Capítulo XXX (EEM)

¿El extraño mental? Aquella combinación de palabras parecía interesante, ¿qué podría significar? Bueno, después de todo, sí que me consideraba un ser extraño, con una mente un tanto más desviada, o tal vez mucho, que el resto. Odiaba todo: al mundo, a las personas, los lugares, el sistema, a mí mismo. Y también detestaba existir, pues me sentía obligado a ello. Jamás había visto realmente un sentido en la vida, y, a estas alturas, no me importaba hallar uno. Mi vida había transcurrido principalmente entre el alcohol, las tabernas, las prostitutas y la infamia, y eso estaba bien. En realidad, no era que quisiera hacer eso, pero no veía ninguna otra manera de matar el tiempo. Como sea, ¿qué estaba pensando? ¿Por qué ese viejo estúpido y mugroso me inquietaba así?

–No sé de qué rayos esté hablando, pero, si he enloquecido realmente, entonces usted no tiene derecho a hablarme en ese tono, cuanto más tanto que estará usted más loco que yo.

–¡No es eso, de verdad que no! –me interrumpió mostrándose sumamente alterado, como si un descubrimiento inmenso le viniera de pronto a la cabeza tras una insensata reflexión–. Ya decía yo que el parecido era absoluto, y la coincidencia de dimensiones inexplicable.

–¡Escuche…!

–¡No, no debes alterar así el experimento! No tienes ni la más mínima idea, ¿verdad? Eres un pequeño capullo, tan infantil como tu primer yo, pero has aprendido. Tranquilo, nosotros lo sabemos todo de todos. ¡Je, je! Pero aún es muy pronto para que lo sepas, necesitas continuar. Y, cuando el momento llegue, cuando la oscuridad haya devorado por completo a la luz, entonces lo sabrás todo, pero aún no.

–¿Qué? ¿Qué significa eso de cuando la oscuridad haya devorado por completo a la luz? ¿Qué clase de farsa es esta?

–¡Je, je! Ninguna, creo. Al menos no para mí. Pero basta, se ha hablado mucho de cosas futuras, mejor vayamos al presente.

Un tanto cansado de tanta charla sin sentido me decidí a sacar algunas monedas para callar de una vez por todas a aquel calavera. Pero recordé que no traía ninguna, ¡con un demonio!

–Será mejor que no lo intentes. Vas a darme dinero, ¿no? ¡Tonterías! Podría aceptarlo de quien fuera, excepto de ti. Así es, mi extraño amigo, menos de ti. ¿Sabes por qué? Simple: porque no te interesa.

–¡Ridículo! ¡No le creo nada! –vociferé atolondrado y dejando caer algunas monedas que inexplicablemente no estaban ahí antes.

–No se moleste, yo se las paso –indicó el viejo vagabundo recogiéndolas y colocándolas en mis manos–. Quizá no lo entiendas, pero no puedo aceptarlo. Solo lo hago cuando sé que a las personas les importa, como a casi todas. Obtener una limosna de ti sería peor que querer quitarse la vida, porque entonces ni la vida ni el dinero valen nada. ¿No es ese tu caso? Puedo leer en tu mirada algo más mágico de lo que puedes discernir, algo que pide a gritos el final, pero aún no… Pareciera como una leyenda grabada en tu alma: “Vivir y morir, para mí, es exactamente lo mismo, pero, aun así, vivo gracias al sueño del suicidio”. Lo sé, extraño amigo, eres un suicida, pero uno que no se mata, sino que obtiene fuerza espiritual gracias a la idea misma, que se nutre del néctar de la muerte.

–Si sabe todo eso y puede leer en mi alma como dice, entonces no le costará trabajo decirme cuál es el sentido de mi existencia… –balbucí con tono sardónico.

