En casa de Erendy, al llegar Alister, se encontró con que ese día se festejaba el cumpleaños de Vivianka. Había adornos por todas partes, la hija predilecta cumplía ya sus 33 años. Qué lejanos eran aquellos recuerdos que sus padres guardaban de ella, tan inocente e inteligente, siempre destacando por ser la mejor estudiante de la clase. Su característica amabilidad disfrazaba una angustia perniciosa que la carcomía por dentro. Se sentía presionada y creía vivir para ayudar a las personas. Lo que le daba sentido a su vida era el sentirse justamente útil para los demás, para su familia y para ella misma, aunque, en realidad, era otra esclava más de esta matrix, tan acondicionada como el resto, tan difuminada su esencia se hallaba.
Se reprochaba cada noche y odiaba en secreto a su marido, ese obeso huevón y borracho que otrora significase todo para ella. Todas esas salidas al parque, esos paseos y caminatas embelesadoras, los cumpleaños anteriores, los besos y el casamiento, todo ese conjunto de estupideces ya se encontraban en la basura. Ahora se resignaba a una vida mundana, se limitaba a mantener y criar a sus hijos, quienes seguramente seguirían el mismo camino, convirtiéndose en unos sistematizados más. Lo único que lograba ver era el dinero que recibía por ser excelente en su campo, pero, en el fondo, estaba hueca como la mayor parte de los humanos.
En su cumpleaños número 33, no cabía la menor duda de que su existencia estaba conminada al fracaso. Pasaría el resto de sus días manteniendo a su esposo, quien, pese a ser ingeniero ambiental, no lograba hallar trabajo y se la pasaba bebiendo y mirando el fútbol todo el día. Esa ingente carga representaba quizás hasta más que el absurdo envolvente en Vivianka. Sin embargo, ahora tenía algo por qué sentirse viva nuevamente, y era Alister. Desde que por primera vez Erendy lo presentó ante ellos como su novio, le pareció un hombre muy inteligente y guapo, tan atractivo por sí mismo. Poco a poco fue surgiendo entre ellos un entendimiento, platicaba con él tanto como podía, y pensaba en lo feliz que la haría escucharlo hablar todo el tiempo con esa mágica voz. Si tan solo lo hubiera conocido antes, si pudiera tener un esposo como él. Y es que cada noche se imaginaba cosas, al principio las tomaba a la ligera, luego soñaba ser poseída por un hombre que relacionaba con Alister, aunque no era precisamente él. Se masturbaba dada la ausencia de relaciones con Mundrat, su marido, que, debido a su mórbida obesidad y su embriaguez, era incapaz de mantener el más ínfimo esfuerzo. Como sea, esa era la vida de Vivianka; físicamente tan llamativa, internamente tan vacía.
–Pasa por favor, Erendy se acaba de bañar. Se está arreglando en su cuarto, vendrá en unos instantes –explicaba el abuelo de las tres mujeres mientras introducía a Alister en la casa.
–Sí, es usted muy amable, gracias. Iré por allá a sentarme y esperar.
–De nada. Estas mujeres a veces se tardan mucho y siempre terminan igual.
Ambos se desternillaron y pasaron un rato charlando hasta que Alister se fue a sentar en la sala. Pasaron unos minutos y la primera persona en aparecer, descuidadamente y sin percatarse de la presencia del trágico amante, fue Vivianka. Cuando ambos cruzaron sus miradas, enrojecieron. La mujer angustiada únicamente vestía con unos calzoncillos grises que apenas le tapaban el trasero y que hacían notar su vulva, la cual se remarcaba más que nunca, incluso como queriendo escapar. En la parte superior un sostén muy precario sostenía unos senos abultados que se habían desarrollado gracias a la maternidad. Por un momento guardaron silencio ambos y enmudecieron, para pasar a la vergüenza y a algo más.
El infiel sumiso bajó la mirada instintivamente y trató de pasar desapercibido, pero la verdad es que había guardado para siempre la imagen y la figura tan sensual que Vivianka representaba, ese simbolismo que despertase un furor incontrolable en su interior. Y es que al parecer ella no poseía un cuerpo bien dotado, aunque ahora se entendía que se debía al uso de ropa holgada y un desinterés por verse bien, en parte provocado por la falta de atracción hacia su marido.
–No sabía que estabas aquí, mil disculpas –afirmó Vivianka sonrojada y tapándose como podía.
–No, discúlpame tú a mí. Lo que pasa es que tu abuelo me dijo que esperara a Erendy aquí, y yo no sabía que estabas cambiándote.
