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Corazones Infieles y Sumisos XII

Alister estaba un tanto pensativo acerca de aquella situación. Y es que en verdad había algo extraño. ¿Acaso era normal que un simple humano pudiese cuestionarse y asquearse de la existencia hasta el punto de obsesionarse con el suicidio? Porque Alister realmente lo estaba… Sin embargo, pertenecía a la clase de suicidas que no cometen el acto en sí, que no se atreven a cruzar la puerta que permanece siempre abierta. Así es, Alister no era capaz de quitarse la vida, y, quién sabe si lo sería en un futuro, cuando ya no pudiera soportar por más tiempo la tremenda y vomitiva agonía que le ocasionaba sentirse obligado a vivir en un mundo que no significaba nada para él, rodeado de personas a las que no quería ver ni escuchar. Y, por encima de ello, experimentando una profunda sumisión sexual con la persona que creía haber amado durante los últimos años. Por eso, y solo por eso, es que había sido infiel. Porque había sido arrinconado hasta lo más delirantes senderos de su psique, porque no había hallado respuesta a una situación que naturalmente le afligía el alma: el no poder excitarse con su novia.

Y era particularmente desdichado puesto que en su mente lo deseaba con todo su ser. ¡Oh, sí! Claro que añoraba poder penetrar a Erendy, recorrer su piel, sumergirse en su cuerpo y besar su boca mientras la hacía gemir de placer, mientras causaba en ella un desbordamiento de orgasmos infinitos. No obstante, aquello era solo producto de sus fantasías, y es que, incluso en ellas, no figuraba Erendy. ¡Qué extraño! Ahora que lo pensaba, nada tenía sentido… ¿Cómo concebir que se pueda amar a una persona si no se siente por ella el más mínimo deseo sexual? ¿Acaso sería solo lástima, compasión o, quién sabe qué cosa, lo que causaba en su ser un alma tan sublime como la de Erendy? ¿Podría algún día desearla en lugar de solo cuidarla? ¿No era acaso todo esto solo parte del absurdo en el que estaba condenado a existir? De nuevo, el dolor de cabeza lo apabulló y una intensa aflicción le desgarró el corazón, pues nada, según entendía, podía hacer para cambiar su miserable y fatal destino, uno que ni siquiera le era posible apreciar.

–Pues no sé muy bien. Solo un ser con demasiada fluctuación espiritual es capaz de consagrarse a tales labores internas de protección tan inconscientemente. Puedo no ver, pero sí presiento que existe un camino de penumbras para ti. La divinidad demoniaca parece imponerse, tu fortaleza es endeble en ciertos aspectos. No me lo creas, pero tu destino es la tragedia de existir.

–¿A qué te refieres? ¡Explícame más! ¡No te vayas, vuelve aquí! –parlaba Alister bajo la sombra de un árbol, al tiempo que observaba al niño carroñero perderse en la penumbra. En su delirio, creyó ver que ese niño extraño llegó a levitar.

Durmió sin soñar y, cuando despertó, pensó que todo había sido un sueño, y quizá sí lo fue, solo que todos estaban despiertos para vivirlo en el sopor. El niño no estaba por ningún lado. El cielo seguía triste para Alister, nadie lo había tocado, nada se había desordenado, parecía una especie de traslado a otro mundo, e incluso el tiempo se había congelado.

–Pero ¿qué demonios me ocurre? –se cuestionó a sí mismo–. No puedo creer en tales zarandajas, solamente me dormí y ya. Todas esas reflexiones inventadas por mi mente se esfumarán de mi camino.

Se puso de pie y se sorprendió cuando descubrió unas muy telescópicas incisiones en su frente, pero no prestó atención de cualquier modo. Luego, aplastó la bugambilia congelada que se había adherido a su cuello y emprendió el regreso a casa, entre sollozos y llantos, extrañando con todo su ser el regazo de Erendy y su cálido abrazo.

Mientras tanto, en la casa de Erendy sus padres estaban peleados. Discutiendo siempre por zarandajas, toda su familia parecía irse al carajo, no se lograba una armonía en el hogar. Aunque esto era normal en la sociedad actual, la familia siempre estaba en paz cuando llegaba la muerte o la lejanía, de otro modo la guerra nunca perecía. Vivianka no conseguía hacerse de tiempo en su día para culminar sus estudios de maestría, siempre ocupada con sus hijos pequeños y recriminándose por no haber conseguido un esposo más adecuado y guapo, más joven y adinerado. Su realidad se reducía a ser abstraída de la realidad en su consultorio, recibiendo regalos, halagos, hipocresías e, incluso, propuestas indecentes. Sin embargo, ella era fiel a… No, no era fiel a su esposo, era a algo más, una creencia, una fe, una moral.

