La misma existencia que a tantos les fascina es también la misma que tanto nos abruma, consume y destruye a otros, pues el simple hecho de existir es un acto de constante querella en contra de algo desconocido, poderoso y atemporal que siempre terminará por conquistarnos hasta que no quede nada en nuestro interior, si es que alguna vez hubo algo. Luego, sin importar si queremos o no fenecer (al igual que tampoco importó si queríamos o no nacer) deberemos hacerlo y, con ello, bajar el telón de una ominosa tragicomedia más que no será recordada nunca más por nadie; muchos menos por un muy poco probable existente dios.
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Entiendo por qué el pesimismo, pese a ser más bien una perspectiva sumamente realista de la existencia, siempre se ve como algo negativo, puesto que la gran mayoría de estúpidos prefieren engañarse con cualquier clase de absurda doctrina, ridículo credo o creencia barata antes que aceptar la cruda verdad; la cual es que aquello a lo que tanto nos aferramos y de lo que tanto nos enorgullecemos no es sino una ignominiosa burla existencial. Nosotros mismos en sí somos meros bufones en un ridículo teatro donde la ignominia, la crueldad y la miseria conforman casi todos los guiones.
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De hecho, la forma en la que se desarrolla el mundo, la vida y hasta la existencia misma es sumamente espantosa y repugnante; tanto que, a veces, me parece increíble como podemos continuar como si todo estuviera bien e, incluso, esperar ilusamente que las cosas mejoren. Es casi como si estuviéramos totalmente cegados o como si fuésemos unos necios ignorantes que se niegan a vislumbrar el infernal conglomerado de miseria, ignominia y sinsentido en el que nos encontramos más que imbuidos y por el que somos consumidos cada vez de formas más siniestras y sutiles. Encima, algunos insensatos, en la cumbre de la estupidez, se atreven a proclamar que la vida es bella y que debemos sentirnos agradecidos por experimentarla. ¡Que el diablo los mastique sin parar entre sus afilados dientes y que los vomite eternamente!
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No importa cuán especiales creamos que somos o seremos, al final siempre terminaremos siendo solo un patético engranaje más de esta inmunda maquinaria existencial; ya sea vivos, locos o muertos.
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Todos aquellos pobres diablos que afirman sentirse felices o contentos con esta sacrílega y miserable existencia no son sino unos idiotas conformistas que, con muy poco, han decido darse por satisfechos. Es casi como si, incluso aunque la vida los pateara una y otra vez, ellos seguirían aferrados a su deplorable necesidad de lamer el pie que los violenta sin piedad. Pobres criaturas indefensas e ignorantes, tan perfectamente adoctrinadas para no cuestionar, no reflexionar y, en última instancia, no ser.
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Infinito Malestar