–No es tu culpa, es que yo no debí salir así. Pero, en verdad, no te escuché.
–Ya dejemos ese asunto. No es culpa de ninguno, solo pasó y ya, un accidente. Por cierto, ¿sabes dónde está Erendy?
–Salió, fue con mi mamá a comprar unas cosas. De hecho, fueron todos excepto mi abuelo y yo, pero seguro que no tardan, no fueron tan lejos.
–Ya veo, muchas gracias. Entonces esperaré aquí un poco más, o ¿te incomoda?
–No, para nada, estás en tu casa. Tú puedes venir aquí cuando quieras, incluso si no está Erendy…
Un tanto provocativa le parecía la oferta a Alister, aunque posiblemente era solo su imaginación. No podía ser que Vivianka estuviese coqueteando con él dado que era casada y tenía dos hijos.
–En verdad gracias, eres muy amable –replicó Alister otorgando una sonrisa extraña a Vivianka, quien contestó con otra.
Algo en sus miradas fulguraba, un ruin deseo, una ominosa sed de placer carnal. Mientras Vivianka subía las escaleras, tan bien labradas y adornadas con arabescos de triángulos invertidos y círculos dentro de otros, el filósofo sin ceguera no lograba resistir ni disimular las ansias que sentía de alzar la cabeza y absorber nuevamente la imagen de ese enorme y abultado trasero, esas nalgas que seguramente estaban llenas de estrías y de grasa lo excitaban demasiado. Además, en su mente imperaban las teorías de aquel loco anónimo que comentase sobre el placer inmundo, pero demencial, que se podía experimentar por una persona a la que no se amase, lo cual conducía a su vez a una inevitable condición en el humano por ser infiel y sumiso, idea que por sí misma era ya excitante y ocasionaba una estimulación sugestiva. Por otro lado, pensar en que tener relaciones con la persona que se amase no lograría una total liberación, lo atormentaba. Las razones eran variadas, pero una que lo asombró sobremanera fue el postulado siguiente.
Para efectos de la teoría de la sumisión, la madre sí representaba un primer contacto sexual desde que amamantaba al niño, quien en su madurez podría guardar en su subconsciente dichos recuerdos. Luego, en su juventud, el hombre se masturba pensando en su madre y en poseerla hasta preñarla, en imponer su virilidad por encima de la de su padre, quien ahora es ya viejo y descuidado a diferencia de él, que posee el poder de la juventud. Se hablaba de todo un preámbulo, hasta llegar a la parte que Alister destacaba. Era un renglón que decía algo acerca de la imposibilidad de llegar a la locura sexual máxima con la persona que realmente se ama. Esta elucubración se apoyaba en que el hombre busca una mujer parecida a su madre, idea bien conocida, y en todos los aspectos buscará subsanar sus traumas con la sustitución de esa figura materna que deseaba hacer suya y que ahora encuentra en alguien de su generación. Se trataba de una clase de incesto totalmente teórico, de pensamiento. Por tal situación, al hallar el hombre una mujer similar a su madre, le resultaba imposible desatar todos sus demonios y convertirse en el animal hambriento de piel y placer.
La imagen de su madre reflejada en su pareja se imponía con un respeto glorioso difícil de humillar con palabras concupiscentes. Debido a lo anterior, el hombre no desataba toda su fuerza sexual con su pareja oficial, y, en cambio, sí lo hacía cuando era infiel, cuando se trataba de hacerlo con prostitutas o mujeres por quienes no sintiese algo en absoluto, a quienes no tuviera que respetar como lo haría con su madre; ésta imponía su imagen y sometía la libido fatalmente. Luego de tanto reflexionar en tan poco tiempo, Alister alzó la mirada y su falo terminó de izarse cuando vio cómo el culo exquisito de Vivianka rebotaba mientras subía las escaleras. También sus chichis debían pesarle bastante, eran carnosas e inmensas como pocas. Antes de alejarse por completo, Vivianka dirigió su mirada hacia él, que parecía observarla con algo más que simple aprecio. Este hecho calentó al joven sobremanera, imaginándose tantas cosas que le haría. Al mismo tiempo, cubrió la parte superior de su pantalón con su mochila y esperó, Vivianka ya se iba.
