,

El Halo de la Desesperación 47

El divino encanto suicida llegó en el momento más preciso y hermoso, justo cuando la infame desesperación de existir había ya empapado por completo mi deprimente y grisácea alma… Justo cuando tus bellos labios escarlatas se habían enfriado para siempre y cuando la bebida ya no podía proporcionarme un pasaje donde reconfortarme; justo cuando hasta las mujerzuelas ya habían dejado de excitarme y los vicios se habían tornado en un suspiro del tiempo perdido. Y solo entonces comprendí que verdaderamente había muerto mi espíritu, y que solo quedaba de mí un putrefacto pedazo de carne que me negaba a continuar manteniendo con vida. Todos los caminos me habían conducido a este instante de sublime ensimismamiento y perfecta conmoción espiritual; era esta la oportunidad para escapar de esta pesadilla execrable y poner punto final a mi terrible humanidad. Finalmente, seré libre y feliz… O, cuando menos, eso era lo que me aferraba a creer con todas mis fuerzas; puesto que desde hace mucho mi única esperanza era la muerte y su esencia inmortal. ¡Cuánto detesté siempre este mundo y a sus ominosos habitantes! Me alegra tanto saber que, en breve, ya no estaré más aquí y que nada ni nadie volverá jamás a molestarme. ¡Vaya incuantificable horror existencial que experimenté aquí! ¡Cuánto sufrimiento sin sentido y la tragedia que siempre marcó cada paso en mi destino inenarrable! Pero hoy al fin todo terminará y no puedo sino regocijarme ante esto, no puedo sino esbozar una sonrisa más sincera y resplandeciente… El colapso está tan cerca que ya ni siquiera me siento parte de esta realidad; ahora solo atisbo la sangre que escurre adorablemente de mis muñecas cortadas, en tanto allá afuera la melancólica lluvia de verano me recuerda todo el tiempo que perdí y la lucha tan inútil que libré contra la única verdad posible en mi corazón: nunca valió la pena seguir adelante, ya que mi vida siempre fue una completa desgracia.

*

Contigo creí ser tan efímeramente feliz; en tus labios creí vislumbrar algo más maravilloso que en la muerte misma. Mas solo era yo autoengañándome como siempre, creyendo que todo estaría bien. Ahora veo que todo fue un sueño funesto de trágicas proporciones, ya que aquel patético soñador era mi otro yo recordándote por última vez… Sí, pensé en ti antes de meterme una bala en la cabeza y olvidar, así, cada uno de tus delirantes besos y caóticas caricias. Supongo que teníamos un vínculo, ¿no? Espero entonces verte al otro lado del espejo, ahí donde solo lo inmaterial pueda volver a unir nuestros atormentados y fugaces espíritus.

*

Una vez que la siniestra desesperación de existir ha conquistado nuestro compungido ser, ya no hay ningún remedio que pueda hacernos volver a nuestro anterior y patético estado humano. Y es donde entonces comienza la verdadera tortura: la de ser plenamente conscientes del aberrante sinsentido en que se sostiene nuestra miserable y atroz existencia. ¡Ay! Lo único que podemos hacer es encerrarnos en nuestra deprimente habitación y hundirnos en nuestro llanto hasta que la muerte, si acaso, venga y se apiade de nuestro inmanente sufrimiento. No hay esperanza alguna para aquel que, como yo, ha mirado de frente y con suficiente profundidad en las vertiginosas telarañas que componen esta monstruosa pseudorealidad. ¡Qué lástima me da la gran mayoría de la humanidad! No sé si me dan más risa que lástima esos monos parlantes adictos al sexo, el poder y el dinero. Yo mismo me detesto por esto, porque no puedo desprenderme de mi forma humana por más que lo intente… ¿Acaso esta locura no terminará jamás? ¿Estaré condenado a ser prisionero de este cuerpo mientras no abrace el fulgurante resplandor del suicidio? Desde hace mucho que ya lo único que espero es el quiebre de mi cordura, aunque acaso ya no quede rastro de ella y solo me autoengañe también en este ámbito. Nunca supe quién fui, ¿por qué tendría que haberlo sabido? Si, después de todo, la impermanencia es la esencia de lo que llamamos tiempo en nuestra inferior percepción de lo infinito y lo eterno… Quizás es impredecible saber dónde bajan los ángeles del cielo para derramar lágrimas de sangre y susurrar extrañas sentencias de esperanza a aquellos quienes se hallan al borde de su imperdonable tragedia. Nunca creí que el ocaso se sintiera así de bien, que el destino de mi alma sería liberado en la cúspide del sol negro. ¡Cuánta falsedad ha corrido por mi rostro desvencijado y mis manos carcomidas por letras infernales! Todo funde a negro ahora y me desvanezco; me embriago de un almizcle que se siente como si las estrellas más refulgentes absorbieran mi espíritu indomable. ¿Estoy despertando de la pesadilla o solamente saboreo temporalmente las partículas de aquello que nunca podré ser ni comprender?