–¡Ja, ja! Al diablo con eso. ¿Qué te importa a ti saberlo? No te voy a negar que traigo unos cuántos tragos encima, y ¿sabes por qué? Muy fácil, querido extraño, porque me he bebido todas las limosnitas del día. Mira, no te llevo nada más porque sé que te negarías, pero yo…, Bueno, mi familia y yo vivimos en la calle desde hace unos meses. Es mi culpa, lo sé, no me lo repitas. Tengo, corrección, tenía dos niños pequeños, pero se han matado. Se arrojaron a las vías del tren cuando no resistieron el hambre, pero te aseguro que ese día no derramé ni una sola lágrima, pues, como ahora, estaba bestialmente ebrio, casi en una congestión alcohólica. Creo que hasta me reí cuando me comunicaron su muerte, ¡ja, ja! ¿Puedes creerlo? Yo, un borracho infame, me desternillé al saber la muerte de mis dos pequeños. No vayas a creer que eran mis hijos, ¡ja, ja! No, para nada. Los encontré tirados en las coladeras, en el barrio en las afueras de la ciudad, con su madre descuartizada. Más tarde supe, por las noticias, que había sido secuestrada y violada por unos bribones, quienes habían grabado algunos videos de zoofilia para apaciguar a sus amos, ya sabes, los banqueros. Como sea, yo recogí a los pequeñines y, de vez en cuando, los alimentaba con mierda. Recuerdo que al principio me creía con la obligación, ¡hasta dejé la bebida! Solo unos días, como cuatro o cinco, máximo. Luego, todo fue de mal en peor. Te diré un secreto: yo fui a rezarle al señor para que se murieran… Sí, fui y me hinqué, luego dejé una limosnita que bien podría haber empleado para alimentar a esos diablillos, pero que creía indispensable colocar en manos del señor para que cumpliera mi petición. Y ¡vaya sorpresa! Por eso me reí, porque al fin me sentí feliz. No sé por qué los adopté en un principio, pero sí sé que se mataron porque la vida en la calle es dura. Nosotros dormíamos junto a un canal de agua sucia, y yo les ordenaba que se bañaran ahí diario para apestar y dar más lástima, aunque ni falta les hacía, ¡ja, ja! A veces, cuando el alcohol me inflama en demasía el corazón, los observo con sus caritas demacradas revolcándose en la suciedad y tragando los peores desperdicios que el canal arrojaba a nuestra vivienda. Porque, has de saber, extraño amigo, que, aunque éramos de la calle, teníamos una vivienda. No era la gran cosa, pero de algo servía. La verdad es que era solo un conjunto de trapos viejos, pero era todo lo que teníamos. ¿Sabes algo? Pese a todo, creo que murieron felices, porque no hay nada más hermoso que morir joven.

–Ya veo, ¡qué tragedia! –le dije sin esperar que se callara, pues supuse que agregaría más a su ya de por sí fastidiosa plática.

–¿Tragedia? ¿Es esa la respuesta de un extraño como tú? ¡Ja, ja! Y yo que te creía un hombre inteligente. Como sea, lamento molestarte con mi historia, solo que… –y vi cómo algunas lágrimas escurrían por sus mejillas–. Yo quería contársela a alguien.

–¿Significa eso acaso que nunca había revelado esto a nadie?

–Yo nunca… –balbuceó, pero incapaz de completar la frase, pues tenía la garganta hecha un nudo–. Yo solo quería que vivieran, pero estaba en un error.

–Ah, ¿sí? Y eso ¿por qué?

–Porque vivir es un error, una ignominia. Dime, extraño amigo, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido hay en existir? ¿No es lo mismo que buscas con desesperación? ¿No es eso lo que atormenta las almas de los suicidas? Ellos nunca lo entenderían… –y señaló hacia las personas que pasaban estúpidamente por el lugar–. Tú sabes que no, porque ellos solo viven y ya, y por eso mismo son felices. La ignorancia es el mejor remedio para la infelicidad. Si no cuestionas nada, entonces podrás sonreír cada mañana y creer que mereces existir. Sin embargo, cuando rechazas todo lo inculcado, todas las mentiras e hipocresías que socialmente se imponen para matizar la realidad, entonces ¡ya no hay ningún otro camino que el suicidio!  Por eso me reí y por eso mismo ahora me desternillo frente a ti: porque me hace sentir feliz que esos pequeñines se arrojasen a las vías del tren. ¡No podría existir nada más sublime que suicidarse! ¡Y, cuanto más joven, mejor! Pienso que dios ama a los seres que se matan a temprana edad, y hace de su sufrimiento una poesía. Sí, una poesía de verdad…

–Una poesía de verdad… –repetí torpemente, notando del modo más enigmático que aquel viejo me resultaba ahora familiar.

–¡Basta! –declaró severamente cuando al fin me reí con él, como si solo esperase a sacarme una sonrisa para cambiar su actitud por completo.

Lo miré atónito, hasta algo resentido. Su anterior jovialidad había desaparecido en un santiamén. Me miró fijamente y, de pronto, tuve miedo. Un tropel de emociones estalló en mi interior: era como si me proyectara en una alucinación embriagante, pero a la vez dolorosa. Sentí un dolor en el corazón, como si alguien me apuñalase. Pero entonces el viejo pringoso intentó tocarme, aunque solo rozó con sus dedos el lugar donde había experimentado el dolor.