Justo antes de entrar a su habitación, Vivianka volteó impulsivamente y percibió de forma casi animal la sorprendente erección del prohibido incipiente, a quien no podía mirar a los ojos debido al barandal de la escalera. De algún modo, quiso esquivar el material que separaba su mirada de la de él, y de su vagina sintió emanar algo, una corriente ingente, un deseo reprimido; uno que hacía tiempo no lograba percibir dada la inutilidad de su esposo en la cama. Surgía en ella el deseo sexual, uno que creía jamás volvería, que había dormitado y que, cuando conoció a Alister, había despertado haciendo de ella una fiera incontenible y hambrienta de fornicación. Y es que ese joven tan perfecto en todo sentido también se encontraba absorto con las piernas de Vivianka, pese a que estas eran tan blancas y delgadas como hilillos de nieve. Incluso, eso le provocaba una mayor excitación. La delgadez que en esas piernas atisbaba y su flacidez ocasionaban en él un furor de querer romperlas.
Sin saberlo, ambos fungían como dos ladrones en el recinto sagrado de los dioses vetustos adorados por los desterrados y conminados a la locura. Ninguno hizo movimiento alguno, y repentinamente entró Erendy, rompiendo la utopía. La primera en percatarse fue Vivianka, que apresuradamente entró en su habitación, perdiéndose como una gacela en la oscuridad más allá de las sombras. La joven aspirante a teósofa se había ataviado normalmente, con un pantalón y una playera cualquiera. Le resultaba patético el hecho de arreglarse distintamente para la fecha que fuese. Alister y ella compartían puntos de vista similares, se entendían bien, ambos buscaban conocimiento y progreso.
El único problema residía en la oposición subconsciente del hombre a poseer sexualmente a la mujer que pregona amar. En el caso de Alister, esto se remarcaba aún más por todos los problemas y las ideas que atiborraban su mente. Hacía ya bastante tiempo que prefería masturbarse en lugar de tener relaciones con Erendy, era un camino sencillo, e incluso había experimentado una fascinante y a la vez funesta sensación al ser infiel. En el fondo, amaba a su princesa bucólica, todo lo que ella representaba no le era ofrecido por ninguna otra cosa de este mundo, pero era un amor raro, uno que la elevaba al altar que él construyese tan especialmente y que, al mismo tiempo, atraía a los cuervos devoradores de espíritu con quienes retozaba en sus momentos de locura.
Unos minutos después, Alister pensó en ajusticiarse en el sanitario. Lo necesitaba después de haber asimilado por completo en su interior la imagen sexual de Vivianka. Su falo no se calmaba con nada, sentía que iba a explotar. La excitación fue tal que, sin meditarlo y sin importarle dejar a Erendy en soledad, subió las escaleras y se dirigió al cuarto de la cumpleañera. Justamente, cuando se preparaba para entrar, se escuchó la puerta y las voces hicieron eco en el pasillo. Lo más que pudo lograr fue visualizar los senos enormes de Vivianka y esos pelos que cubrían su vagina, ocasionándole una erección tan intensa como despampanante. Ya nunca podría olvidar aquel símbolo motivo de sus fantasías más ocultas, esas que yacen en el subconsciente de cada hombre y mujer. Se metió al sanitario y esperó hasta que su falo cediera en sus intentos por escapar del pantalón. Finalmente, no se masturbó y volvió a la sala con Erendy.
–¡Qué bueno que has venido, te extrañaba demasiado! Hoy es el cumpleaños de mi hermana y, cómo puedes ver, mis padres han decidido festejarle de forma no tan modesta, ya sabes… –expresaba Erendy con desinterés.
–Yo te extrañaba aún más. Y sí, es lo que veo. Aunque, en cierto modo, se lo ha ganado, creo. Por otro lado, me parecen absurdos los festejos, la gente solo busca perpetrar antiguas costumbres sin cuestionarse. En fin, así es toda la vida, una ilustración odiosa del pasado adaptada para solazar al humano del presente.
–Tú siempre tan interesante, por eso me gustas. Ahora vamos a dar un paseo a los columpios del parque.
Ya camino al parque, iban los dos seres predestinados a encontrarse por una causa superior. Se tomaban las manos como una forma de demostrar su cariño, se sostenían el corroído espíritu tan maltrecho por los golpes imposibles de esquivar que propinaba sin descanso la vida. Ambos conscientes de su insignificancia y su sed por saber cosas que otros desdeñarían. Todo cuanto sabía Erendy de reencarnación y esoterismo se lo debía a Alister. Por su cuenta, había estudiado más y más, pero siempre recordando los nombres de autores y libros que su querido compañero cósmico le indicaba. Lo percibía tan superior y tan arriba del infierno en que los humanos se apilaban gustosamente. Y creía que, si algún alma podía trascender, era la suya. Esos ojos, esos cabellos, ese porte; empero, más allá de lo físico, era su ser interior el que la apasionaba, pues tenía tantas cualidades que le resultaba tonto no caracterizarlo con la perfección misma. No entendía cómo podía adorar tanto una existencia, pero lo hacía.
