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Encanto Suicida 58

La más profunda enseñanza se sublimaba ante los ojos de los elegidos, no admitía flaquezas, no pertenecía a los carentes de espíritu. Por todos lados se barruntaba si el ser era verdad o tan solo una tergiversación del concepto impensable para los mortales, y de naturaleza tal que se adjudicó el derecho de sentirse real y poderoso. De cualquier modo, la percepción en la realidad era invadida por la imaginación de proporción estética donde las fantasías opacaban cualquier clase de reflexión intrínseca.

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Mi vida se traducía en un montón de piezas rotas, en tormentosa fatiga, en crónico y cerval tedio. Para mí, vivir era más que el acto como tal, era más bien como experimentar una guerra que no terminaba nunca. Estaba ahíto de constantes enfrentamientos internos, harto del absurdo que me envenenaba sin remedio y en el cual me sumergía, frustrado de no representar algo más que una simple helada en el gélido y tétrico invierno donde sabía que mi única salvación sería la muerte.

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Llegué a la conclusión más tragicómica en aquella noche de agonía: el mundo estaba diseñado para cierto tipo de personas, abundantes como la miseria. Sí, para aquellos materialistas, injustos, sumisos, adoctrinados, esclavos del dinero y carentes de todo sentido; indudablemente, para aquellos con el alma comprada.

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Esclavo de todo lo que aborrezco, prófugo de lo que aprecio y asqueado de la realidad como si se tratase de un vicio imposible de dejar: así era mi humanidad, triste y completamente carcomida.

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Tú que dices que vives, no apreciarías tu muerte seguramente. Tú que crees que existes, no te refugiarías en tu mente si estuvieses inerme.

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Estamos tan hambrientos de existencia que no nos percatarnos de que hacemos todo para alejarnos de ella.

Encanto Suicida


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