Capítulo XLII (EEM)

No sabía qué decirle. Me temblaba la boca y mi cerebro no reaccionaba. ¿Qué hacer? Si le decía la verdad, quién sabe cómo se pondría. Suponía que no sentía gran afecto por aquella niña pringosa, que incluso su muerte podría resultar liberadora para ella. No obstante, me encontraba ya en una situación demasiado compleja como para complicarla aún más. Pero, si le mentía, tarde o temprano averiguaría la verdad, y también correría peligro. ¡Diablos! ¿Qué hacer? Más decisiones, estaba estresado. Todo era tan demoniacamente absurdo.

–No, yo no sé nada acerca de Jicari. Tal vez fue a ver qué hacer por ahí.

–¡Mientes! Sé que hay algo que me estás ocultando, pero, cuando logre discernir qué es, me las pagarás…

–No, la verdad es que yo…

–No importa, iré a buscarla por mi cuenta y le daré su merecido. Desde ahora le prohibiré salir y también que te visite. Tendrá que aprender por la mala esa niña tonta.

Me gustaba cuando Akriza se enojaba, pues lucía aún más bonita que en su estado natural. Además, tría puesto ese vestido negro de flores rojas que tanto me embelesaba. Sentía unos deseos enormes por estrellarme en su sublime boca, sin importar si acaba de hacer sus cosas asquerosas. No sé qué me impulsó entonces, pero decidí que no tenía sentido ocultarle la verdad. Me arrepentí al momento y luego lo reconsideré. Estaba decidido a cualquier cosa con tal de no perder la oportunidad.

–Oye, Akriza. Espera un momento. Quizá sí sepa algo, pero…

–Pero ¿qué? Ya dime de una buena vez, que me estás preocupando.

–Bueno, no es algo que quisiera decirte en las escaleras.

–No puede ser… ¿Será acaso lo que me imagino?

–Lo que ocurre es que… ¡Jicari se suicidó! –afirmé totalmente convencido de que hacía lo correcto, y de que no tenía caso evadir la verdad.

El golpe surtió efecto de manera inmediata. Akriza se quedó absolutamente ensimismada, ni siquiera exclamó una sola palabra. Estaba como petrificada, estupefacta, anonadada por completo. No sé a qué se haya querido referir con la expresión “¿será acaso lo que me imagino?”, pero era evidente que no se imaginaba algo así. No sé por qué, pero en aquellos instantes solo pensaba en besarla y hacerla mía, ¡lucía tan espectacularmente preciosa! Me importaba un bledo Jicari y su muerte, ahora solo pensaba en Akriza y su majestuosa belleza. ¡Vaya mujer! Y es que superaba con creces a Selen Blue y a cualquier otra. Akriza me gustaba de un modo único, pues, si bien es cierto que la deseaba, no era solamente que deseara su cuerpo, sino algo más en ella, algo escondido en su ser, algo mucho menos carnal. Era esa clase de mujer que quisiera contemplar y tener a mi lado aun si no me ofreciera sexo. Pero sabía que la deseaba, eso era inevitable, quería besar esa boca intrigante y perfecta.

–¡Imposible! ¿Cómo dices? Jicari se suicidó…

–Sí, así es.

–¡No lo creo! ¿Cómo pudo suceder? ¿En dónde?

–Fue hace poco, en las orillas de la ciudad, en la parte donde habitan aquellos marginados y donde la pobreza es extrema.

–¿Tú estuviste con ella? ¿Cómo fue que se suicidó?

–Sí, estuve con ella… hasta el último momento. Se arrojó al canal de aguas negras, ese donde todo mundo arroja basura y donde yacen los cadáveres de aquellos que se matan por no soportar el hambre.

–Pareces saber mucho acerca del incidente. ¿Es que acaso tú…?

