¡Qué aburrido era despertar! Luego, siempre más de la misma basura: desayunar, lidiar con el tráfico, llegar a la oficina, soportar a las personas, trabajar y trabajar, comer, volver a trabajar, volver a lidiar con el tráfico, regresar a casa y, finalmente, hacer cualquier cosa sin sentido para rellenar la tarde-noche. Después, los fines de semana fingir que me interesaba embriagarme, pasar tiempo con amigos y pretender que todo estaba bien. ¡Qué aburrido era todo cuando lo único que quería era desaparecer y llorar! Sí, llorar hasta asquearme de ello y luego de eso más nada… Nada salvo solo ahogarme en mi propia miseria y dejar que el anhelo suicida me consumiera hasta hacerme olvidar lo ridículamente absurdo y doloroso que era existir.
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Cualquier clase de sueño o meta carecía de todo sentido para mí desde que daba por hecho que mi existencia, siempre solitaria y tremendamente inútil, no era sino un infinito homenaje al vacío.
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Entonces me cuestionaba qué pruebas tenía realmente de que mi vida podía tener o no un sentido. Y no, no tenía ninguna a favor ni en contra, pero el problema estaba en mi mente pesimista, en mis nulos deseos por realizar el más mínimo esfuerzo. Si no se me hubiese concedido la existencia, entonces ¡sí que conocería lo que es la eterna felicidad!
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¡Qué triste pensar que alguna vez creí tener una mínima oportunidad de ser feliz en esta existencia nauseabunda! Indudablemente, me engañé a la perfección; fragüé quimeras que terminarían por trastornar mi endeble cordura. Y mi corazón, cansado ya de tanto dolor, se detuvo finalmente. Y mi alma, aterrada de haber existido sin razón, se desintegro para siempre.
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No había nada que indicara que yo tenía que vivir. Esa era la realidad que tanto me empeñaba en negar, pero que, invariablemente, tuve que aceptar para mi espíritu aniquilar.
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Día tras día, siempre con el mismo peso de una vida sin ningún sentido, siempre divagando entre fantasmas y dilemas carcomidos, siempre deseando solamente la muerte para evadirme eternamente de todo lo que nunca había querido: existir.
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El Halo de la Desesperación