamó July, llena de pánico y agarrándose del brazo del joven de ojos verdes y tristes.

–July, por primera vez pienso que es mejor que no tengas la vista –contestó Mertin tartamudeando.

–Mertin, yo quiero que tú seas mis ojos, por favor. Quiero que me cuentes con detalle cómo luce cada urbe, aun si es luctuosa e infame.

–Está bien, pero lo que te diré probablemente sea demasiado para ti –balbuceó Mertin–. En esta urbe las cosas lucen terribles… El cielo es rojo, muy rojo; un rojo espumoso. Pero eso no es todo, el cielo está tapizado de mujeres que son fornicadas por cerdos morados de 6 cabezas. De dichas cabezas emana una mezcla de vapor y líquido negro que salpica de vez en cuando el suelo, y de este líquido se forman sanguijuelas que se elevan y se pegan en los senos de las mujeres. De la boca de esas mujeres sale un rojo espumoso que se añade al cielo. Cada cerdo está pegado a una mujer y parece no tener fin el sacrilegio.

–Esta es la tristeza que existe en los corazones de las personas.

–Pero ¿cómo puedes estar tan tranquila, July? –exclamó Mertin.

–Porque, de otra forma, me desmayaría, y quiero estar consciente de lo que acontece. Además, tú eres mis ojos y, si tú no te rindes, yo tampoco.

En cuanto a la urbe como tal, era una especie de melancólico sitio de almas muertas. Las personas ahí vagaban de un lado a otro y siempre extrañaban lo ya vivido. Parecía como si el tiempo fuese al revés. Se vivía algo e inmediatamente se aferraba a ese mismo momento, de tal forma que el fluir del movimiento temporal era una mera ilusión. La gente estaba atrapada en sus recuerdos y todo tenía ese infame color rojo espumoso.

–¡Miren! ¡Algo está pasando ahí! –señaló Mertin sobresaltado.

–¡Ah, sí! Eso es un portal ikne. Se abren cuando una persona desea algo con mucha fuerza. Lo que hace es que transporta las almas a un universo paralelo, pero no sé mucho, creo que son peligrosos y traicioneros.

–¿Qué ocurre, Mertin? ¿Pasa algo malo? –inquirió July.

Mertin no contestó, solo observó lo ocurrido y, después de unos segundos, explicó:

–Primero fue una, y luego las demás. Esas personas, o sus almas, mejor dicho, acumulan su tristeza y luego la expulsan para abrir un portal. Entonces atraviesan ese portal y miran fijamente, esa persona puede ir a algún momento de su vida en que parece fue feliz. En otras palabras, se quedan atrapados en un tiempo pasado. Algunas duran más, otras menos, pero siempre regresan y quieren irse de nuevo. Parece que el estar en este mundo les da la tristeza suficiente para abril el portal. Además, cada que se van, una emética figura del cielo rojo desaparece y, cuando regresan, vuelve a aparecer.

–¿En verdad ocurre eso? ¡Qué triste! ¿Cómo puede existir un mundo así en donde la gente vive atrapada en sus recuerdos? –expresó July.

–Porque esta es la urbe de la tristeza del pasado. Las almas son felizmente tristes o tristemente felices viviendo sus recuerdos una y otra vez. ¡Oh, cielos! Parece que hemos llegado al primer templo, vaya que se fue rápido el… ¿cómo se llama? ¡Ah, el tiempo! ¡Es aquí! –expresó Abdeko.

Al fin, July y Mertin habían llegado al primer templo. Era pequeño y tenía ese tono necroazul tan peculiar. Arriba de la puerta estaba el mismo apotegma que leyeron al entrar en la urbe y la puerta estaba volteada. Apestaba por doquier a algo que Mertin identificó como vomito con excremento, y la vibración era tan anómala que los pies les temblaban.

–Ahora el problema será cómo entrar –comentó Abdeko.

Sin embargo, tan pronto como July y Mertin se colocaron enfrente de la puerta, ésta se abrió de par en par.

