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Pureza

Ahora pensaba en ti y en lo que verdaderamente sería tu inmarcesible alma. Me parecía que tú poseías una, pues esa eterna pureza y ese inefable talento no podrían ser albergados solamente por tu cuerpo ni estar correlacionados tan banalmente con la mente. Me enloquecía desnudar tu consciencia y penetrar tu esencia, formar uno con el símbolo que daba origen a tu nacimiento. Tu existencia me embelesó tanto; lo digo porque, sin ella, cualquier elemento sería trivial y anodino en esta plastificada e irreal exposición de la vida. Tú me gustas mucho más de lo que podrías pensar, pues pienso en ti y de inmediato el suicidio me deja, aunque sea una noche más, en paz. No sé lo que haré el día que te cuelgues, ya que en ti he deposito todas mis esperanzas, aunque sé que no es lo correcto. No me opondré, no obstante, a tu suicidio, pues sé que odias este mundo tanto como yo y que en la muerte habrás de recuperar la pureza que este funesto mundo ha osado arrebatarte.

Sin tu presencia toda obra de arte carecería de magia y toda poesía se reduciría a una simple y ridícula letra escrita por una carnal mano plagada de oscuras contrariedades. Supeditando el ocultismo antiguo para vislumbrar la gama de tus radiantes y casi imperceptibles fractales es el modo para configurar el poder del centro septentrional en cuyo contorno giran nuestras hechizantes contorsiones; en el éxtasis trascendental e inquebrantable de nuestra conmoción opulenta habremos de confesarnos al devorarnos mutuamente en los sagrados palacetes de ónix donde jeroglíficos inmortales y jaspeados monumentos aguardan tu regreso. Nunca atisbé, ni en mis más despampanantes alucinaciones, una boca tan exquisita y extravagante como la tuya. Tampoco jamás hubo esencia alguna que me cautivara tanto ni que me enloqueciera de este modo. Las anomalías de la insana realidad parecen incluso atenuarse cuando puedo acercarme a ti y purificarme en tu interior.

El tumulto sobrepasa las débiles representaciones de una tridimensionalidad absurda, por lo cual las blasfemias encarnadas como pantomimas monstruosas acuden y esperan por nuestra separación en el umbral. Pero hemos de despertar finalmente enlazados sin importar explicación o debate, pues todo lo que me interesa y embelesa es mirar tus rutilantes ojos que centellean como fragmentos de divina fluorita; emanando el elixir primordial del misterioso óbito que nos permitirá fusionar nuestros imperecederos anhelos por amalgamarnos en lo indivisible y por acariciar algo más allá de nuestra repugnante humanidad. Y yo ¿qué más puedo decir ya? ¿Existe otra manera en la cual podría plasmar mis delirios y mis desdichas que no sean mediante algunos versos suicidas? Tú aún me salvas, aún eres la luz que dispersa magistralmente las tinieblas de mi contrito interior. Yo, no obstante, sin ti no tengo ya razones para escribir ni mucho menos para seguir respirando el impuro aire de esta infame ciudad.

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Anhelo Fulgurante


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