Su cabeza, al igual que la de Alister, se encontraba sumergida en un sinfín de dudas existenciales. A su modo, cada uno descubría que la vida no conllevaba a algún fin por sí misma como muchos creían. Y la tan sonada frase de que el sentido se lo atribuíamos nosotros no la satisfacía tampoco. Se había convertido en una existencialista sin remedio y era gracias a su príncipe dorado. Ese muchacho que conociera tan extrañamente había cambiado tanto de ella como jamás pensó que un hombre lo haría. Las peculiares visiones que la atormentaban aumentaban, pero por ese ser beato podría resistir incluso el peso gigantesco de la irrelevancia en su vida.
Actualmente se hallaba leyendo La Doctrina Secreta deBlavatsky. Le resultaban incomprensibles la gran mayoría de ideas ahí expuestas, se deleitaba con ese ocultismo vedado para la humanidad. Admiraba a la autora por la elegancia y sensatez con que expresaba su compasión por el mundano ser humano. Le atraía sobremanera el pensar que ella podría realizar estudios de tales cuestiones algún día, pero a la vez la entristecía sombríamente el imaginar un futuro en el cual Alister no estuviese para ella, era todo lo que tenía en su aburrida y vacía vida. Pese a ser considerada una persona con demasiado valor, su temor principal era que se le fuera la vida sin lograr algo. Y con ese algo se refería no a intrascendentes metas, sino a un progreso espiritual. Finalmente, en una de esas reflexiones tan profundas, se cuestionaba si lo que sentía por el filósofo imperecedero era solo admiración, una tan enraizada que superaba la atracción y el amor.
Al regresar, se sentaron juntos y se abrazaron. Alister ni siquiera recordaba su infidelidad con Cecila, ni mucho menos su encuentro con Mindy en aquel lugar que le parecía más un sueño que la deplorable realidad. Sentía ese calor ahíto de belleza y ternura, se regocijaba sintiéndose merecedor de tal amor. ¿No era acaso el amor algo que todos debíamos recibir de algún modo? Para él, representaba la culminación del deseo. Los invitados a la fiesta fueron llegando paulatinamente, ya todo estaba listo para dar comienzo al cumpleaños número 33 de la dentista tan intelectual y que a tantos pacientes había liberado de un torturante dolor molar. Esa que no disfrutaba de una vida al menos soportable, que nada sabía de filosofía o de ocultismo, que estaba cegada por la banalidad del mundo terrenal, esa que anhelaba tantos cambios y que lamentaba todas las decisiones que había tomado. Pero ya nada quedaba, simplemente resignarse y pasar el resto de sus días en agonía inconsolable mientras se percataba de su trivialidad.
Ya casi estaban todos reunidos y la comida estaba a punto de ser servida. El menú elegido fue lasaña con carne molida y champiñones, además de arroz y verduras. Había vodka para quienes gustaran de tal bebida, quizás así olvidarían por un momento la miseria existencial en que diariamente vibraban sus ilusiones de vida. A todos les importó un bledo esta intromisión en la irrelevancia y lo que añoraban era ya degustar y atascarse del alimento. De pronto, cuando ya todos preguntaban por la cumpleañera, ésta se asomó por el pasillo, luciendo en todo su esplendor como nunca su físico. La mayoría de los ahí presentes se quedaron boquiabiertos, entre los arabescos que adornaban las paredes de esa casa tan bien y elegantemente construida, entre el polvo mal barrido que se arrinconaba en las esquinas, los juguetes esparcidos por los sillones, el fútbol en la televisión y el silencio latente en los rostros impactados de los invitados y los familiares, entre ese hombre gordo, alcohólico, fracasado y mantenido que se hacía llamar su esposo, entre la gran incredulidad de todos, Vivianka lucía un atuendo que jamás en su vida sus padres ni sus pacientes imaginaron.
