Si vivir no tenía sentido, ¿cómo podía mantener tan ardientes esperanzas en la sibilina esencia de la muerte? Debía ser yo un loco o un mendigo, o quizá solamente alguien para quien vivir se había tornado en un inexplicable martirio. No sé, pero desde mucho tiempo atrás ya nada me interesaba y no tenía deseos de relacionarme con nadie; ni siquiera conmigo mismo. ¿Por qué diablos es que todavía respiraba yo? ¿Por qué había nacido para empezar? ¿Quién había sido yo durante todos estos años? ¿No había sido solo un impostor que se había divertido con todo tipo de ilusiones y máscaras a través de las cuáles había pretendido siempre ser algo que no estaba a mi alcance entender? ¿Qué era el tiempo? ¿Qué era la vida? ¿Qué era la muerte? ¿Qué era el destino? ¿Qué era el yo? Y casi siempre, cuando me hacía estas preguntas, permanecía mirando al cielo toda la noche hasta que el amanecer me devolvía a la triste y fúnebre realidad.
*
No esperaba nada de la vida, por eso mismo no me explicaba por qué aún permanecía en ella. Quizá porque así somos los humanos: nos acostumbramos a vivir y hasta creemos que tan absurdo acto tiene un sentido, aunque al final no sirva para nada y solo terminemos más tristes y locos que al comienzo.
*
¡Qué absurdas eran todas las actividades y palabrerías humanas! Y ¡qué miserable y funesta era la percepción de aquellos engendros cuyos únicos placeres eran el sexo, el poder y el dinero! Pero así era la humanidad en mayor o menor medida, así era existir en este mundo pestilente y así era, supuestamente, vivir. Lo que no comprendía era por qué yo había sido enviado aquí si, ciertamente, nada me atraía ni me importaba. Quiero decir, nada de las cosas que a los humanos tanto atrapaban y encarcelaban en barrotes invisibles y prisiones sutilmente confeccionadas para no lucir como tales. En fin, debía volarme los sesos cuanto antes o, sino, corría el grave peligro de contaminarme y cometer el acto más irracional alguna vez concebido: aferrarme a la vida.
*
Toda esta falacia llamada pseudorealidad caerá algún día… Entonces se revelará la verdad suprema en cada uno de los corazones maltrechos y en cada uno de los espíritus atormentados. Los símbolos luminiscentes se apoderarán de la noche, la sangre hervirá hasta evaporar la execrable esencia humana y la muerte vendrá para abrir la puerta que al vacío eterno nos conducirá irremediablemente. Nada se podrá hacer para evitar el indispensable descenso a los infiernos menos horadados y cuyos aromas mejor nos han embriagado todo este tiempo. Mas seremos nosotros los delatores ante la crueldad del retorno y ninguno de nuestros insulsos sermones servirá de pretexto para enmendar la irónica perversidad que siempre esparcimos mientras en vida nos carcomíamos lentamente.
*
Me pregunto si el hecho de querer matarse es en realidad una enfermedad. Porque, para mí, se ha vuelto más como un vicio; más como una forma de sobrellevar lo absurdo de la existencia. Y no creo que esto sea algo negativo en sí, sino todo lo contrario: se ha convertido en una fuente de profunda inspiración que nada más de este mundo horripilante y absurdo podría conferirme. Yo mismo he lamentado todos los amaneceres desde que el sol no se ríe conmigo y las persianas se baten de sangre en convergencia de fieles y decadentes testigos. Hago caso omiso de todas las habladurías y me obsesiono con el delirante fulgor de la realidad no conocida; no obstante, al instante me percato de mi aciaga inutilidad y de mi ruin intrascendencia. Luego solo lloro sin parar y me retuerzo en aquel altar donde la inmolación deberá suplantar al hermoso aleteo del águila concomitante. ¡Oh, si pudiera entonces desmaterializar cada fantasía y componer cada uno de mis lamentables versos!
***
La Execrable Esencia Humana