No, eso no podría ser, en realidad solo había alguien que había cambiado su vida desde que llegó por derroteros impensables, desde que lo escuchó y admiró cada detalle de él. A partir de entonces, aquel hombre para ella se había convertido en su adoración, en el motivo de despertarse, en su luz y su cuidado, en su prioridad, más aún que sus hijos. Tan solo anhelaba tocarlo y presenciarlo, emanciparlo y poseerlo a la vez. ¡Qué lástima! Si no fuera por Erendy, si el destino hubiese sido diferente, si lo hubiese conocido antes, si tan solo Alister fuera su cómplice… Cada idea sucumbía ante la tentación menos disfrazada de indecente arrebato sexual.

El domingo llegó sin más ni más, Alister visitó a Erendy y todo transcurrió con tranquilidad. Vivianka se mantuvo como siempre en su consultorio, atendiendo pacientes hasta altas horas de la noche. E, incluso en la madrugada, no quería perderse ni un solo detalle de los dientes que revisaba con tanto ahínco. Después de la comida el padre de Erendy cayó en un profundo sueño en su habitación, su madre se fue con su hermana y no regresaría sino hasta el día siguiente. Todo se acomodó para que Alister y Erendy sintieran su desnudez y el contacto se produjo.

–Te amo con toda mi alma, Alister –fueron las palabras que Erendy pronunció al ser penetrada.

Alister ni siquiera supo qué decir. ¡Qué distinto era aquello de lo vivido con Cecila! Era incapaz de sentir esa lascivia, ese deseo y ese anhelo de arremeter contra la vagina de Erendy. Pero ¿por qué? ¿Qué clase de extraña condición ocurría en su mente, en su sexo, que impedía lograr el tan añorado encuentro sexual con la mujer que creía amar?

–Te amo, le das paz a mi tormento –fue lo que profirió después de un tiempo de reflexión.

El pene de Alister perdía dureza poco a poco, podía él sentir la flacidez, lo insípido de aquel desliz. No sabía si debía confesarlo a Erendy o mejor esperar. Quizás algún día todo cambiaría y la desearía, tal vez en algún momento podría cogerla como a la puta de Cecila. Todo se bloqueaba en su mente, ni siquiera imaginar pornografía servía.

–¡Me embelesa sentirte dentro de mí! –expresaba Erendy, extasiada hasta el límite, ya con varios orgasmos en tan poco tiempo.

Y es que para Erendy significaba todo el estar con Alister. Era su adoración, su dulce tesoro, su parapeto sagrado, su utopía paradójicamente realizada. Empero, para Alister significaba aquello un suplicio, pues él deseaba otra cosa, otro enfoque. En vez de follársela, querría haber estado tan solo recostado con ella abrazándola, atravesando planetas montados en anémonas iridiscentes y riendo eternamente al sentir el polvo cósmico inundando cada milímetro de sus trajes espaciales, mismos que los mantenían atados a la falacia que era la vida, a la fatigosa y tediosa existencia rezagada entre los planos, debilitada entre los antiguos seres fulgurantes. Y ahora todo se reducía a la divergencia, a alimentar al arconte de los gnósticos con lascivias y pudor.

–¡Tócame los senos, hazme tuya! ¡Dame más fuerte, no te detengas! –seguía exclamando Erendy.

Fue entonces que Alister, al sentir cómo su miembro perdía rigidez, optó por sacarlo y pedir sexo oral a Erendy, quien accedió encantada. Alister en verdad estaba inhabilitado para proferir palabra alguna, tan solo se concentraba en no perder la erección. Totalmente fuera de sí, torturado por la distracción de lo que no puede ser por más que se intente, se lamentaba sin control. Sin duda, ¡qué distante era la sensación y el deseo que sentía por Cecila aquella noche! ¡Qué estupidez que existieran el sexo y el amor a la vez!

–¡Mételo hasta el fondo! ¡Ponlo entre mis senos, sacúdelo! ¡Me encanta, me vuelves loca! –gimoteaba Erendy ahíta de placer, con la vagina hirviendo y escurriendo.

