Incluso si me quitaras la vida, no solo no te culparía ni te odiaría por eso, sino todo lo contrario: te seguiría amando y, muy probablemente, te amaría todavía más que estando vivo. Y es que amarte en la muerte se ha convertido en mi mayor delirio, en la psicótica obsesión que acaso terminara por destruirme, pero ¿qué me importa si a cambio de eso significa que podremos amarnos lejos de esta lóbrega y malsana pseudorealidad?
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Cuando se está muerto por dentro, no importan las estratagemas que se usen en el exterior para intentar traernos de vuelta a la vida, pues todas fracasarán irremediablemente. Lo mejor será, entonces, desprendernos por completo de lo único que nos impide morir de verdad: este vomitivo y humano traje. Una vez libres de él y de todas sus nefandas necesidades, entonces quizá podamos ahora sí comenzar a descubrir quiénes somos en realidad…
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¿Quién soy? Esa es tal vez la pregunta más inquietante que nos podemos hacer en lo que concierne a nosotros mismos, aunque, al igual que con la existencia, tristemente tampoco obtendremos resultados muy favorables. De hecho, lo más seguro es que terminemos incluso más confundidos que antes de habernos planteado tal cuestión. Pero ¿qué es la existencia sino precisamente un caótico mar de confusión, incertidumbre y dolor?
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Prometí amarte incluso más allá de la muerte, y es por eso por lo que hoy, tras haber reído con fervor en tu funeral, pienso unirme a ti de inmediato. ¡No hay tiempo que perder! ¡Rápido, debo hacerlo ya! Tomo la navaja y la sostengo con cierto recelo, todo mi ser se tambalea en un último alarido de autocompasión y negación… ¡Se incrusta el filo, la sangre brota abundantemente y desfallezco! Pero te sigo, sigo el sonido de tu voz y la silueta de tu alma… Te sigo hacia un mundo mejor, hacia nuevo amanecer en el más allá donde podré volver a refugiarme entre tus brazos una vez más…
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¿Cómo podías esperar que continuara respirando sin ti? Era tan absurdo tal escenario, tan poco conveniente proseguir sin tu resplandor en una vida que siempre odié… No me culpes por haberlo hecho tan pronto, porque resistí lo más que pude. Pero todo ha terminado ya, ¿no es así, mi eterno e imposible amor? Te miro ahora desde la opaca lejanía, atravesada por colores extraños que no distingo ya… Sí, me maté unas semanas después de tu muerte; pero te juro que la culpa no fue de ninguno de los dos, sino tan solo del más críptico deseo de amor. ¡Te colgaste el día de nuestra boda! ¡Y ese día también murió todo lo bueno y hermoso en mi interior!
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Desasosiego Existencial