¿Qué tiene la vida de interesante que no sea la delirante esencia de la muerte? Creo que tristemente nada más… No sé si ambas pueden excluirse por completo, si ambas son solo caras opuestas de la misma moneda. El ser, de cualquier manera, parece ser esclavo de ambas y también del tiempo. ¿Quién diseñó todo esto? ¿Acaso algún Dios demasiado aburrido de su fatal eternidad, infinitud y perfección? Precisamente nos atribuyó todas las características opuestas a él: seres efímeros, finitos e imperfectos cuyos míseros ecos serán olvidados demasiado pronto. Nuestra devastación es inmensa, en especial la que concierne a lo espiritual-existencial. El mundo va en picada y nosotros placenteramente nos vamos al abismo con él, puesto que no hay nada por lo cual seguir respirando; no hay, ciertamente, razones para volver a sonreír. Día con día la misma irrelevancia nos cobija y deprime, los mismos sucesos sin sentido se repiten y lo único que parece ser constante es nuestro sincero deseo de desaparecer sin dejar rastro alguno de lo que fue nuestra sórdida, inútil y patética existencia.
*
Es incluso una ironía saber que el ser esparce tanta estupidez, depravación y maldad en su ridículo viaje por este mundo inicuo. Al parecer, incluso en su inminente y efímera miseria, el ser no puede evitar entregarse a sus más execrables impulsos y seguir pudriendo su deprimente entorno. ¿Para qué habrá sido diseñada la pestilente existencia de una criatura tal? Supongo que hay cosas que nunca podrán ser respondidas, precisamente porque quizá ninguna explicación bastaría. El sacrílego galimatías proseguirá su curso y la decadencia se incrementerá exponencialmente hasta que no podamos soportarnos más, hasta que lágrimas de sangre escurran de nuestros ojos cegados y nuestros corazones siniestros expulsen ese peculiar aroma de muerte que significará la culminación de los máximos horrores. Aún no hemos conocido lo peor, de eso estoy seguro. La humanidad todavía no ha mostrado su máxima capacidad destructiva ni toda la ruindad de la que es capaz; este infausto y amargo sinsentido está muy lejos de alcanzar su fin. Lamentablemente, nosotros hemos tenido que aparecer en esta época y bajo una forma humana; nuestro repugnante nacimiento ha sido nuestro símbolo de esclavitud carnal. El encanto suicida es todo lo que nos queda, así que supliquemos por la fortaleza y voluntad suficientes; hasta que los cielos se oscurezcan y los relojes se detengan. Ya nada puede ser peor que estar vivo en un planeta de necios y tontos que jamás comprenderá nada de la sabiduría divina ni mucho menos de su propio sufrimiento.
*
El mundo, en resumen, está infestado de inicuos seres que carecen de todo sentido; de monstruos que matan sin piedad y que ambicionan bagatelas, todo eso y más sin cuestionarse si merecen estar vivos. ¡Qué errónea ha sido la concepción del mono y de todas su miserias! Indudablemente, quien diseñó este circo de ignominia sin parangón debe ser un dios-demonio demasiado hastiado de su inmenso poderío, pues solo así podría explicarse el cúmulo de desdicha y malestar que imprimió en sus sórdidas creaciones (nosotros). Creo verdaderamente que nunca terminaremos de comprender la más incipiente profundidad de las cosas, que nuestra limitada razón y perspectivas acotadas no pueden sino hacernos tropezar con la misma piedra una y otra vez hasta el infinito. ¿Enloqueceremos? ¿Nos mataremos? ¿Nos reivindicaremos? ¿Para qué? Vida o muerte parecen ser solo trágicos accidentes del caos más siniestro, paradojas irresolubles para nuestra afligida y melancólica esencia. Encima, el tiempo que nos consume tan dramáticamente, que nos muerde las entrañas como un perro rabioso recién salido del infierno. ¡Ay, qué lamentable es nuestra patética condición! Tanta fragilidad acaso ha terminado por nublarnos el juicio y por hacernos delirar del modo más infausto, de la manera más irreal… ¡Lástima que ya a nadie le importe si estamos bien o mal, vivos o muertos, felices o tristes! En el colmo del calvario, incluso hemos alejado a aquellos que decían querernos; hemos huido con inaudito horror a refugiarnos en nuestra nostálgica soledad porque solo ella y nadie más podría amarnos tan libre y perfectamente.
*
La vida es un funesto paseo por uno de los más horribles infiernos, y creo que venir a este mundo debe ser un castigo más que celestial. Creo que nuestra naturaleza es una completa aberración y que todo a lo que podemos aspirar es a una muerte rápida y hermosa, a un estado de máxima indiferencia en el cual ya no volvamos a ser abrumados por ninguna de las sórdidas telarañas de la grotesca pseudorealidad en la que nos hallamos desgraciadamente encapsulados. Somos y seremos por la eternidad sus aciagos prisioneros, las ruines marionetas que ha confeccionado a su imagen y semejanza. El caos del absurdo nos carcome interiormente con su inaudita fiereza, nos hace sentir como niños indefensos ante el infinito cúmulo de enloquecedoras probabilidades. Se seca nuestro espíritu cada vez más y mejor, tanto que hasta podríamos afirmar que ya nada queda dentro; somos un despojo andante que se niega a ser enterrado y terminar de pudrirse en el exterior. Mantenemos este cuerpo por inercia, por un estúpido instinto de supervivencia que nos hace no claudicar; empero, más allá de eso, lógicamente nuestra existencia no tiene ningún fundamento ni sentido alguno. ¡Qué horrible, ignominiosa y ridícula es la comedia que simbolizamos como especie! Nuestra caída es evidente y será mejor que nadie nos recuerde nunca, ¡que todo lo humano sucumba en su ominosa y bestial inmundicia! Nunca rozaremos lo divino, puesto que hemos sido hechos para hundirnos en el abismo más atroz y nauseabundo; y, peor aún, para sentirnos complacidos con ello.
*
En realidad, es indiferente si nos suicidamos al despertar o no. El mundo seguirá pudriéndose, la humanidad reproduciéndose sin razón, y este triste y absurdo teatro continuará su patética función. Nosotros somos marionetas de oscuros intereses cuya insignificancia salta a simple vista, excepto para nosotros mismos. Estamos inmersos en tantas tonterías que difícilmente podríamos enfocarnos en lo esencial, en lo divino. Nuestras mentes están tan conectadas a lo material, lo sexual y lo carnal que intentar desprenderlas de la pseudorealidad implicaría un intrincado y siniestro proceso de autodestrucción para el cual no estamos preparados todavía y quizá nunca lo estaremos. ¿Por qué existimos? ¿Para qué nos levantamos cada mañana? ¿Es acaso la falsa esperanza de que las cosas van a mejorar o cambiar a nuestro favor? Tristemente, nuestras vidas parecen no ir a ninguna parte; simplemente somos absorbidos por esta monstruosa maquinaria día tras día hasta que ya no queda nada en nosotros para proseguir. Somos demasiado cobardes y necios para aceptar que el encanto suicida es y será lo mejor en todos los casos, entonces lo único que resta para almas torturadas como las nuestras es pudrirse en su miseria y horror hasta que la muerte finalmente se apiade de su deprimente condición. El mundo es solamente un espectáculo de náusea sin límites, pero nosotros parecemos ya haber aceptado esto y no poder contemplar ninguna otra perspectiva. Estamos más que complacidos con ser sometidos, puesto que luchar por nuestra libertad es lo último en lo que podríamos pensar y lo último que podríamos añorar en este eviterno galimatías de máxima y avasallante devastación.
***
Catarsis de Destrucción