No quiero saber si será la pertinente melancolía quien invoque el lienzo con el cual he de vaciar los disparos en mi cabeza, o si entonces estaré mucho más allá de la miseria en la que he existido como para que me importe tan banal experiencia. Hoy sé que tus palabras ya no se escucharán más aquí, que tu silueta solo fue producto de la esquizofrenia y el cansancio que la soledad plasmó con sublime talento en mi destrozada alma. Asimismo, me percato de que las plantas se habían secado desde que desapareció el idílico canto, desde el día en que cediste ante el encanto de otro paisaje con mayor tiempo y mejor disposición al cuento de este derruido complot virulento. Quizá fue lo mejor, tal vez solo fue una entelequia demasiado embriagante, pero falsa, la que nos unió por tan efímero tiempo. No obstante, jamás olvidaré todo lo que me hiciste sentir por dentro; todas las palabras tan bellas que tus sibilinos labios plasmaron con insigne encanto en mi corazón desesperanzado.
Ahora sé que se ha derrumbado absolutamente el extraño y endeble paraíso al que aparentábamos pertenecer en el atardecer tornasolado y el estío del viento dorado. Te has ido más rápido que el falso placer en este sinsentido existencial y no puedo, aunque quiera, lamentarlo, llorar o apesadumbrarme. Una indiferencia más que infernal emana de mis putrefactas entrañas y de mi carcomido corazón ya no brotan más sentimientos ni emociones que puedan hacerme sentir que aún estoy vivo. Pues el miedo se quedará por siempre plasmado en cada maldito rincón de mi mente, imposible será que desaparezca el maravilloso lienzo de infames mentiras con el cual te encargaste de atrofiar mi lúgubre razón. Pero lo más irónico de todo es el hecho de haberte creído, de realmente haber creído que eras diferente al resto de la humanidad. Yo mismo, ciertamente, tampoco lo soy; y por eso me mataré esta noche con el único fin de no continuar reafirmando la falsedad en la que me siento atrapado.
Te odio y te odiaré cada día hasta mi muerte, acaso hasta hoy… Sí, sé que dije que solo la indiferencia reina, pero creo que me equivoco. O no sé, pero mientras se termina este patético cigarrillo y me derrumbo en la mesa, rasgando los nostálgicos poemas que serían solo para ti, se incrementa infinitamente la insana repulsión… ¡Maldita sea, todo es gracias solo a ti! ¡Qué asqueroso fue besarte y fingir que podría amarte después de que otros labios me reemplazaron aquella maldita tarde! Aún recuerdo que estaba tan asustado, que no dejaba de temblar y que no podía aceptarlo. Creía ilusamente que sería para siempre, que un ser al que orlé equívocamente con las más sublimes cualidades no podría de ninguna manera hacerme tal daño. Pero ¡qué engañado estaba entonces! ¡Aún lo estoy, joder! Pues es indudable que le di todo mi amor a un ser tan repugnante como tú, a la única persona que haría añicos mi triste y desolado corazón. Ni hablar, todo terminará esta noche… ¡Adiós, mi eterno e imposible amor!
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Repugnancia Inmanente