En realidad, la mayoría de las veces, lo que creemos que es la vida no es sino un ciclo de personas sumamente tontas (como para entender que el suicidio es lo mejor) obligándose a repetir las mismas absurdas acciones una y otra vez hasta el hartazgo. Viéndolo así, la vida es entonces solo un patético ciclo del que no podemos escapar y donde cualquier cambio, tarde o temprano, terminará conduciéndonos a la misma agonía. Así pues, ¿por qué no matarse mejor? ¿Para qué seguir con tan ridículo y monótono ritual del que nunca obtendremos nada bueno ni trascendente? Pero aquí seguimos, invadidos por miles de mentiras y entelequias que no hacen sino alimentar nuestro recalcitrante narcisismo humano. Más confío en que algún día las cosas cambiarán, aunque quizá no para bien nuestro. Nuestra destrucción será el comienzo más bien, el idílico comienzo de una nueva especie de seres que habrán aprendido de todos nuestros errores y fracasos, y que, completamente superiores a nosotros en todo sentido, sentirán náuseas de todo lo que nosotros hemos sido.
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Cada vez me asquean más las personas y más rápidamente, de verdad que sí. ¡Qué horrible es la humanidad y todo lo que de ella se desprende! Y este mundo debe ser el infierno o lo más cercano a ello, no tengo ya dudas de ello. No cabe duda de que todos debemos morir ya sin importar raza, país o religión. Todos los seres humanos que habitamos este triste planeta somos la misma escoria: meros egoístas sin remedio, preñados de una ambición sin sentido y destinados a morir en la más absoluta irrelevancia. Creer otra cosa sería el acto de un necio que no ha conocido en su más íntima esencia la execrable naturaleza humana o que está aún más engañado que la mayoría. De estos pobres diablos no puedo sino desternillarme y compadecerlos, pues su estupidez se ha apoderado de ellos sin que siquiera lo hayan notado.
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Lo más gracioso es que cada vez las personas se vuelven más imbéciles de lo que ya eran, y eso parece hasta reconfortarlas o liberarlas. Es casi como si hundirse en la miseria fuera justo lo único que saben hacer o aquello para lo que fueron creadas. Al menos sus vidas tiene un miserable propósito en el contexto donde ser ignorante e inútil es una bendición. ¡Qué lástima me da esta raza de títeres carnales! Ojalá algún día alguien de verdad alguna inexistente deidad suprema se proponga terminar con todo esto y extinguir de manera definitiva a tan vomitivas marionetas. O sino, cuando menos que les abra un poco la mente a ver si con eso pueden asomarse un poco por encima del fango en el que se hallan sumergidos con un placer inaudito.
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Curiosamente, en este mundo retorcido la mayoría de nosotros somos meros esclavos de la pseudorealidad y moriremos en tal estado. Y, si lo reflexionamos, toda nuestra vida se enfoca principalmente en dejar de ser esclavos para ser los esclavistas. A esta repugnante forma de vida se le llama “metas” o “sueños” y es a lo que aspiran las personas desesperadamente. No solo por el tema económico, sino por el tema psicológico de disfrutar ese efímero placer proporcionado por hallarse temporalmente en la cúspide del sistema piramidal que impera. Sea en una empresa, en una organización, en una religión, en una institución o demás, el ser siempre aspirará al insulso poder de gobernar sobre otros; ¡cuando ni siquiera puede gobernarse a sí mismo! Nuestra civilización actual es un chiste y, como tal, debemos reírnos de ella hasta que una de estas carcajadas sea escuchada por la muerte. ¡Ay, ojalá nuestra humanidad y todas sus locuras pudieran silenciarse con un suspiro del más allá en un tiempo que está más allá de nuestro entendimiento y razón!
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Se suele predicar el amor a la familia, especialmente a los padres, como si se tratase de alguna especie de culto que debemos rendir de modo obligatorio. Pero no, la verdad es que no. No tiene ninguna lógica rendirnos ante este ominoso adoctrinamiento. Además de que, en gran cantidad de casos, los progenitores no son ni siquiera algo grato. Y, si somos más drásticos, son los culpables de nuestra agonía. Así pues, deberíamos mejor detestarlos y buscar la manera de hacerles pagar por el grave delito cometido al engendrarnos en contra de nuestra voluntad. Si lo pensamos mejor, ellos nos despojaron de nuestra libertad existencial cuando cometieron el oneroso pecado de engendrarnos sin nosotros haberlo deseado. El inconveniente de haber nacido entonces se torna en nuestra directriz y en aquello que nos marcará hasta la muerte. ¿Para qué vivir una vida en las sombras y cuyo único posible final es la oscuridad total? No se entiende esta experiencia carnal, simplemente parece un transitorio sufrimiento que, ciertamente, pudo haberse evitado de manera sumamente simple.
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Creemos que las cosas van a cambiar para bien, pero esta es una actitud de lo más ridícula y estúpida. En realidad, lo que creamos o queramos ni siquiera importa. Pero resulta tragicómico que siempre esperemos lo mejor en una existencia demasiado caótica que, orquestada por el dios azar, a veces hasta pareciera tener tintes desafortunados ante nosotros de manera consecutiva. Mas estamos tan programados para actuar mediante un optimismo fútil que ya ni siquiera nos importa si la existencia nos escupe en la cara, pues de muy buena gana estaríamos dispuestos a recibir dicha saliva y hasta agradecer por ello. Basta mirar a todos los patéticos seguidores de alguna doctrina, quienes no se cansan de rasparse las rodillas y dirigir plegarias inútiles hacia el contaminado cielo o el inexistente personaje al que tanto invocan y al que parece serle totalmente indiferente esto. Eso por citar uno, porque, al fin y al cabo, cada uno se autoengaña a su manera y con lo que más le gusta. Y eso, según me parece, es la mejor habilidad del cerebro y el mecanismo de defensa que tenemos ante el implacable desierto del sinsentido absoluto en el que naturalmente nos vemos arrastrados día con día.
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Infinito Malestar