–Un espejismo: la sonrisa de la muerte es siempre la más hermosa de todas.

–¿La sonrisa de la muerte?

–El experimento aún no termina, debes continuar… El extraño tuerce el camino, pero los fragmentos del clímax espiritual todavía no se tornan en cenizas. El destino se doblega ante los desvaríos, pero las razones no gustan al corazón.

Y, seguido de tan misteriosas expresiones, se echó a correr, sin esperar respuesta alguna de mi parte. Lo seguí con la mirada hasta donde pude, corría como un demonio para estar tan borracho, pero era evidente que lo estaba. ¿Qué había querido decir con tan apocalípticas sentencias? ¿Qué era eso de la sonrisa de la muerte? Y eso de cuando la oscuridad haya devorado por completo a la luz. Además, había hecho alusiones bastante curiosas y parecía saber más de mí que yo mismo. Me inquieté, pero luego recuperé la razón. Tal vez lo había alucinado todo y, aunque no fuera así, aquel vagabundo errante no había podido dilucidar mi verdadero malestar: existir. Pasé todavía unos momentos elucubrando, pero luego me dio igual. Solo lamentaba no haber preguntado su nombre a tan siniestro viejo, en fin. Precisamente en esos momentos mis ojos relampaguearon al identificar a un sujeto que se había quedado impregnado en mi mente: Arik, el poeta que había llegado a rentar en el mismo condominio donde yo lo hacía, pero en el piso cuatro. Lo vi entrar sumamente pálido a Diablo Santo, parecía como si estuviese al borde de una crisis. Determiné oportuno entrar también y platicar con él, quizás ambos podríamos darnos consuelo.

Recién entré a la taberna me pareció que estaba más repugnante que nunca, pero era justamente lo que necesitaba para sentirme en ambiente. Además de la acostumbrada muchedumbre de mujerzuelas entrando y saliendo, de los jugadores empedernidos, los borrachos infames y los ladrones que no perdían la oportunidad de salirse con las suyas, había otro elemento significativo: la redención de mi ser. Bien porque todo lo acontecido hasta ahora me hubiese trastornado, o bien fuera que me sentía más abstraído que nunca, tuve la sensación de haber vivido todo aquello mucho antes de mi propio nacimiento. Cómo averigüé aquello ni siquiera yo lo sé, simplemente lo sentía. Como sea, caminando un poco y esquivando las provocativas miradas de aquellas vampiresas, al fin hallé a Arik. Estaba sentado en una especie de sillón mugroso, con un vaso de vodka en una mano y un cigarrillo en la otra. Aunando a este aspecto de vicioso le acompañaba una sensual mujer ya entrada en años, al menos mucho mayor que él. Ciertamente era muy guapa: ojos negros y centelleantes, labios rutilantes de un rojo encendido, maquillaje bien colocado, pestañas sumamente enchinadas y largas, nariz afilada y un cuerpo un tanto relleno, pero conservando toda la sensualidad de una auténtica venus.

Pensé que tal vez lo mejor sería retirarme y no molestar a aquel enigmático sujeto. Sin embargo, algo me hizo cambiar de parecer. De pronto tuve una corazonada y me pareció escuchar la voz de Volmta, aquel músico fracasado. Era estúpido, sí, demasiado estúpido pensar que lo hallaría ahí como tantas otras ocasiones, sentado y borracho, conversando tan apasionadamente sobre la vida y la muerte, siendo indiferente al resto, buscando un refugio temporal para su dolorida alma. Recorrí el lugar y me quedé mirando fijamente a la mesa donde siempre estaba Volmta con sus otros dos amigos. Uno se había colgado y el otro había dejado de frecuentar Diablo Santo. Pero el señor Volmta me inquietaba, pues su desaparición tan repentina coincidía perfectamente con ciertos cambios que ocurrían en mi interior. Su rostro era mágico, pues, aunque era feo y arrugado, había algo de místico también, algo que expresaba cuando sonreía de modo vehemente. Era casi como la sonrisa de la muerte… Recordar las palabras tan misteriosas de aquel vagabundo me perturbó sobremanera. Decidí regresar con Arik y aceptar que Volmta no regresaría nunca. Y lo más probable es que se hubiese suicidado, tal y como lo hizo su amigo. Todavía dudé antes de acercarme, pero cuando lo hice resultó mejor de lo que esperaba, pues Arik de inmediato me reconoció y comenzamos la plática.

–¡Qué tal! Pero si eres tú, el del piso dos. ¿Qué te trae por aquí? ¿Frecuentas este lugar?