Empero, lo anterior no era tampoco motivo lo suficientemente candente para encender la llama en Alister, quien parecía perplejo, como sustraído en otra realidad. ¡Qué miserable se sentía al saber que tal placer lo disfrutó al máximo con otra mujer que nunca se compararía con Erendy! ¿Acaso la infidelidad era responsable de explotar y fulgurar todo lo que llegase a sentir la noche en que lo hizo con Cecila? Tan patético se sentía, tantas parejas cogiendo diariamente, entregándose y besándose. ¿Era eso el amor? ¿Todo lo que quedaba a los animales era la entrega sexual? Entendía ahora que amar a una persona era ajeno a desearla y creía con más vigor en esa teoría de la sumisión, tan rara e insulsa. Podía sembrar un mundo donde la contemplación y no la actuación representase la máxima liberación del hombre esclavizado por la eternidad. El amor, como todo lo demás, terminaba por ser temporal, absurdo e irrelevante. El sexo, en cambio, llenaba el vacío y convertía la razón en la fuerza para destruir el corazón del sinsentido por unos instantes.

–¡Mételo de nuevo! ¡Quiero sentirte hasta adentro! ¿Acaso no me deseas? –expresó suspirando profundamente Erendy, con los ojos ya en blanco.

Ahora Alister la embestía, pero el desgano era latente. No lo gozaba en lo más mínimo, no era adepto al cuerpo del espíritu que tanto apreciaba. Sin embargo, justo cuando su miembro parecía que iba a perder toda su fuerza, ocurrió lo indecible, lo sacrílego, lo injusto e irreal. En un arrebato de locura por sentirse excitado mínimamente, Alister, y su subconsciente quizá, fraguaron poco a poco una silueta.

–¡Más duro, dame más! ¡Así, qué bien lo haces! –vociferaba Erendy, presa de múltiples y dementes orgasmos.

Era una silueta inmensa, como nunca la había concebido. La visión infame duró menos que una milésima de segundo, entonces apareció algo aislado del concepto del tiempo, con una rapidez inimaginable. Alister pudo contemplar una entidad demoniaca y angelical a la vez, hombre y mujer, hermafroditismo existente en licor de rosas. Contempló los ojos más hermosos, puros y despampanantemente morados, parecidos a las bugambilias marchitadas. También unas alas con picos, unas manos con puntos, y, sobre todo, ese execrable miembro doble, esa majestuosidad donde parecía que el negro se había tragado al azul. Alrededor de esta divinidad se revoloteaban incontables sombras amorfas, que daban la impresión de reír y de sollozar a la vez. Lo más peculiar fue cuando el sonido de una trompeta macabra se escuchó y la divinidad demoniaca levantó sus alas, diseminando un gas dual, insertando sus tentáculos en Alister, quien sentía un cambio de destino, una violación a su libre albedrío. Así fue como en un santiamén pasó todo lo anterior. Incluso, Alister dudaba de su veracidad, pero en sus sueños aparecían remanentes de esta singular quimera, en su falacia había tergiversado la verdad de su destino.

Inmediatamente después de haberse evaporado la quimérica realidad percibida e interactuada en su mente, la viva, majestuosa y bastarda imagen de Vivianka apareció e invadió cada parte de la cabeza de Alister. Su miembro experimentó un realce como nunca, una excitación tal que parecía que su pene iba a explotar en cualquier momento, cosa que Erendy disfrutó soltando un ligero quejido y una venida que empapó las sábanas. En su nueva alucinación Vivianka lucía radiante, ataviada con aquel vestido negro, con esas piernas tan frescas, llamativas y deliciosas, con esa soltura, esa voz y sensualidad tan propias. Al mirar a Erendy, Alister intercambió su cara y su ser por el de Vivianka. Ahora sentía cómo era follar esas majestuosas y brillosas piernas, quería sentirlo por más tiempo, añoraba penetrarla por siempre, hacerse de su vagina usada. Sin embargo, tal fue el efecto que produjo en él la llegada de la mentalizada Vivianka, que Alister terminó apenas afuera de la vagina de Erendy.

Ambos limpiaron el relajo y se recostaron en los sillones de la sala, se quedaron profundamente dormidos y, minutos después, Vivianka entraba en escena, mirando con envidia cómo Erendy yacía totalmente relajada en los brazos del que ella hubiese deseado fuese su esposo. Al despertar, Alister miró a aquella jovencita que era capaz de morir por él y sintió un vacío y una repugnancia hacia él mismo como nunca. Si tan solo pudiese trasformar esa ternura, ese cariño y esa admiración en ansia sexual, todo sería completamente diferente, quizá podría alcanzar en grado mínimo la felicidad. Algunas lágrimas brotaron de sus ojos, escurriendo hasta los cabellos de Erendy. ¡Qué raro era que llorara, qué complejo era que su amor no se manifestara sexualmente!

