¡Qué equivocadas y engañadas están hoy la mayoría de las personas! Todas sus creencias, ideologías y reflexiones no son sino basura, porquería e infamia. Me repugnan sus miserables percepciones y la manera tan nefanda en la que se esparcen como moscas en la mierda. Las detesto a todas y a cada una de ellas, tanto o quizás incluso más de lo que me detesto a mí mismo. Me parece intolerable que una raza tan ominosa como la humana prosiga ensuciando este hermoso planeta, pero ¿qué podría yo hacer? A lo más, podría acabar conmigo y ya. ¿Cuándo, entonces, se acabará el mundo? ¿Hasta cuándo este sacrilegio existencial continuará recreándose en su infinita agonía y su insoportable depresión? La realidad es un continuo sinsentido de putrefacción física, mental y espiritual.
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La culpa, pese a lo que podríamos creer, no es sino lo más sagrado que podemos experimentar en esta ilusoria realidad. Así pues, la culpa es un regalo divino y un hermoso murmullo de muerte y renacimiento. Solo ella puede hacer que aspiremos a ser nuestro mejor yo, a que erradiquemos de nuestra esencia todo rastro de inmunda humanidad y que nuestros pies ya ni siquiera rocen la suciedad propia y del mundo. Si no existiera la culpa, no habría nada que hiciera que el ser evolucionara, pues la culpa es el elíxir del cual nuestra alma se envenena y se regocija al mismo tiempo; es el camposanto donde nace y muere cada uno de nuestros actos, delirios o pensamientos.
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El arte de morir solo puede ser apreciado por aquellos que han decidido no conformarse con ningún tipo de falso arte ofrecido por las patrañas de la vida. Por aquellos poetas-filósofos del caos cuyas almas, pese a todo, permanecen intactas y yacen lejanas a los dolores y las vicisitudes de esta onerosa pseudorealidad. Y es que ¿cómo no añorar la muerte con cada partícula de nuestro ser cuando todo en la vida nos parece demasiado insípido, tremendamente superfluo y sumamente abyecto? La muerte es vida para nosotros, pues es el único suceso que se sitúa por encima de la incertidumbre y el caos. De cualquier otra cosa, teoría, persona o situación se puede dudar, excepto de una cosa: la muerte.
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Cada vez le veo menos sentido a seguir aquí, cada vez todo se torna más absurdo y patético. Y lo único que sí aumenta son los deseos de abandonar este cuerpo, este mundo y esta realidad. No dejo de pensar ni un solo instante en la muerte y hasta sueño que muero cada noche. ¿Por qué debe ser así? ¿Por qué debemos existir así? ¿Quién o qué nos ha impuesto este castigo? Odio admitirlo, pero ya no veo ningún otro camino que no sea el suicidio y ¡quién sabe si con eso pueda poner fin a mi eterna agonía existencial! Me gustaría creer que sí, pero ya todo es posible. Lo único imposible es continuar así: abatido, deprimido y en pleno éxtasis de melancólica ebriedad… ¿Qué más me queda? Si ya tan solo la bebida, las mujerzuelas y la literatura me hacen olvidar por unos momentos lo ridículamente siniestro y contradictorio que es seguir viviendo añorando cada vez más el estar muerto.
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Las redes sociales son la prueba definitiva de que la estupidez humana sí es más grande que el universo. En ellas, en esa nueva capa de la pseudorealidad, podemos encontrar todo tipo de ignominias matizadas como verdades; la mentira y la verdad se distorsionan a tal punto que resulta casi imposible diferenciarlas. La desinformación parece devorar a la verdad de tal modo que ya nadie se interesa genuinamente por corroborar, dudar, analizar o reflexionar. ¡Qué fácil resulta hoy en día creer que algo es la verdad solo porque cualquier pobre diablo con fama, poder o dinero así lo ha dicho! Debo decirlo sin más tapujos: la humanidad está acabada; no hay ya razones para evitar su lúgubre extinción. Y no sé si antes tampoco las hubo, pero sé que hoy no las hay y podría casi asegurar que en el futuro tampoco las habrá.
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Creo que rendirse no es el acto de un cobarde o un perdedor, sino de un ser sumamente sensato que ha entendido que de nada sirve luchar contra algo imposible de vencer: el caos existencial y todas sus ofensas hacia nosotros. Nuestra voluntad y amor palidecen ante los devastadores tentáculos de la pseudorealidad, esos que siempre saben inmiscuirse en todo lo que hagamos, pensemos o digamos. No importa quién seas, a qué te dediques o en qué creas, la pseudorealidad sabe todo esto y más de ti y de todos. Ella te conoce incluso mejor de lo que tú mismo te conoces, por ello posee la capacidad de irte destruyendo poco a poco. La libertad es solo un concepto que muy probablemente desaparecerá en breve, ya que a nadie le interesa ni la busca. La humanidad actualmente es una mísera sombra, una aberración andante y divagante en el absurdo y las tinieblas del olvido. ¡A nadie debería asombrarle entonces que mañana mismo esta atroz locura terrenal finalice sin más!
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Infinito Malestar