Sin decírselo explícitamente lo había intuido. Era una mujer demasiado inteligente, diría yo. Sabía que yo había contemplado cómo Jicari se había acercado a la orilla del canal, y también había leído en mi mirada indiferente cómo no solo le había permitido suicidarse, sino que incluso se lo había aconsejado. Ahora el único dilema sería discernir si Akriza también sabía que la muerte era lo único espiritual y sublime que había en la existencia. De ser así, se alegraría por el suicidio de aquella niña mugrosa que otrora fuese mi única amiga.

–Ella fui ahí por su cuenta, supongo que ya lo tenía planeado. Cuando yo la encontré, estaba tirada en un montón de basura, llorando y gimiendo como alienada.

–¿Llorando dices?

–Sí, eso.

Pensé que no sería una buena idea mencionar a Akriza lo que Jicari había visto (a ella dándose un festín con su mierda vomitada), pues quién sabe cómo reaccionaría, en especial tras haber recibido la noticia del suicidio de su pringosa hija. Debería mantenerme alerta y esperar la oportunidad ideal para encasquetarme en su corazón con el pretexto de ayudarla. Sin embargo, cuando la primera lágrima escurrió por su mejilla, me sentí desarmado. ¡Cuántos deseos tenía de besarla, abrazarla y consolarla! Era como una pobre e indefensa flor expuesta ante los violentos y desalmados vientos de la vida que nunca mostraban piedad alguna.

–¿Por qué? ¿Por qué se lo permitiste? Tú estabas con ella cuando tomó la decisión, ¿por qué no lo evitaste?

–Porque no había razón para hacerlo. Supongo que ya lo sabes, puedo ver en tus ojos que sí. Este mundo es una miseria, una estupidez, un sinsentido absoluto. No existe nada que haga valiosa la vida, nada por lo cual valga la pena luchar o ir más allá. Intentar cambiar este mundo es el acto de un necio, de alguien sumamente ingenuo y ciego. Lo sé bien porque antes pensaba así, creía que había la posibilidad de hacer algo para mejorar, pero no contaba con la estupidez de las personas. ¿Cómo cambiar algo que no quiere ser cambiado? ¡Es tan absurdo y tonto! Aquellos a quienes intentas cambiar quizá matarían para defender su propia decadencia. Fue así como lo entendí, que lo mejor era dejar que este mundo y la humanidad siguieran su putrefacta existencia hasta desaparecer. Es preferible matarse, es lo único que queda. Por eso no detuve a Jicari, porque sabía que, tal vez, si lo hacía, solamente la estaría condenando a una existencia más miserable de la que ya había llevado. No, no era adecuado frenarla. Por el contrario, debía permitirle poner fin a sus días, animarla incluso a que no se detuviera por nada ni por nadie, a que no volteara atrás y que no pensara en otra cosa que no fuera la dulce sonrisa de la muerte, que es siempre la más hermosa de todas…

–Comprendo, lo sé. Posiblemente esa es la verdad que el mundo se niega a ver.

–De eso hablamos la otra vez.

–Sí, pero ese día no se había suicidado Jicari.

–No tiene por qué ser un suceso negativo. Sé que tú me entiendes, tú eres diferente. Tú puedes ver lo que ellos jamás podrían dilucidar.

–No cabe duda de que no me equivoqué contigo. Eres un ser extraño y muy especial. No sé entonces por qué permaneces en este mundo. ¿Qué evita que te suicides también? ¿No es eso lo que deseas?

–Sí, es lo que quiero. Pero, de algún modo, no logro llevarlo a cabo.

–Ves como sí tenía razón cuando te dije que llevabas la marca de la dualidad.

–Sí, tenías razón. Aunque sigo sin comprender de qué se trata exactamente.

–¡Ja, ja! No es algo que puedas entender de manera teórica, se trata de una forma de comportarse en la vida. Divagar entre el bien y el mal creados por la esencia inmanente, algo que ningún humano quiere ver. Ser bueno o malo no depende del exterior, es una condición muy propia, y siempre nos rebasa.

–Creo que es verdad. A veces siento deseos de hacer cosas y no me importa si pueden ser malvadas.