Durante la semana, Alister recobró ánimos y se empecinó en admitir que el sexo no era necesario, se hundió en la lectura de libros raros, filosóficos y hasta espirituales. Se enfrascó en reflexiones profundas y en pensamientos controvertidos, concluyendo que el contacto sexual resultaba irrelevante. Un día en que se hallaba leyendo apaciblemente, se acercó a él Yosex. Este último era uno de sus mejores amigos, aunque no tenía muchos, quizá fuese el único. Venía de una asesoría, pues, a decir verdad, era muy inteligente, al menos en aspectos escolares. Le agradaba contarle cosas y ambos tenían puntos de vista similares; además, Yosex escuchaba y solía creer en las palabras de su amigo, hasta ya hablaba igualmente del sistema y de los temas frecuentemente disipados por los labios de Alister.

–¿Qué tal? ¿Cómo te va? ¿Por qué tan solo? –inquirió Yosex en tono amigable.

–Es que necesitaba meditar algunas cuestiones. Además, me he propuesto terminar este libro.

Alister mostró a Yosex unas hojas que parecían impresas, el título decía: El burdel de las parafilias.

–¿Es en serio? Pensé que era un mito –dijo Yosex sobresaltado y con las pupilas dilatadas.

–Pues ya ves que no. De hecho, fue muy fácil de obtener, ni siquiera tuve que entrar al bajo mundo. Deberías leerlo, te gustará, es de tu estilo.

–Sí, lo haré. Deberías prestármelo –afirmó Yosex en tono malicioso.

–Ten –respondió Alister ante la mirada incrédula de su amigo–. Yo ya lo he terminado, me ha quedado algo bueno de él, supongo.

Sin pensarlo dos veces, Yosex arrebató el significativo ejemplar a su amigo. A continuación, ambos siguieron charlando y acordaron caminar juntos. En unas horas comenzaba su clase, así que tendrían tiempo de ir a comer y comentar sus últimas vivencias intrascendentes.

–Y ¿cómo te va con Erendy? –preguntó Yosex mientras mordía una jugosa pierna de pollo y el caldo escurría hasta sus pantalones.

–Bien, ya sabes. Hay problemas, pero creo que podremos salir adelante.

–Me da gusto. Al menos tú tienes a alguien que te quiera.

–Sí, supongo. Pero ya verás que encontrarás a la persona perfecta para ti. Es cuestión de suerte, ya vendrá…

–Sí, yo igual creo eso. Pero, mientras tanto, podré disfrutar cuanto pueda.

–¿A qué te refieres con eso? ¿Cómo disfrutar?

–¡Sí, ya sabes! Tener relaciones sexuales con varias chicas a la vez sin alguna especie de compromiso. También quiero fornicarme a algunas putas, es mi mayor sueño.

–¡Ah! ¡Te refieres a eso!

–Sí –respondió Yosex frunciendo el ceño–. Tú debes saber que yo soy virgen.

–Lo sé, tú me contaste eso hace ya un tiempo. No tienes de qué preocuparte, no se lo diría a nadie más.

–Eso espero, porque, de otro modo, te golpearía –afirmó Yosex con su característica voz aguda, tan molesta como siempre.

En realidad, era en un sentido irónico lo que ambos solían platicar. Yosex siempre había visto con algo de envidia a Alister por sus características físicas, pero lo apreciaba demasiado para dejar que esa ambición se propagara.

–Y entonces ¿no buscas una relación seria?

–No, bueno sí. Digamos que, si se da, qué bien. De otro modo, pues ¿qué puedo hacer?

–Y, si tuvieras novia, ¿la engañarías o serías fiel? –inquirió Alister contrariado y tratando de sentir empatía.

–Depende, pero yo creo que sí terminaría engañándola.

–Pero ¿por qué dices eso? ¿Incluso si la quisieras mucho?

–Quizá sí, no estoy seguro. Nunca he considerado ese tipo de cosas como algo sagrado. Sabes que platico contigo porque tú no eres un moralista sin remedio.

–Sí, no tienes de qué preocuparte. Me parece interesante eso de las personas, que logren expresar sus deseos más depravados.

–Pues te aseguro que yo tengo muchos, pero los mantengo bien ocultos.

–Todos los tenemos, Yosex. Es solo que la mayoría los reprime para encajar en la sociedad, ya sabes, estamos supeditados a ello.

–Sí, y, como te decía, –interrumpió Yosex–, solo la engañaría si alguien más me lo pidiera. Yo no buscaría a nadie, pero, si ese alguien viniera a mí pidiendo un encuentro sexual, no me negaría.

–Y ¿si te descubre la persona a la que realmente crees amar?

–Tengo mis estrategias para eso; no obstante, en caso de que sucediera, pues ya ni modo, me atendría a las consecuencias.

