La voluntad de un supuesto Dios, como tantos patéticos creyentes no se cansan de afirmar, es solo la muestra más fehaciente de la ignorancia humana en su más pura esencia ante los incuantificables sucesos que no logra entender ni mucho menos controlar. Ante la incertidumbre y la desesperación que tanto nos aterran, el mono tuvo que idearse algo para no volverse loco gracias a sus infinitas limitaciones y concepciones poco convincentes; y ese algo terminó por converger en uno de los mayores mecanismos de control social, destrucción emocional y lavado de mentes hasta la actualidad: todo tipo de religiones, doctrinas, cultos y, ¡cómo no!, sus cómicos desvaríos místicos mediante los cuales han impedido el progreso de esta raza lóbrega a lo largo de su infame y absurda existencia.
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Si un tal Dios hecho a la medida humana existiese, no tendría que ninguna necesidad de recibir banal adoración por parte de sus nefandas y repelentes creaciones, sino tan solo un extraño respeto por su inmensa indiferencia y cruenta escabrosidad. Resulta inconcebible que en el mundo actual todavía imperen tantas supersticiones, doctrinas y creencias que contribuyen al ensombrecimiento de la auténtica luz y verdadera sabiduría. ¿Qué importa, en todo caso, si existe o no una entidad divina y superior? Si no acaba con la maldad, el sufrimiento y la angustia del mundo, tal deidad termina por ser solo una humana y execrable quimera.
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Ocasionalmente, el mono se vuelve loco cuando se cuestiona la existencia de un ser divino y creador. Y es así porque simplemente la existencia de tal deidad implica una contradicción; de hecho, la más inquietante e irresoluble de todas. Al fin el cabo, ¿realmente importa saber esto? Primeramente, debería cuestionarse la existencia misma y nuestro papel en ella, si es que hay alguno, antes que delirar con creaciones de nuestra mente adoctrinada y desesperada. Porque sí, solo en la más sórdida y ruin desesperación es cuando el mono mira al cielo e implora (¿a quién?) por consuelo, ayuda o solución a problemas o situaciones que han sido su propia culpa y de las que, claramente, no quiere hacerse responsable ni mucho menos plenamente consciente.
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Lo único que había conseguido al vivir había sido llenar mi ser de un dolor eviterno y de una tristeza tan flameante que quemaba mi interior a cada instante. De ahí en fuera nada más; solo agonía, desesperación y náusea. ¡Qué harto estaba ya de todo y de todos, de mi vida en especial! Lo único que añoraba era que todos me dejaran en paz, que nadie volviera a importunarme con sus conversaciones superfluas ni a interrumpir mi hermosa y poética soledad.
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La existencia es ya en sí algo demasiado triste y miserable, algo que debemos experimentar totalmente en contra de nuestra voluntad. Sin embargo, mientras no poseamos la fuerza y sabiduría suficientes para suicidarnos, seguiremos irremediablemente padeciendo sus absurdas imprecaciones a cada infernal instante… Y, de hecho, lo más probable es que cada vez las cosas se tornen peor; que la desesperación de existir aumente tanto que la vida y la muerte nos parecerán ambas una absoluta y eterna tortura.
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Encanto Suicida