Pureza

Ahora pensaba en ti y en lo que verdaderamente sería tu inmarcesible alma. Me parecía que tú poseías una, pues toda esa inmarcesible pureza y ese inefable talento no podrían ser albergados solamente por el cuerpo, ni estar correlacionados tan banalmente con la mente. Me enloquecía desnudar tu consciencia y penetrar tu esencia, formar uno con el símbolo que daba origen a tu nacimiento. Tu existencia me embelesa, lo digo porque, sin ella, cualquier elemento sería trivial y anodino en esta plastificada e irreal exposición de la vida. Tú me gustas mucho más de lo que podrías pensar, pues pienso en ti y de inmediato el suicidio me deja, aunque sea una noche más, en paz.

Sin tu presencia toda obra de arte carecería de magia y toda poesía se reduciría a una simple y ridícula letra escrita por una carnal mano plagada de oscuras contrariedades. Supeditando el ocultismo antiguo para vislumbrar la gama de tus radiantes y casi imperceptibles fractales es el modo para configurar el poder del centro septentrional. Y en cuyo contorno giran nuestras hechizantes contorsiones en el éxtasis trascendental e inquebrantable de nuestra conmoción opulenta al devorarnos mutuamente en sagrados palacetes de ónix y jeroglíficos inmortales y jaspeados. Nunca atisbé, ni en mis más despampanantes alucinaciones, una boca tan exquisita y extravagante como la tuya.

El tumulto sobrepasa las débiles representaciones de una tridimensionalidad absurda, por lo cual las blasfemias encarnadas como pantomimas monstruosas de chotacabras galácticas acuden y esperan por nuestra separación en el umbral. Pero hemos de despertar finalmente enlazados sin importar explicación o debate, pues todo lo que me interesa y embelesa es mirar tus rutilantes ojos cristalinos que centellean como fragmentos de divina fluorita, emanando el primordial elixir del misterioso óbito que nos permitirá fusionar nuestros imperecederos e inquietantes anhelos por fundirnos en lo indivisible, por acariciar algo más allá de nuestra repugnante humanidad. Y yo ¿qué más te puedo decir ya? Yo sin ti no tengo ya razones para respirar.

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Para mi eterno e imposible amor…

Libro: Anhelo Fulgurante


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