No, después de lo que había vivido no podía tener otra percepción de la vida que no fuera pesimismo puro y decadencia absoluta. No me importaba si había sido azar o destino, pero nada cambiaría los sucesos que había vivido y que me habían inducido a tales estados de tristeza, ansiedad y locura. Odiaba la vida, detestaba la existencia y nada cambiaría mi percepción. Moriría triste, solo y loco; mas era mejor eso que fingir que aceptaba cómo era esta horrible realidad y la sórdida esencia humana que por doquier todo lo enfermaba y contaminaba. Sí, era mucho mejor aceptar el suicidio, entregarse a él sin ninguna otra consideración, desvanecerse entre tus delicados y bellos sonidos y colores… La farsa de la vida, la ilusión más inverosímil, nuestra propia desdicha interna… ¡Todo eso y más morirían en un solo acto, en una sola noche de muerte bestial! Quién sabe qué será de nosotros después, quién sabe si incluso algo será; sin embargo, lo más importante, la tarea principal estaría cumplida: haber experimentado el mundo humano y sus infinitos tormentos, luego haberse matado. Tal siempre ha sido el anhelo fulgurante de mi alma, el éxtasis de todo poeta del caos y filósofo de la auténtica libertad.
*
Todo lo que el ser es, es digno de ser destruido. Todo lo que la humanidad simboliza no es sino una vil y patética tragicomedia cuya irrelevancia es lo único que sobresale. Y, sin embargo, quizás aún valga la pena intentar salvar algo en toda esta inmunda barbarie; algo que nos recuerde las cosas bellas y efímeras de la vida: enamorarse de las mujerzuelas, estar borracho a las 4 am, fumar nuestro primer cigarrillo, cometer nuestro idílico suicidio… Ir hacia la muerte con placer, desgarrar la vida y conocer su más sombría pesadilla antes del hermoso fenecer.
*
No hay esperanza, es mejor no autoengañarse y aceptar que la única manera de alcanzar la iluminación es no existiendo. Mientras se exista, difícilmente algo bueno resultará de ello. Una mentira tras otra, empero, nos cobijarán sin cesar; en ellas divagaremos sin sentido alguno y nos embriagaremos cada día con ellas para no aceptar la triste y horrible realidad. Pues la humanidad, ciertamente, es ese infame conjunto de idiotas quienes no pueden tolerar su propia esencia; tan es así que han inventado todo tipo de fruslerías con un único fin: olvidarse de su miseria el mayor tiempo posible. Personas, lugares, momentos, objetos, pasatiempos, historias, recuerdos… ¿Cuándo el arte del autoengaño al fin será revelado en su más intrínseca naturaleza y nos hará ver cuán infantiles son todas nuestras percepciones, incluso aquellas que creemos más divinas o elevadas?
*
¿De qué sirve existir? Alguien deme una buena razón para ello y, tal vez, prolongue solo un poco más mi tan añorado suicidio. Aunque lo dudo, porque para un patético deprimido como yo nada más puede haber por soñar o vivir. Lo he visto todo mediante los ojos de Dios cuando el éxtasis me llevó más lejos de lo que cualquier otro drogadicto podría ir… Y solo pude concluir una cosa: la vida es una trágica locura que, en ciertas ocasiones, sabe como hacernos alucinar con un imposible destino detrás de cada caótico escenario. Pero el infierno siempre es lo mejor, aún mejor que el deplorable laberinto humano, aún mejor que mi propia cabeza y cada uno de sus exóticos susurros. Entonces mi alma, tan controvertida, ¿me salva o me condena? Si yo soy un pecador, prefiero ser el más grande de todos los pecadores.
*
¿Qué noción podríamos tener nosotros, criaturas ancestrales, estúpidas y terrenales, de lo que podría ser lo eterno o lo infinito más allá de lo que nuestras caricaturescas reflexiones podrían decirnos? Es evidente que al ser no le fue concedida la capacidad de un entendimiento más profundo y eso me lleva a pensar que nuestra existencia fue tan solo un accidente, un error, un sinsentido y algo que, desde luego, no debería haber sido. Mas esto es una ensoñación más de un loco suicida, de un alienado que no puede soportar por más de unos cuántos minutos la compañía de aquellos de su propia especie. A veces me divierte la humanidad, aunque esto siempre me termine deprimiendo tarde o temprano. Supongo que la ironía hablar por sí sola, que la vida y la muerte ríen imparablemente detrás de cada anhelo o trivial espectáculo de sangre y especulación. ¡Oh, sí! El diablo también sabe cómo tratarnos bien a pesar de nuestros pecados, pero el tiempo siempre termina por arruinarlo todo cuando se trata de asuntos demasiado serios. Es mejor intentar reír que filosofar, es mejor aprender a bailar que dedicarse a escribir versos tristes y dementes. Yo, por supuesto, no sé reír, bailar ni amar… Y por eso estoy condenado, porque soy demasiado consciente de mi humana y patética existencia.
*
No hay otro infierno, este es el único: el infierno existencial del mundo humano. Y, ciertamente, cumple a la perfección su función. Tan es así que nos tiene aquí todavía, aunque muy en el fondo no deseemos otra cosa que embriagarnos, fornicar con putas y luego pegarnos un balazo. Una noche así sería perfecta para mí, algo así como el reino de los cielos. Claro, también podría pasármela arrodillado en una iglesia y orando por la salvación del mundo. Pero renuncié a esto hace mucho, pues ¿acaso hay algo que valga la pena ser salvado aquí? Mejor hundirse, mejor terminar de destruirse de la peor manera posible y ser uno mismo sin pretensión de nada más que explorar la vida en su más trágica esencia. Cualquiera puede escribir esto o aquello, perderse una y mil veces, orar, fornicar, matar, sonreír… Y, luego de esto, ¿podríamos decir que este y no el que escribe de todo esto es quien conoce la vida y acaso también tiene algún indicio de la muerte? Los poetas y los filósofos no admitirían nunca la posibilidad del hecho en sí, como tampoco los santos ni los ascetas. ¡Todos son unos farsantes, unos idiotas, unos esquizofrénicos! Todos huyen de la realidad a su manera y todos mueren del mismo modo: ceñidos a su propio engaño y fieles a su ilusoria subjetividad.
***
Desasosiego Existencial