La mujer inverosímil llevaba un vestido negro elegantísimo, de una seda sumamente delicada, que apenas le cubría debajo del trasero, y que, además, tenía un escote de infarto en el cual sus enormes senos lucían tremendamente apretados, incluso con cada movimiento parecían escapar, pero no, seguían ahí hasta su debido tiempo. Algunas lonjas resaltaban en su cintura, aunque esto incluso resultaba irrelevante ante su imponente aspecto. Calzaba unos tacones grandísimos que difícilmente le permitían caminar; sus uñas pintadas de un negro intenso, tanto en las manos como en los pies, contrastaban a la perfección con su piel blanca. Se había planchado los cabellos y su estilo corto resaltaba su rostro. El maquillaje le asentaba de maravilla, con un fuerte tono oscuro morado alrededor de los ojos y un rojo agresivo y despampanante en los labios. Sus ojos brillaban como nunca, aunque guardando esa angustia impaciente. En esencia, Vivianka había dejado de ser ella misma, se había convertido en una mujer deseada por cualquier hombre en sus fantasías. Nadie pensó que aquella dentista siempre ojerosa, descuidada y de ropas holgadas podía ser tan atractiva como la más elegante y ostentosa prostituta.
–Pero ¡qué mujer tan hermosa! –exclamó uno de los puercos invitados que inmediatamente se levantó de su asiento para cedérselo.
–Muchas gracias, me halagas –respondió Vivianka enrojeciendo.
–Si siempre te arreglaras así, serías la mujer más hermosa de todo el universo –afirmó el señor Franco.
–Bueno, solo detrás de mí, eso debe aclararse –replicó su madre irónicamente.
Todos rieron y quedaron asombrados con la belleza que relucía en Vivianka. La estética imperecedera en la concepción humana refulgía y opacaba la verdadera y única esencia valiosa.
–Debes ser el hombre más afortunado, Mundrat. Tener una esposa con tantas habilidades para la odontología y, además de eso, con tal hermosura, ¡tú sí que te sacaste la lotería! –exclamó uno de los hermanos del señor Franco.
–Pues ¿qué te puedo decir? Yo sé bien lo que tengo, y no lo cambiaría por nada.
–Por eso mismo deberías de hacer caso y dejar de beber, buscarte un trabajo y tratar de ser feliz con ella –exclamó otro de los asistentes a la reunión.
–Sí, eso quiero hacer. Ya verán que este año sí habrá cambios, seré un hombre renovado.
–Eso mismo has dicho cada año y sigues igual, no cambias. Todo lo que haces es mirar el fútbol, tragar y emborracharte –reclamó fuertemente Vivianka.
–Ya no lo regañen tanto, yo creo que esta vez sí hará caso –comentó la señora Laura, siempre dispuesta a perdonar este tipo de cosas.
–Ya veremos. ¿Qué te sirvo? ¿Vas a querer de todo un poco?
–Sí, de preferencia bastante para no pararme de nuevo –contestó Mundrat, quien apenas podía hablar debido a su gordura y su embriaguez.
En realidad, los padres y todos quienes conocían a Vivianka no lograban comprender el por qué seguía con él. Había tenido novios antes, y se había quedado con el peor, pero eso siempre pasaba. Sus padres querían que lo dejara y que iniciara una nueva vida aparte con sus hijos. Sin embargo, su voluntad era débil, y, si seguía con él, se trataba más por lástima que por amor.
La comida se sirvió y transcurrió el tiempo en su habitual dirección entre charlas mundanas y sonidos execrables al masticar. Pasadas unas horas, se partió el pastel, se tomaron fotos, se vaciaron las botellas y los platos. Así fue como los invitados se retiraron calmadamente tras haber dejado su regalo. Los únicos que quedaron fueron los más allegados a la familia, quienes se enzarzaron en una discusión iniciada por la hermana de la señora Laura, quien comentó lo bello que resultaba vivir en el mundo. Respecto a esto, los ahí conglomerados alrededor de la mesa tuvieron opiniones dispares. Restaban Vivianka, la señora Laura, su hermana, Erendy y Alister. Tanto Mundrat como el señor Franco se habían retirado ya, el primero a dormir y el segundo a leer.
–No lo creo así –dijo la señora Laura que, como todo buena hermana, siempre llevaba la contraria a su compañera de mesa–. El mundo no es un buen lugar para vivir, solo basta salir a la calle y ver cuánta gente de hambre y sed ha de morir.
–Eso pasa de esa forma debido a que las personas no viven en la gracia de dios, han decidido darle la espalda y seguir en su sufrimiento –contestó orgullosamente la hermana de la señora Laura, quien era una total y ferviente creyente religiosa.
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Libro: Corazones Infieles y Sumisos