–Bueno, entonces ¡entremos ya! O, sino, nunca llegaremos hasta donde Desmetis se parapeta –formuló Mertin.

–¡Vaya, me siento de cabeza! –dijo July–. Parece que nos hubieran volteado, creo que tengo muchas náuseas.

–Seguramente es otra trampa de ese maldito Desmetis. ¡Cómo odio a ese malnacido! –bramó Mertin.

–No es eso –rápidamente intervino Abdeko–, es solo que el…, el tiempo y el espacio están volteados, y aquí la energía es más fuerte.

Los 3 aventureros contemplaron con horror cómo todo el templo estaba tapizado por mujeres que eran ferozmente violadas por bestias de todo tipo, pero, en especial, por aquellos cerdos de cinco cabezas que vieron en el cielo, mientras había otros que reían y hacían apuestas. También había osos de peluche descuartizados y muñecas deformes. Todo el templo estaba tapizado de esa forma, invadido por el infernal rojo espumoso que no dejaba descubierto ningún recoveco.

–July, será mejor que no te cuente todo lo que está pintado aquí –exclamó Mertin.

–¡Algo le ocurre a July! –gritó Abdeko lleno de horror y brincando como un pollo–. ¡Ayuda! ¡Por favor, Mertin!

–¿Qué te ocurre, July? ¿Por qué tus ojos están sangrando y tienes cortadas en tus brazos? –preguntó Mertin con la cabeza convulsionada.

–No se preocupen por mí. Es solo que, desde que entramos a este templo, mis sentimientos se transforman en imágenes y puedo observar lo que ustedes ven con sus ojos. De algún modo, todo este sufrimiento mi mente lo manifiesta en mi cuerpo, pero no se preocupen –dijo July levantándose y sonriendo–. Yo acepto el sufrimiento como parte inmanente del ser y de la vida.

–¿Cómo podría existir una persona así? –se preguntaba Abdeko–. Alguien que esté dispuesta a aceptar tal sufrimiento y con tal determinación. Ella es, sin duda, incomparablemente hermosa y perfecta.

Los 3 aventureros prosiguieron y, al llegar al centro del templo, admiraron aquello que permanecería en sus memorias por siempre. Aquella infame y nauseabunda imagen que aparecía ante sus ojos los dejó más que boquiabiertos y les paralizó todo el cuerpo, porque ellos aún tenían uno.

–¡Es Patty! ¡No lo puedo creer! –expresó Mertin con fuerzas de quien sabe dónde y con la cara invadida por un cerval asco.

En efecto, era Patty. Solo que detrás de ella, había una criatura que nadie hubiese querido imaginar alguna vez. Esta criatura tenía toda la fisionomía de una mujer. Estaba desnuda y su cuerpo era rosa con llagas en la cadera, tenía por pies una especie de garras regordetas color necroazul y uñas negras. También poseía una cola del mismo tono con escamas y en forma de escorpión, la cual terminaba justamente en un aguijón negro. En la parte superior, su brazo izquierdo era normal, no así el derecho, pues tenía una prolongación viscosa y necroazul que terminaba en una pinza de color rojo espumoso con dientes de tiburón. En su espalda, tenía alas negras y desgatadas como las de un murciélago, pero más puntiagudas. Su cara parecía sin vida y llevaba una clase de máscara que le cubría la boca, de necroazul y de la cual emanaba un líquido que parecía ser sangre. Sus cabellos eran sanguijuelas que revoloteaban y su presencia era sumamente oscura.

–¿Qué demonios es eso? Y ¿qué le está haciendo a Patty? –exclamó Mertin con horror.

–Mertin, ¿podrías decirme que está haciendo esa cosa con Patty? Es que mi visión interna de hace unos momentos se distorsiona –sostuvo July.

–Esa cosa está… ¡Tiene ese aguijón metido en el ano de Patty y con esa pinza le tiene sostenido el cuello! Ella está sangrando terriblemente y la criatura, con esa máscara repugnante, le está mordiendo su boca.

