¿Qué era la muerte para mí? Lo único real, lo único que valía la pena vivir y lo único por lo que había que esforzarse. Cualquier cosa o persona que no nos acercara a la muerte, así pues, únicamente estaría entorpeciendo nuestro inefable destino.
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Llega entonces un momento donde se pierde toda esperanza y donde solo resta dejarse llevar por el abrumador e implacable aroma del sinsentido… Eso o también puede resultar útil pegarse un tiro en la cabeza.
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Todo cuanto existe no es ni siquiera remotamente cercano a algo valioso como para que su existencia esté justificada, por lo cual lo más conveniente es destruirlo todo. Nada debe permanecer, nada debe quedar en pie. La humanidad, principalmente, debe erradicarse definitivamente y todo rastro de su existencia también. Una vez que este proceso de purificación se halla llevado a cabo, entonces la paz reinará y el orden cósmico habrá sido restablecido por completo.
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Tras reflexionarlo, me di cuenta de que no tenía otra opción: ¡debía suicidarme hoy mismo! Ya no debía postergar más ese dulce y exquisito momento, sino que debía fundirme con el vacío antes del amanecer y dejar que la nada purificase todo lo que nunca quise ser.
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¿Qué otra cosa podría ser esta existencia sino una abyecta mazmorra de la cual resulta sumamente difícil escapar? Principalmente, porque se nos ha hecho creer que soportar la tiranía con que la vida nos azota es algo que debemos hacer ciegamente, pero no. La verdad es que solo se enmascara la cruda realidad: la vida es cruel, carece de sentido y nosotros somos solamente accidentes en ella. Siendo así, ¿por qué matarse? ¿Por qué no hacerlo incluso esta misma noche?
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Desasosiego Existencial