–Sin embargo, no puedo evitarlo. De alguna manera me siento triste por Jicari.

–Ya pasará, solo debes dejarla ir. Era lo mejor…, y ahora tú…, tú puedes…. Tener una vida nueva lejos de aquí.

Me miró como si no diese crédito a mis palabras. Sé que me estaba precipitando, pero ¿qué podía hacer? Era el momento ideal para huir y dejar atrás todas las barbaridades ocurridas en aquel sitio. También así me libraría de Virgil y de su cadáver putrefacto en mi cuarto. Todo quedaría atrás: el poeta Arik, la prostituta Selen Blue, la taberna Diablo Santo, Volmta, la borrachera, las putas y la existencia, hasta el suicidio de Jicari sería solo un suspiro. ¿Cómo decírselo? Era tan gracioso y a la vez muy ridículo. Lo era porque entonces solo pensaba en escapar con ella, como en una novela de mal gusto. Pensaba en irnos lejos, muy lejos, e intentar, posiblemente, ser felices. Pero eso era una estupidez, lo sabía muy en el fondo. ¡Sí que lo era! Aunque en realidad toda la existencia lo era también.

–Y ¿para qué querría eso? Mi destino está aquí, yo estoy maldita. Pero tú sí puedes irte, no entiendo por qué vives en este basurero. ¡Anda, empieza ahora mismo! ¡Salva tu vida! ¡Tú sí puedes hacerlo! ¡Vete!

La miraba hablando con tal voluntad que me conmovía. Si tan solo ella supiese que la quería. Sí, creo que sí la quería. Y esta creencia, aunque tal vez tonta y absurda, había surgido desde el primer momento en que la vi. Porque ella no me era indiferente, me importaba un poco, aunque tampoco tanto. No obstante, debía apostarlo todo en un último intento por demostrarle que ella y yo…

–¿Qué crees que estás haciendo? –fue su última frase antes de que mis labios se unieran con los suyos…

En verdad aquello fue mágico, por unos instantes sentí que todo en mí vibraba como nunca. No sé qué tenía Akriza que me ponía de ese modo. No sé por qué solo con ella me ocurría eso, pero sé que aquella sensación no era de este mundo. Tal vez eso era amor, algo que creía solo haber experimentado con Melisa, pero que ahora encendía nuevamente mi desolado corazón, tan desértico y marchito, para convertirlo en una palpitante y luminiscente serendipia. Supongo que podría haberlo soportado todo, incluso Akriza me parecía tan pura y virginal cuando permanecimos unidos, con nuestros labios rozándose. No intentó separarme, pero tampoco sentí que fuese algo que deseara, o no sé. Lo que me encantó de verdad fue cuando colocó sus manos en mi rostro y sentí sus lágrimas cada vez más abundantes. Sus manos eran tan finas como ninguna otra cosa, tanto que en verdad quería morir entre ellas. Sí, eso era, podría morir en ese momento y todo habría sido bueno y hermoso. No importaba que hubiese sido una vida miserable y patética, pues, si podía quitarme la vida en los brazos de la mujer que había logrado aliviar todo mi sufrimiento, entonces supongo que habría valido la pena existir. Esto era el amor, solo una estupidez, pero algo que tenía el maravilloso poder de hacerme olvidar la asquerosidad de mi existencia.

–Y bien, ¿era eso lo que querías hacer? ¿Solamente eso? –me preguntó cuando finalmente separamos nuestras bocas.