*

Los humanos no querrán escuchar ni ver nada que no tenga que ver con sexo, dinero, poder o entretenimiento. Así son felices aquellos títeres, siendo esclavos de la ominosa pseudorealidad; sin percatarse del gran engaño que guía y nutre sus funestas y absurdas vidas… Y, si por casualidad llegan a percatarse un poco de esto, preferirán ignorarlo; afirmando que así son “felices”, aferrándose con la mayor fuerza posible a su propia ignominia. ¿Qué quedaría si no? Es decir, ¿no es gracias a la mentira y las deplorables ilusiones que nos hacemos que conseguimos soportar nuestra inenarrable miseria cotidiana? ¿No somos todos unos cerdos esclavos de nuestros más aberrantes impulsos? ¿No son los vicios lo único que nos puede hacer sentir vivos temporalmente? ¿No estamos todos en el fondo tan hastiados de nuestra existencia que buscamos en cualquier fantasía un consuelo vano y terrenal? No sabemos quiénes somos, no nos conocemos y pretendemos que lo controlamos todo. Nuestro temor a la muerte, tan arraigado en nuestro repugnante interior, es la prueba más fehaciente de lo infantiles y retrasados que están nuestros espíritus inmundos. No todo en nosotros es trivial ni malvado, eso está claro. ¿Por qué entonces el mundo parece estarse yendo al carajo? ¿Por qué no podemos hacer otra cosa que no sea deprimirnos inútilmente y volver una y otra vez a abrazar nuestro terrible abismo de nostalgia, soledad y vacío eterno?

*

El hecho de entender que la existencia de seres como nosotros, los humanos, no es sino un absurdo o, acaso, una triste enfermedad, no es sino la fase de entrada al infinito halo de la desesperación. Luego de eso es cuando verdaderamente comienza el auténtico infierno: aquel estado de máxima contradicción y sibilino ensimismamiento del cual la gran mayoría buscará huir como ratas perseguidas por un gato salvaje. Es natural, sin embargo, que así sea. Casi todos evitarán la confrontación en ellos mismos, aquella que solo puede originarse en el máximo aislamiento y la soledad más avasallante; y que casi siempre termina por llevar a su soñador a la locura inefable. Y es que quizá solamente ahí, en los estados límite, es donde puede surgir un ápice de verdad y claridad que no se diluya tan pronto retornemos a nuestra lamentable cotidianidad. Cualquier elemento de la pseudorealidad resultará entonces adecuado para escapar de nuestro yo más profundo y sincero, de aquel apocalipsis interno no apto para los espíritus endebles ni las almas inferiores. Es ahí donde podría acaso también vislumbrarse algo parecido al superhombre, aunque ello implique, asimismo, la devastación inmortal y el hundimiento en el caos supremo. ¿Quién podría llegar tan lejos? ¿Quién podría sortear todos los obstáculos y rozar la cumbre del divino resplandor ensangrentado? Me temo que somos todavía demasiado humanos para ello, que aún nos resta un tortuoso y largo sendero por recorrer. Todavía estamos inmersos en el abismo, en ese pozo de amargura mediante el cual buscamos purificarnos inconscientemente. La vorágine no cesa, sino que se incrementa conforme más exploramos quiénes somos en realidad. No sé si lo sabremos o no, no sé si enloqueceremos previamente o si inclusive conseguiremos siquiera atisbar la más insignificante pizca de sublimidad encumbrada. No sabemos nada todavía, pero nuestra cruenta arrogancia nos hace sospechar que podríamos saberlo todo. ¿Será así o sucumbiremos a mitad del camino? La incertidumbre es brutal y nuestra fragilidad todavía más, tanto que me aterra imaginar que todo en lo que he querido creer no es sino una anomalía más en mi demencia sempiterna.

*

Los padres generalmente fungen como ese agente adoctrinador y destructor de sueños, que luego pasará a ser la escuela y que culminará con el trabajo; para completar, así, un ciclo perfecto de miseria y absurdidad existencial. ¿A qué otra cosa podríamos aspirar las funestas marionetas que habitamos esta putrefacta realidad? Solamente estamos aquí para ser devorados lenta y trágicamente por la matrix, para conocer el sufrimiento en cada una de sus ominosas e infinitas vertientes y, sobre todo, para asegurar la reproducción de más esclavos mentales y emocionales como nosotros mismos. De ahí que, sin importar lo demás, resulta indispensable para el sistema que sus engranajes no cesen en su constante ciclo de adicción sexual, carnal y trivial. Esto lo podemos apreciar en todos los niveles y estratos sociales: los monos parlantes no pueden aceptar la soledad y buscan desesperadamente en otros lo que son incapaces de hallar en ellos mismos. Luego, la culminación de esta búsqueda infame es el nacimiento de otra repugnante criatura humana a la cual adoctrinarán y enfermarán con todo tipo de aberrantes creencias y estúpidas ideologías… ¡Ay! ¿De qué sirve existir un día más? Cada vez la miseria se incrementa y la realidad se torna mucho más insoportable, mucho más áspera y nociva para mi alma divagante. Yo mismo soy un patético esclavo de mis vomitivos impulsos y lóbregos deseos, y creo que lo seré hasta mi insulsa muerte… ¿Cómo asesinarse a uno mismo? Esa es, quizá, la única manera de morir que valga la pena.

***

El Halo de la Desesperación


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

Desasosiego Existencial 03

Encanto Suicida 58

Next