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La Agonía de Ser 50

Todas las vidas son un desperdicio, ninguna es especial ni valiosa. Por eso, lo mejor sería habernos ahorrado todo este martirio existencial y no haber existido jamás. Ni siquiera sabemos desde el comienzo por qué tenemos que vivir o para qué, tampoco tenemos indicios de cuál será nuestro final o cómo deberíamos actuar en nuestra estancia en este mundo insano. Estamos a la deriva, enclaustrados extrañamente en una experiencia de lo más contradictoria y desconcertante; pero creyendo que algo o alguien nos diseñó y que somos el centro del universo. ¿Puede haber disparidad más grande entre el delirio del mono y su triste realidad?

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No solo la humanidad es patética, miserable y estúpida, sino que encima de todo eso tiene el atrevimiento de ser malvada. ¿Puede haber razón más evidente que esta para deducir que la extinción de una raza tal es más que necesaria? ¿Quiénes se opondrían si no los mismos miembros de tal aberración? Pero ¿qué hay de todo lo no humano? Si los animales, las plantas y objetos pudieran hablar, ¿no resulta obvio que odiarían a la humanidad y estarían sumamente agradecidos de su más que pertinente extinción? El planeta entero, si pudiera expresarse, estoy seguro de que suplicaría porque la especie humana, mejor dicho, el parásito humano, cesase su repugnante esparcimiento y se convirtiese en polvo cósmico para siempre.

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Solo los humanos creen que la humanidad debe seguir existiendo, pero, más allá de eso, no existe ningún punto de comparación para dictar un veredicto. De hecho, resulta un tanto cómico e ilógico, pero también natural que sea así, pues el humano, sin importar cuan vomitivo y ruin pueda llegar a ser, preferirá continuar existiendo miserablemente antes que aceptar su indispensable aniquilación total. El ser está hecho solo para la muerte, pero se aferra patéticamente a la vida porque cree que en ella hallará algo que algún día podrá llenar el inmenso vacío que impera en su deprimente y malgastado interior.

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El verdadero asesino, aquel que aspire al nivel de homicida sublime, no debe centrarse en la destrucción física/corporal de su víctima. Y que no se malinterprete esto, desde luego que lo físico/corporal debe pulverizarse por completo. No obstante, previo a esto y mucho más importante resulta la destrucción psicológica y, si cabe el término, espiritual de la víctima. Solo después de haber demolido por completo estos últimos, entonces sí se procede, como cereza del pastel, con la destrucción absoluta de lo físico/corporal. Cualquiera que se diga asesino y que no emplee dicho procedimiento, no estará obteniendo el máximo provecho de sus divinos actos homicidas.

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No cabe duda de que uno de los mayores placeres, por cierto, muy pocos en esta funesta existencia, es el producido por la desdicha y el sufrimiento ajeno. Aunque tristemente el ser, en su infinita hipocresía e ignorancia, jamás aceptará esto como no acepta el sinsentido de su patético andar. Mientras no seamos nosotros los afectados, ¿qué diablos nos importa la desgracia ajena? Inclusive, la disfrutamos y la deseamos consciente o inconscientemente; de ahí que el mundo en su esencia más pura sea un continuo de sufrimiento y aburrimiento donde simplemente no podemos estar tranquilos siendo quienes somos y sin perturbar a otros.

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La Agonía de Ser


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