En realidad, la vida es solo una blasfema constante de sufrimiento-aburrimiento; siempre estaremos columpiándonos entre estos dos estados predominantes sin importar lo que hagamos o creamos. Sí, desde luego que habrá muchos otros, pero su convergencia, tarde o temprano, será inexorablemente alguno de estos dos. Al fin y al cabo, resulta inevitable no enloquecer o entristecerse cuando contemplamos plenamente la imposibilidad de un bienestar más allá de lo efímero y de una felicidad más allá de lo humano.
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En última instancia, si la existencia no ha sido hecha para el ser, ¿por qué este debería permanecer en ella? Es decir, si solo se existe para sentir dolor, ¿por qué no dejar de hacerlo? ¿Es tan grande nuestra estolidez que no nos permite vislumbrar que la muerte es nuestra única salvación? ¿Qué tanto debemos agonizar todavía antes de aceptar que no pertenecemos a esta realidad y que nuestros sueños están más allá de lo que este mundo enfermo puede ofrecernos?
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Dentro de toda la porquería que abunda en esta repugnante existencia, debemos dar las gracias porque exista algo tan magnífico como el suicidio. Sin él, el caos sería sempiterno y el sufrimiento infernalmente delirante.
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Si no existiera la muerte, el ser sería, con toda seguridad, mucho más absurdo, estúpido y ruin de lo que ya es. No quiero ni siquiera imaginar algo así, porque de hacerlo me deprimiría todavía más y probablemente ya ni siquiera tendría ganas de matarme.
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“Desde luego que la existencia carece de todo sentido, solamente un loco pensaría la opuesto.” Fue lo que explayé mientras aquella caterva de tontos a mi alrededor me decían loco y mientras en mi mente sus intestinos adornaban mis ideas.
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El presente es todo lo que tenemos y es, asimismo, nuestra mayor tortura. El presente se desvanece demasiado pronto, tanto que podemos decir que nunca ha existido. Esa es la auténtica paradoja existencial: la de centrarnos en algo que, de hecho, ni siquiera existe. Tal vez por eso buscamos tan desesperadamente en el pasado o en el futuro un poco de realidad, un poco de verdad, un poco de felicidad…, aunque los resultados sean incluso peores.
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La Agonía de Ser