Los días continúan su ritmo absurdo, su constante palpitar ahíto de blasfema insustancialidad. Las personas prosiguen con la monotonía de sus existencias, malgastando su dinero, comprando cosas que realmente no necesitan, consumiendo comida basura y embriagándose en algún antro por las noches. Continúa la reproducción aciaga de esta raza adoctrinada y vil. A pesar de todo, el mundo sigue en pie, aunque sería mejor que estuviera en ruinas. Esta sociedad no tiene nada que ofrecer, nada por lo que valga la pena permanecer vivo. Y cada nuevo ser que viene a este mundo es tan solo un engranaje más de este ciclo horrible y tragicómico. Mas los humanos no lo entienden, no pueden percibir la miseria en la que se suspenden sus pobres e infectas mentes. Quizá si por obra divina de algún mundo les fuese posible vislumbrar más allá de la superficie, se cortarían las venas inmediatamente. ¡No hay esperanza, el vahído es inminente y el agua devorará la pestilencia terrenal!
Nuevas corporaciones surgen y buscan el control del mundo mediante productos nocivos. Los mismos gobiernos intercambian el temporal poder sobre la gran mayoría de monos, embolsándose la mayoría de las ganancias y perpetuando este sistema inicuo. Intereses oscuros prosiguen manejando, cual títeres, a los supuestos líderes que el pueblo democráticamente cree elegir. Todo el mundo parece ir en la misma dirección: hacia la perdición. Y hasta es un milagro que la vida aún no se haya extinguido dada la inmanente característica de destrucción en la naturaleza humana. Yo sigo orando porque eso ocurra, porque se termine ya este mundo que parece más una prisión que otra cosa. El sonido de un arpa me reconforta, pero realmente es curioso, pues ya nada me importa. Los débiles latidos de mi corazón pronto habrán cesado y aquel jardín de flores muertas será el sitio donde me lamentaré de cada sueño roto y anhelo devorado.
Cansado y aburrido, fastidiado de escuchar las mismas noticias constantemente, vuelvo a mi deprimente habitación. Se ha terminado otra semana más de lo mismo: una existencia sin sentido. Tan solo trabajar hasta la muerte con pequeños lapsos de felicidad simulada. La medicina ya no la tomo, pues en nada me ha ayudado. Sigo deprimiéndome sin remedio, persiguiendo quimeras que en la realidad solo son fábulas de viejos libros; releo poesías que nunca volverán a ser orladas con las rosas negras de los ya fallecidos. El mundo humano está más que podrido, todo es un asco. Las personas están acabadas y sus aspiraciones me producen solo vómito y lamentación. ¿Para qué existir en este lugar? ¿Por qué existe este mundo corrompido? No hay respuestas, no hay soluciones, no hay ya nada… En fin, tan solo hay algo que ahora quiero y persigo: el encanto suicida. Solo en sus labios he de estrellar los míos y, con el impacto producido, quiero desintegrar todo lo que he sido y conocido.
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Melancólica Agonía