La mescolanza de inefables emociones que me provocó tu repentina aparición no podría compararla con nada de este mundo abyecto. Y veo que no me equivocaba cuando, en aquellas tardes de extraña melancolía, de ti a la muerte con tanto esmero le platicaba.
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Cualquier creencia termina por carecer de sentido, cualquier situación por aburrir y cualquier actividad por asquear… Ese es el inevitable destino de lo que no debe ni debió jamás ser, eso es la desesperación de existir en su máximo esplendor.
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La soledad era doblemente peligrosa, pero también algo muy bello que podía conducirnos a la última catarsis del ser: el suicidio. Y eso únicamente lo comprendí el día en que renuncié a ti y hundí la navaja en tu vientre luego de encontrarte con él fornicando.
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Justo ahora ya no hay inspiración ni ganas de nada, me encuentro en la apatía más recalcitrante. Todo lo que soy ya es una débil llama que espero, con todo mi ser, la muerte apague pronto y para siempre.
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¿Para qué dormir? ¿Para qué despertar? ¿Para qué comer? ¿Para qué defecar? ¿Para qué fornicar? ¿Para qué amar? ¿Para qué odiar? ¿Para qué existir? ¿Para qué ser? En ningún lado había una respuesta definitiva, todo lo que había eran solo ecos de supuestas verdades asquerosamente humanas.
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Catarsis de Destrucción