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Encanto Suicida 08

Los humanos son bárbaramente adictos al sexo, pero no con la persona que creen amar; resultará siempre mucho más atractivo sexualmente alguien detestable y a quien se pueda humillar sin límites. Este es un principio de la sumisión indefectible en el ser, del eterno trastorno sexual-existencial que siempre habrá de descomponer el supuesto amor humano en una gama casi imposible de englobar de contradicciones e impulsos irreprimibles. No bastarían las teorías actuales para explicar este síntoma, pero vemos fragmentos suyos por doquier: la infidelidad es casi tan popular como el homicidio en nuestra sociedad actual. He ahí dos grandes conceptos evitados constantemente, pero que rigen e ilustran a la perfección lo que aún hoy en día, con toda la ciencia y tecnología, termina por denotar a la esencia humana en su espectro más profundo.

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Abandonarse a uno mismo es la única manera en que se puede realmente amar a alguien. Solo en este controvertido estado de autodesprecio y omisión del autoestima es que un mono podría llegar a amar a otro mono sin importar condición espiritual, económica o social. El deleite producido en la mente del amante, empero, nunca es el mismo que en el amado. Queda por resolver cuál es los dos está más engañado y enloquecido por la explosión de emociones atípicas y delirantes que siempre acompañan este estado suicida: el enamoramiento. Aquí es donde empieza el verdadero tormento, la idolatría de lo humano y el anonadamiento de la consciencia ante lo incontrolable y desconocido. Un sinfín de posibilidades que al fin se determinan, que imponen su irresistible voluntad a los designios del destino y que, casi siempre, terminan ocasionando un choque mental que, quizá, solo puede ser superado por la muerte.

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Confiar, creer y amar a otra persona es, sin duda, experimentar el morir antes de suicidarse. ¿Quién podría confiar actualmente en aquello que está dominado por los vicios y las pasiones del alma, en una naturaleza tan contradictoria como la humana? Somos seres enclaustrados en cuerpos que solicitan placer y dolor en la misma proporción. No queremos aceptar que pudiéramos pasarnos la vida entre una infinita agonía si al instante pudiésemos experimentar una alegría igual o mayor. Nos aburriría con bastante rapidez y facilidad besar siempre las mismas bocas, consumir siempre los mismos entretenimientos y experimentar todo el tiempo un éxtasis sexual o suicida sin que un suspiro de eternidad se asome en ellos. Y cada paso que creemos dar a nuestro favor es más bien un retroceso en el laberinto de la mente universal, pues nunca se puede avanzar lo más mínimo sin antes haber matado una parte de nosotros en el proceso. Y muchos, si no es que todos, estamos más que poco dispuestos a morir un poco cada día; aunque ello implicase nuestra evolución hacia lo perfecto y divino, preferiríamos siempre tener la opción de volver a hundirnos en nosotros mismos: en nuestra temporal e imperfecta miseria.

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No hay algo en el mono que, pasando la utópica magia del enamoramiento, le impida ser infiel; serlo es aceptar la esencia más intrínseca, admitir y entregarnos a lo que somos en el oscuro mundo interior del que constantemente buscamos escapar. Así como el suicidio, el homicidio y demás conductas que se condenan absurdamente en la actualidad, la infidelidad es otro de los elementos que determinan en profundidad la quintaesencia del ser. Negar esto sería negar algo de lo más fundamental y colocarse una máscara más en el teatro de lo ridículamente inmaculado. El amor nunca es amor si no está acompañado del deseo, sea permitido o no, porque si no entonces no sería amor, sino egoísmo en su estado más puro. Cuando aceptamos la posibilidad de seguir amando y, pese a todo, seguir deseando mil cosas y personas más, podemos también acercarnos a algo más real que todo lo que hasta ahora se ha intentado construir mediante doctrinas funestas e ideologías que reprimen lo irreprimible.

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El infiel no es aquel que engaña a otro, sino el que pretende engañarse a sí mismo para negar la condición más natural que atormenta su espíritu. ¡Cuán poco hemos comprendido aún en este siglo de la verdadera naturaleza humana! Resulta increíble que actualmente todavía tantos tontos se engañen al respecto y prometan cosas que ni siquiera podrían cumplir por más de un corto tiempo. Pero recordemos, asimismo, que el ser es el amo de la mentira y que adora cobijarse con ella el mayor tiempo posible. Esto le brinda una falsa sensación de paz, le hace olvidar que solo él es responsable de sus acciones y que no existe una fuerza que busque con suficiente voluntad imponerse a su libre albedrío. En todo caso, uno podría ser infiel todo el tiempo o nunca; esto no es lo esencial en sí. Lo más importante es desnudar nuestro yo detrás de todos los atavíos inmundos y en todas las perspectivas posibles; pues casi siempre lo sexual y lo existencial están más ligados de lo que se cree y puedan hacernos aprender más que cualquier sermón en un templo o una bonita sentencia en un libro arcaico.

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Cuando el mono parlante recurre al amor, lo hace más por necesidad y deseo carnal que por un sentimiento puro y sublime. Y es que, en última instancia, resulta cuestionable en demasía por qué deberíamos aceptar la funesta compañía de otra persona si no es solo para fornicar y, consciente o inconscientemente, reproducirnos. Tanto el macho como la hembra buscan, en el fondo, lo mismo. Es casi un capricho implícito en la existencia, algo contra lo que no se puede luchar por largo tiempo, porque siempre termina por trastornar la mente y por debilitar la moral. Y, cuanto más se busque reprimir el impulso sexual que nos define como entidades carnales, más probablemente es que este converja en formas mucho peores y en parafilias no muy lejanas al mayor de todos los horrores. El ser es siempre algo detestable, pero, a veces, cuando esto se lleva al límite, hasta el diablo termina llorando. Y, ciertamente, nos podría sorprender hallar lo más malvado, dentro o fuera de nosotros, como algo que ya no nos sobresalta tanto.

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Encanto Suicida


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