Dios no es más que el delirio colectivo de una gran masa de tontos que requieren autoengañarse hasta las narices con tal de no aceptar la cerval intrascendencia del ser.
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No creo en absolutamente nada espiritual o esotérico, pues ya suficiente absurdidad tengo con este realidad como para imaginar que existen otros reinos paralelos, sean inferiores o superiores. Y, en caso de que así fuera, eso ¿de qué me serviría? ¡De nada, no cambiaría absolutamente en nada esta infinita miseria existencial!
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Así como el ser pisa y tritura los gusanos por parecerle asquerosos e insignificantes, así también la muerte tritura cada momento que experimentamos en esta vida absurda; de hecho, con la misma facilidad y, tal vez, con el mismo placer.
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La humanidad es el ganado perfecto, pues es demasiado controlable y muy fácil de adoctrinar. Todo lo que la gente que gobierna este asqueroso mundo implante, el ser lo perseguirá y buscará hacerlo parte de su identidad. De ahí que cosas tan absurdas como el fútbol, la política o la religión sean temas cotidianos de debate.
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Una última noche era todo lo que me quedaba por vivir, si es que así podía decirse. Estaba brutalmente ebrio, acaso también drogado, pero en verdad no podía ser de otra manera. Había decidido que hoy; sí, hoy y no otro día, pondría fin a tan insustancial y vomitiva existencia. Por lo tanto, caminé lentamente hacia la orilla y me sumergí en aquellas aguas con una sola cosa en mente: no volver a existir jamás.
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Desasosiego Existencial