A Alister le parecía graciosa la plática, incluso hablaba con cierto sarcasmo. En el fondo, sabía que alguien como Yosex, con esa voz y ese físico, con esa condición tan lamentable y esa mente tan cerda, no podría conseguir alguna vez a alguien que realmente lo quisiera, y ¡el muy animal incluso pensaba en la utopía de tener varias chicas! Pero ¿qué no era él igual que Yosex? ¿Acaso lo que tuvo con Cecila no pertenecía a la situación que su amigo acababa de describir? Lo único que lo separaba de aquel pusilánime estaba representado por su atractivo físico. ¿Yosex era un pobre mendigo? ¿Quién era él para juzgar así a su amigo? Incluso, parecía que este describiese su situación. Recapacitó y dijo:

–Me parece una forma de ver las cosas muy peculiar. No demasiadas personas admitirían algo así con tal naturalidad.

–Pues tú no te imaginas todas las ideas que tengo, supongo que son muy pervertidas.

–No tienes idea de lo que podemos llegar a pensar sobre esos asuntos, el ser humano es extraño y difícil de entender.

–Ni que lo digas. Hay mucho que la psicología jamás entenderá en nosotros, tantos secretos por dilucidar en nuestras cabezas –se apresuró a responder Yosex, como si eso le proporcionara una especie de alivio.

–Así es. Y, como te decía, –exclamó Alister con ese tinte tan repleto de sabiduría que impregnaba cada palabra emanada por sus sublimes labios–, generalmente seguimos patrones establecidos por la sociedad, todo lo que hacemos es no salirnos del renglón. Por ejemplo, si en la sociedad estuviese bien visto tener varias mujeres, como lo es en otros países, sería permitido y alabado. O, si realizar orgías fuese algo permitido, todos lo haríamos. Si tener amantes estuviese bien valorado, todos tendríamos sin ocultarlo o sentir temor o pena por ello. Si se permitiese, e incluso se promoviese el incesto, ya todos hubiéramos follado y preñado a nuestra propia madre.

–¿Tú crees eso? ¿Cómo es que estás tan seguro?

–No estoy seguro de ello, Yosex, pero es una suposición. Así somos los humanos, no nos importaría y no pararíamos ante nada ni nadie en términos de guerra y sexo, eso nos ha convertido en lo que tanto detestamos. O es algo de lo que interpreto y he leído de las teorías que trato de entender, no me hagas mucho caso.

Yosex parecía pensativo. En realidad, le llamaba la atención todo cuanto tuviera que ver con deseos sexuales prohibidos, pensaba en todo cuanto su amigo decía y se imaginaba a él mismo en un mundo así.

–¿En dónde puedo hallar información al respecto?

–Pues esas solo son mis ideas, a fin de cuentas –colegió Alister otorgando una sonrisa a su amigo–. Pero, si quieres más información, te recomendaré una extraña teoría que leí. Se llama la teoría de la sumisión. Y solo he visto un libro de ello en toda mi vida. Al parecer, fue propuesta por algún demente suicida que se limitó a dejar un único ejemplar.

–Y ¿en dónde lo leíste tú? ¿Tienes ese ejemplar?

–Eso es lo singular, creo haberlo soñado, incluso. La verdad me costó bastante trabajo, lo tenían en una antigua caja de libros que iban a quemar los tontos de la biblioteca de la escuela.

Ni siquiera había terminado de hablar el trágico amante cuando Yosex ya corría a conseguir el ejemplar. Se podía observar que iba excitado por la plática. Cuando Alister recordó un poco más acerca del tema, vino a su cabeza la tesis principal que señalaba que ningún ser humano podía ser totalmente dueño de sí mismo; dicho de forma más práctica, que nadie tenía control de sí mismo y que era, por ende, imposible no tener un amante. La personalidad real se sometía ante la pareja que se amaba, pero despertaba y se incendiaba con quien solo se deseaba. Parecía como una pesadilla, pues ahora resultaba esa teoría cobrar efecto en él. Tomó sus cosas y partió camino a casa, sospechando ser guiado por la indivisibilidad de los pergaminos enmohecidos.

Sin meditarlo un poco, Alister se encerró en su cuarto al llegar a su hogar, y al mismo tiempo que Yosex, ambos se masturbaron tanto como pudieron. Yosex no halló el ejemplar, pero imaginaba tremendas orgías, incluso sexo con animales. Por su parte, Alister no podía parar en construir relatos que terminaban con la hermana de Erendy y él teniendo relaciones. Eso era lo que lo llevaba a la locura en todo aspecto, lo que tanto afligía su ser. Gozar lamiendo el flácido y apestoso coño de Vivianka se había convertido en más que un simple deseo, era ya su sino.

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Corazones Infieles y Sumisos


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