–No, no lo sé, pero…

Pero me dejó sin palabras. Nos tomamos y ambos nos besamos en un estado de éxtasis tremebundo. Subimos a su departamento y nos encerramos. Ella se desnudó y pude contemplar lo más bonito que alguna vez mis ojos hubiesen vislumbrado. No era para nada el cuerpo de una modelo como el de Selen Blue, pero incluso con sus detalles y sus inconsistencias seguía pareciéndome perfecto. Lo amaba, cada detalle era fenomenal. Sus senos, su trasero y sus piernas me parecieron lo más idílico, pues no eran grandes ni pequeños, sino que poseían la proporción exacta. Y el color de su piel parecía inventado solo por un artista digno de pintar a los dioses. Lucía tan hermosa y sus ojos reflejaban las pocas buenas cosas que había para mí en la vida, tanto que no tuve opción más que arrodillarme ante ella y adorarla. Sé que le pareció extraño, pero no me detuvo. Y entonces sentí que no debía no debía hacerlo. Ella se había negado a estar conmigo antes, me había evitado porque no quería ensuciar la pureza de aquel sentimiento, no quería rebajarlo a nuestras nauseabundas cosas humanas.

Ahora entendía por qué me había rechazado tantas veces en el pasado. Era solo ella protegiéndome, observando cómo divagaba en la dualidad, cómo pretendía la indiferencia absoluta, cómo sonreía con la sonrisa de la muerte. Sí, ella, Akriza, la mujer que acaba de enterarse de que yo había visto a su hija suicidarse y que incluso la había animado a ello. ¿Cómo podía corromper a una criatura tal? ¿No era ella lo único que me quedaba por adorar de aquí a mi muerte? Y creo que mi pene lo entendió, porque extrañamente no se paró. No sentía ya excitación, sino un amor tan puro y sublime que casi no creía que fuese real, pero lo era. Recordé entonces a Arik y su historia, y cómo él tampoco había podido excitarse con la mujer que amaba. Pero ahora yo sabía que sí la amaba, y que la amaba a tal punto de no quererla manchar con los actos impuros que el humano se había inventado para hacer algo tan repugnante como reproducirse.

Quizás era esa la auténtica sumisión ante el ser amado. Pero yo experimentaba lo mismo en aquellos instantes, el mismo sentimiento era el que me impedía querer fornicar con aquello que amaba más que a cualquier deidad en cualquier universo. ¿Cómo pasó y por qué lo sentía? No tenía la más mínima idea, tan raro era que un día llegaba y así también se iría. Sí, porque indudablemente acabaría, y Akriza no sería sino otro humano más cuya existencia me sería igualmente indiferente. Pero, mientras tanto, podría alimentarme de su amor tan puro y usarlo para vivir, para continuar siendo yo solo unos cuantos momentos más, solamente hasta que todo desapareciera y yo me suicidase también.

–¿Qué ocurre? ¿No quieres hacerme el amor?

–Nada me encantaría más, pero no puedo.

–¿Qué dices? Pero ¿por qué?

–Ya lo sabes, ¿no es así? Por eso te desnudaste, me besaste y me acariciaste… Es porque yo… ¡Te amo inhumanamente! Te he amado desde el primer momento en que te vi, y no sé cómo ni por qué. Es solo algo que siento, algo que emerge desde mi ser, algo que no puedo reprimir. He sentido deseo por poseerte, por hacerte mía, incluso lo sentía cuando nos encontramos en las escaleras, pero ya no. Después de haberte besado sé que es lo mejor, pues así el amor que siento por ti no se corromperá y permanecerá como lo más sublime que haya podido experimentar en la vida. Además, no estoy excitado, y no quiero estarlo.

Me bajé el pantalón y ella pudo confirmar lo que decía: mi pene no estaba erecto. Ella se acercó, lo tocó suavemente y, con una dulzura inconcebible, besó la punta, luego lo lamió un par de veces y finalmente me besó en la boca introduciendo toda su lengua hasta casi ahogarme.

–Eres un niño –susurró suavemente en mi oído–. Hay algo en ti que me resulta extraño. Cuando me besaste me sentí excitada por primera vez en mi vida, pues hasta ahora no me había pasado con ningún hombre, y ardía en deseos porque me penetraras, por eso te besé y me desnudé ante ti. Pero veo que en verdad no me había equivocado contigo, ¡tú indudablemente llevas la marca! Y eso es suficiente para que te ame, para que te deje volar libremente como un viril colibrí.