–Abdeko, ¿tú sabes qué es esto? –preguntó Mertin presa del pánico.

–Yo no sé nada al respecto, jamás había visto algo así –replicó este.

–¡Demonios! ¿Qué podemos hacer? ¡Iré hacia allá! –gritó Mertin al tiempo que se acercaba hacia donde yacía su amiga y la nefanda criatura.

–¡Mertin, espera! ¡No hagas eso! –le suplicó July.

De pronto, Mertin sintió una increíble contracción y escupió un chorro de sangre más oscura de lo normal, al tiempo que profería un grito retumbante. La criatura se acercaba a él rápidamente utilizando a Patty como escudo.

–¡Cuidado, Mertin! –advirtió Abdeko, quien estaba paralizado de miedo.

July quería ir hacia allá, pero su visión interna era oscura y sus sentimientos no le permitían sentir más. En ese instante, Mertin estuvo frente a esa infame monstruosidad y, súbitamente, Patty abrió los ojos.

–Mertin, eres tú… Sabía que te volvería a ver algún día.

Patty apenas podía hablar, y su boca estaba carcomida por las mordidas de aquella infamia que la penetraba con esa especie de aguijón necroazul.

–Yo…, en verdad…, lo siento. No sé cómo pasó todo esto. Nosotros solamente te seguimos cuando te fuiste hacia el bosque y, de pronto, algo nos atacó. Sentimos cómo se metía dentro de nosotros, luego perdí el conocimiento. Koko también está por aquí, pero no sé dónde.

–Patty, no tienes por qué disculparte. Lamento haberlos involucrado en esto. Incluso si yo no regreso, ustedes deben hacerlo. ¡Tú y Koko estarán bien! –expresó Mertin con lágrimas en los ojos.

–No seas tonto, Mertin. Yo estoy parasitada con esta cosa que está detrás de mí. Puedo sentir cómo se alimenta de mí, y no físicamente, sino espiritualmente. Yo estoy aquí porque, gracias a mí, esta villa subsiste: es mi propia tristeza la que alimenta este mundo. En verdad estoy tan arrepentida, porque yo soy le esencia de la tristeza del pasado, yo merezco estar aquí –musitó Patty con un líquido entre necroazul emanando de su boca, su nariz y sus ojos. Además, de su parte íntima salían y entraban sanguijuelas que le causaban un tremendo dolor.

Entonces fue que pasó la desgracia. El templo desapareció y los 3 aventureros contemplaron como eran llevados a otro plano dimensional, estaban siendo arrastrados por un portal ikne hacia una reminiscencia de Patty. Todo era confuso, todo temblaba y resplandores de aquel rojo espumoso opacaban cualquier otra clase de cielo. July estaba en una especie de trance, Abdeko temblaba como un perro y Mertin no lograba procesar la veracidad de aquellos deplorables sucesos.

–Espero puedan perdonarme, Mertin. Yo nunca quise hacerles pasar por esto, pero, sin saberlo, mi tristeza era demasiada. Ya no quiero volver a ese lugar. ¡Ya no! ¡Ayúdame, rápido!  –gritaba Patty, quien lucía irreconocible para Mertin.

De pronto, los 3 viajeros se hallaron como espectadores de un luctuoso suceso. Jamás hubieran siquiera imaginado algo así, pero pasa que la vida de las personas es más miserable y vacía de lo que siempre se intenta aparentar. En realidad, la existencia no tiene ningún sentido y los sucesos son irrelevantes, pero los humanos se aferran a sus absurdas concepciones y a sus patéticos sentimientos. Lo mejor, indudablemente, sería que una raza tan ignominiosa como la raza humana fuese exterminada de golpe. Para Patty, el absurdo de su vida era algo que la consumía lentamente y que, por desgracia, ya no sabía cómo evitar. Tan solo había un ser en todo el mundo que podía proporcionarle una especie de antídoto contra la repugnancia inmanente que experimentaba, y ese ser no era otro sino el chico que amo desde el primer momento en que lo vio.

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Libro: Los Vínculos del Alma


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