–Hola, Arik –dije intentando hacerme un espacio en el mugroso sillón–. Sí, soy yo, charlamos hace poco. La verdad debo admitir que sí, vengo con frecuencia aquí. O, mejor dicho, venía.

–Bueno, cuéntame, ¿qué te trae por aquí? –inquirió Arik mientras bebía como un demente y me miraba con sus ojos melancólicos.

–En realidad nada. Solo salí a vagabundear como tantas otras veces. Quería escapar…

–¿Escapar? ¿De ti mismo o del mundo?

–No sé, quizá de ambos. Es más probable que de mí mismo.

–¿Te pasa seguido? A mí sí, ¡es una gran tontería! Querer escapar de uno mismo nunca es bueno, es señal de que el suicidio ya está muy cerca.

–¿Tú crees? Pues yo no lo dudaría. De hecho…

Pero el mesero se acercó y dijo que el calaca ofrecía un trago de bienvenida para tan distinguido cliente, refiriéndose a mí. Probablemente aquel infame y apestoso sujeto me recodaba por haber hecho amistad con Volmta y sus dos amigos. Era un ron bastante fuerte, pero no me pareció que el sabor fuera tan bueno, o eso creí.

–Te buscaré más tarde, he sentido deseos de estar a solas con este sujeto –dijo Arik a la supuesta mujerzuela que ya había acomodado su delicioso trasero en sus piernas, y quien con cierto disgusto se apartó, dejando ver sus exquisitas piernas en movimiento. No pude evitar clavar una mirada de deseo en sus nalgas.

–¡Vaya que elijes bien a tus amigas! –balbucí acomodándome frente a aquel poeta con aspecto de pordiosero.

–La acabo de conocer, supongo que se me pegó porque cree que tengo dinero. Hoy es un día especial aquí.

–Ah, ¿sí? Y eso ¿por qué?

–Al parecer habrá un baile que comenzará en una hora, de esos que se ponen “buenos”. Ya sabes de lo que hablo, ¿no?

–Entiendo. Supongo que te quedarás, o ¿me equivoco?

–Es probable, no tengo nada más que hacer. Vivir es tan aburrido…

–Lo sé, en eso estoy de acuerdo.

–La otra vez que nos vimos nuestra plática duró muy poco, pero ahora tenemos tiempo, al menos de aquí a que empiece el suculento baile –afirmó colocándose algunos dedos de su mano izquierda en la boca, cosa que hacía cuando hablaba más de la cuenta.

–Bien, entonces yo también me quedaré al baile. Ahora entiendo por qué hay más gente que de costumbre, y eso que siempre está atascado.

–Sí, es una taberna muy conocida. Aunque de mala muerte, según dicen.

–¡Ja, ja! Conozco peores, pero ese no es el punto. Creo que los tragos están a buen precio y tiene todo lo necesario.

–¿Qué es “todo lo necesario”?

–Sí, para pasarla bien –dije soltando una carcajada ignominiosa y pidiendo más tragos, aún no me sentía ebrio–. Me refiero a que hay juego, mujeres fáciles, bebida, pláticas de toda índole donde uno puede explayarse y creerse experto, y así por el estilo.

–Ya comprendo, es cierto.

–¿No te gusta?

–Sí, pero es curioso. Antes solía detestar todo esto, cuando yo… Bueno, cuando era diferente.

–Una historia, una que ha dejado huellas en tu corazón, ¿no es así? Ya lo suponía.

–¿De verdad? –inquirió inquieto y sonrojándose.

–Sí, hace poco conocí a un señor en cuya mirada podía atisbar un reflejo de algo que llamaría mi destino.

–Eso sí que es interesante, creo que me pasa así contigo. Es como si…

Se interrumpió y me miró fijamente, luego se puso serio. Continuamos bebiendo desesperadamente los siguientes minutos, hasta que le insté a que me contara su historia.

–Es complicado, puede que seas la primera y la última persona a quien se la cuento.

–Bueno, puedes intentarlo, nada se pierde. Además, pienso que justamente ahora todo da igual.

–Sí, llega un punto en la vida de un verdadero espíritu en sufrimiento donde, para librarse de éste, debe recurrir a la indiferencia absoluta. Pero dime, ¿consideras que tienes sentimientos? Porque me pasa algo curioso desde hace poco, creo que he perdido la capacidad de sentir, en fin… Está bien, te contaré. Es una historia “extravagante”, diría yo, pero nada lejano a la miseria de la humanidad.

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Libro: El Extraño Mental


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