Y recordé la rara pintura que había visto en el departamento de Selen Blue. ¿Acaso Akriza era bruja o algo por el estilo? ¿Cómo podía conocerme tan bien? ¿Cómo podía saber aspectos tan íntimos de mí? ¡Un momento! Nada de eso era posible a menos que…

–Supongo que ya te diste cuenta, has tardado mucho –dijo sosteniendo mis manos y abrazándome fuertemente–. Te deseo suerte, todavía pasará algún tiempo, y yo ya no estaré aquí para verte. Pero el momento se acerca, y te aseguro que nos encontraremos. Entonces yo te mataré, pero serás tú quien me obligue.

Una vez dicho esto se apartó de mí y se acostó en el sillón. Abrió su vagina frente a mí y comenzó a masturbarse tan apasionadamente que no entendía cómo es que mi pene no se ponía erecto. Era como si yo, como si yo viviera en carne propia lo que el poeta Arik me había contado. ¿Acaso yo era él? ¿Yo era ella? ¿Yo era todo y nada a la vez? Se vino tremendamente, tanto que empapó el suelo y hasta parte de mi cuerpo. Me pidió que me acercara y que lamiera el líquido. Luego, me pegó a su vagina y le hice sexo oral. Su vagina me supo tan bien que creo que era lo más divino que había probado en la vida. Tenía un sabor muy peculiar, como de muerte. Finalmente, ella me masturbó y, sin que mi pene se pusiera duro, me corrí abundantemente en sus manos.

–Vete, aún estás a tiempo –me dijo haciéndome señas de que me alejara.

–¡Ven conmigo! ¡Vámonos! –le dije, bastante alterado.

–Sabes que no es posible, Lehnik. Esta será nuestra primera y última vez, pero así está mejor… Dicen que un amor que termina antes del verdadero final en realidad no muere, sino que dura eternamente. ¿No es eso preferible? ¿Qué ganaríamos estando juntos? Solo extinguiríamos la flama, mataríamos lo único hermoso que tuvimos en la vida. Además, eres solo un niño. Mejor vete. Te lo suplico, vete. Nos veremos nuevamente, te lo aseguro… Nos veremos cuando la luz haya sido completamente devorada por la oscuridad.

Le hice caso y me dispuse a irme. Me vestí y le sonreí, a lo cual ella correspondió. ¡Cuán extraño había sido todo eso! Fue tan rápido que ella aún conservaba mi esperma entre sus manos, y cuando viré para mirarla por última vez, para contemplar esos preciosos ojos tan enigmáticos antes de mi hora final, vi cómo se lo metía ella misma en la vagina. Y lo disfrutaba absolutamente, aunque no sé si lo que quería era quedar preñada. Quizá lo había hecho así porque sabía que la amaba, y de otra manera no habría sido posible. Porque cuando se ama de verdad no se puede al mismo tiempo rebajar los sentimientos al plano físico. Pero no cerré la puerta, no quería irme así nada más. Bueno, no tenía opción. Ella me lo había solicitado. Sin embargo, cuando iba bajando las escaleras, recordé lo mágico que había sido encontrarla, y decidí que, sin importar lo que dijese, yo estaría a su lado. Prefería morir antes que perderla como a Melisa. Después de todo, ¿qué otra razón tenía para seguir existiendo?

Volví, a pesar de que me había dejado muy en claro que no debía. Pero lo hice, aunque solo me asomé por el filo de la puerta. No sé si ella estaba al tanto de que yo la miraba, pero actuaba como si fuera otra. En verdad fue algo duro de contemplar, pero ilógicamente me masturbé mientras lo hacía. Akriza hizo el mismo espectáculo que Jicari presenció… Cagó y se tragó su propia cagada, siempre con gran satisfacción y lamiendo el piso. Se embarró todo el cuerpo, de pies a cabeza, incluso el cabello. Se chupaba los dedos y se metía mierda en la vagina para luego expulsarla. Se provocaba ella misma el vómito y le gustaba combinarlo con su cagada para comerlo y revolcarse en él. Supongo que deliraba, pues mientras lo hacía reía como una auténtica demente.

