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El Réquiem del Vacío 34

A veces, ya no sabía si era mejor o peor sentirme como me sentía; mas cada día era una confirmación mucho más brutal de que seguir viviendo era un tremendo y triste error. Y salir las calles era tan espantoso que hasta consideré la posibilidad de no volver a relacionarme con nadie ni a interactuar nunca más con mi entorno. ¿Con qué fin haría esto? Siempre estaría, de cualquier manera, solo y atormentado por las voces en mi cabeza… Mi locura parecía compaginarse a la perfección con mi infernal melancolía y con todas las insensatas ensoñaciones de las que alguna vez fui prisionero. El escape se halla todavía demasiado lejos, en un punto al cual me resulta imposible siquiera acercarme sin que se desfragmente mi corazón envilecido por el odio y la desesperanza extrema. No importa qué mecanismo use para intentar huir de mí mismo y de la horrible pseudorealidad; tarde o temprano sé que seré arrastrado de nueva cuenta al abismo donde las sombras devoran la luz y donde la desilusión es la única posible verdad. Tan inconcebible es la miseria cotidiana que me apabulla, y tan insoportable me es ya aparentar una sonrisa detrás de la cual se esconde únicamente un feroz anhelo de colgarme esta misma noche sin que nada más importe.

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Lo mejor que se puede hacer es abrazar el vacío, dejarse dominar por él y abandonar toda posible esperanza… Solo así, y no de ninguna otra forma, es que se puede alcanzar un probable estado de mínima benevolencia en una existencia tan abrumadora como esta. Ecos de angustia y lamentos de amargura que se originan en los inmarcesibles laberintos de mi alma, ahí donde el sufrimiento siempre se regenera y donde la agonía no conoce límite alguno… Fuera, empero, no es nada diferente; las ilusiones del caos mastican mi mente y ahogan mi voz. En ellas se desvanece toda mi energía, así como el escaso ánimo con el que trato de mantenerme en pie. Nada nunca tuvo sentido, pero al menos antes era mucho más placentero mirarse en aquel sombrío espejo y pretender que sí. En aquel entonces creía que el amor podía salvar a un condenado de su atroz miseria, de su demencia inextricable; erré el camino y terminé por hundirme más profundamente de lo esperado. Por desgracia, hoy sé que cualquier elemento del exterior siempre terminará por abrumarme y hastiarme demasiado pronto. Mis huesos se quiebran y mis latidos disminuyen; casi como si algo en mí implorase por estar muerto, mientras inexplicablemente y en contra de todo pronóstico sigo todavía aquí.

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El destino no existe, lo único que existe es el cúmulo de nuestros humanos deseos por trascender, gobernar, subyugar y controlar lo incontrolable: el caos del absurdo. Hay tanto que nunca sabremos, pero ¿qué importa ya? Somos incapaces de sacrificarnos, porque solamente queremos ser amados en plenitud. A lo largo de la historia, ¿qué ha significado nuestro trivial e insignificante parloteo sino el entretenimiento de los dioses? Y, sin embargo, aún me considero indigno de toda muerte; indigno de todo aquello donde sé podría hallar un mínimo consuelo o una explicación menos mortal. Mentiría, asimismo, si no te dijese cuánto te pienso todavía; quizás incluso hasta te siga amando sin importar las fatales consecuencias de todos mis delirios contigo. No tengo ningún anhelo de seguir respirando, ninguna razón para continuar en una existencia anodina como esta que no hace sino producirme náusea e infinito malestar. Después de todo lo dicho y hecho, ¿resulta concebible esperar un poco de compasión o algo de luz en el universo de la oscuridad impertérrita? Mi halo está desfalleciendo y mi sangre caliente abandona mi cuerpo ahora frío; las argucias y los axiomas se entrelazan más allá de lo que cualquier perspectiva podría ilustrar… Todo fundirá a negro muy pronto, derrumbando por fin las infames tinieblas que siempre me impidieron alcanzarte y amarte con espíritu fulgurante.

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Probablemente, amo demasiado el mundo en su forma más pura. Me refiero a las plantas, los animales, las nubes, el sol, la luna, las estrellas, los árboles, los bosques, etc. Lo que no soporto en absoluto es al ser humano; ya que su falsedad, cinismo y arrogancia sobrepasan los límites. Ojalá pronto sea exterminada tan execrable especie y que nadie vuelva a recordar jamás que alguna vez existió algo así. Entonces el mundo será bello sin esa aberración en él y podrá al fin decirse que existe la felicidad. Pero divago estúpidamente, me autoengaño demasiado todavía y no me percato de que este mundo está acabado. No cabe esperar otra cosa que no sea más corrupción, guerras y pánico sin fin; ¡esa es la cruda verdad! Cualquiera que todavía conserve el más mínimo ápice de esperanza no puede ser sino un bufón o un patético peón más adoctrinado que el resto. Finalmente, no puedo olvidar que para mí la vida no ha sido sino una lóbrega humillación; una catarsis de destrucción que nunca terminaré de comprender ni apreciar. Y es que no es que no pueda, es que no quiero. Ningún perdón sería jamás suficiente para mí, mucho menos si todo esto es tan solo un sueño demente dentro de una consciencia avanzada cuyo eterno capricho es nuestro tormento inmaculado y sombrío.

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Ya no me quedaba tiempo, en verdad que no. Todas mis opciones estaban agotadas, todas mis balas habían sido disparadas y todas mis batallas habían sido en vano. Al final, pensaba con amargura, todo lo que he sido y por lo que he luchado carece de importancia. Mi tumba, sin importar qué, estará al lado de la de cualquier otro imbécil cuya vida fue de lo más inútil. Y mi muerte, desde luego, será igual de irrelevante que la suya… Quisiera saber más acerca de mí mismo y de las sombras que parecen rodearme, ¡no es posible! Creo que he fracasado, que he hecho demasiado daño a mí mismo en la cúspide de mi inaudita desolación. La soledad es siempre algo que exige más de lo que da; que nos arranca de las grotescas telarañas del mundo para obligarnos a mirar más a fondo en nuestro propio infierno. Tal vez por eso nadie puede soportarla por mucho tiempo y huye con indecible agitación a los aposentos de cualquier vulgar compañía o insustancial doctrina. No los culpo, porque hasta yo mismo he experimentado un sangriento deseo de hacer lo mismo cuando peor he sido atormentado. Así pues, quizá yo esté equivocado en esto y en todo; mas no puedo pensar de otra manera ni sentirme menos muerto que vivo. Y es que creo que la soledad, el encanto suicida y la agonía de ser son los únicos medios para rozar eso que se dice es la verdad. En última instancia, quien no busca su propia destrucción, reafirma con ello todo lo grotesco y vomitivo que impera en esta anómala dimensión. Cualquiera que evite la soledad o que busque fuera de sí mismo respuestas, casi con toda probabilidad estará abrazando los reconfortantes brazos del mayor sinsentido cósmico. Y ahí, me parece, es donde radica el gran engaño.

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El Réquiem del Vacío


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