Era una risa tal que debía de escucharse en todo el edificio. Temí que alguien viniera, pero ¿qué más me daba? No pude evitarlo y, sin saber por qué, me saqué la verga y la agité. Para mi sorpresa, se puso sumamente erecta, tanto como nunca. Me masturbé y, sin resistirme, entré y me planté frente a ella. Pero parecía no reconocerme, como si fuese alguien totalmente diferente a la persona con quien había estado conversando hace poco. Me miró, pero le fue indiferente mi presencia. Sabía que había arruinado todo, que la había desobedecido. Quise retirarme, pero no resistí y entonces me corrí. El semen salió tan abundantemente que hasta yo me sorprendí de que fuera tanto. Le cayó en la boca, en el rostro y en sus senos. Pero yo no tenía tiempo de eso, pues aquella había sido la corrida más rica en toda mi vida. Akriza estaba humillada, lucía terriblemente en tal estado. Deliraba, hablaba incoherencias y continuaba cagando y vomitando. Creo que ni siquiera llegó a percatarse de que se tragaba mi semen, pues se lo pasó tan pronto como se lo arrojé.

Quise comprobar si efectivamente se había metido mi leche en su vagina, o si solamente había sido una visión mía debido a mi trastornado estado, pero no me atreví a tocarla. Sus ojos seguían tan cristalinos y puros como antes, pero algo más se había apoderado de su razón y de su cuerpo ahora batido de mierda, esperma y vómito. Era casi como aquella noche con Selen Blue donde no supe si aluciné o si realmente ocurrió algo de todo aquel aquelarre funesto. Pero ahora era Akriza quien se encontraba en tan repelente y execrable estado, y eso me hizo sentir extraño. Me retiré sin disculparme ni decir una sola palabra. Apenas y podía caminar debido a la corrida tan severa que había experimentado, totalmente distinta a la que Akriza me había ocasionado cuando me masturbó minutos antes. Una había sido tierna y amorosa, la otra repugnante y cargada de odio. Quizás amaba y odiaba a Akriza más que a ningún otro ser. Y la odiaba precisamente porque la amaba. Sí, el amor que sentía por ella me hacía detestarla con todo mi ser.

Solo escuché, mientras abandonaba su departamento, cómo no paraba de reír. Eran unas carcajadas demenciales, como si gritase y se lamentase a la vez. Vociferaba y no parecía querer guardarse nada. Pensé que sería mejor cerrar la puerta, quién sabe qué pasaría si alguien subía y la veía en ese estado de demencia y toda batida de porquería. La mujer que amaba había enloquecido, o ¿era yo quien lo había hecho? ¿Era esta la realidad que yo deformaba o la que me correspondía por defecto?

–Te mataré, pero tú me obligarás a hacerlo, y entonces regresarás a ti –escuché a Akriza articular con dificultad antes de abandonarla, entre risas trastornadas y aullidos grotescos.

Quise esperar, pero sentí que un ataque de ansiedad se aproximaba y me apresuré a bajar las escaleras. Creo que la señora Dejon, la casera, me miró con rareza, pero no me importó. Lo único que quería era salirme de ese lugar. Todavía corrí como un demente bajo la lluvia por algunos minutos hasta percatarme de que me hallaba lo suficientemente lejos del condominio 11. ¿Qué había sido todo aquello? Me tiré en un pedazo de pasto que hallé cerca de un parque público y decidí que descansaría un poco. Sin embargo, cuando abrí los ojos ya era de día, acababa de amanecer y yo había dormido en la calle. Algunos vagabundos me miraban de manera extraña, como si realmente no me tomaran como un ser viviente. Me sentía hastiado de todo y tan solo añoraba una cosa: el suicidio.

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Libro: El Extraño Mental


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