Quien nunca se haya enamorado con locura y se haya obsesionado sin remedio, no conoce la sensación más cercana a estar atrapado entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre el cielo y el infierno. La incertidumbre y la desesperación que se apoderan del alma en tal estado, estoy seguro, no tienen nada que ver con las cosas de este mundo insulso.
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Solo la destrucción absoluta podrá purificar la repugnante manera en que la humanidad ha sido adoctrinada para olvidar la búsqueda del inefable conocimiento a cambio de la mayor falacia de todas: la pseudorealidad y sus perversos e infinitos mecanismos de manipulación mental, física y espiritual.
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Sí, era un hecho: el nivel de adoctrinamiento que abundaba en la sociedad había sobrepasado los límites… Tanto que las personas adoraban y defendían aquello mismo que los esclavizaba diariamente; y amaban, desde luego, aquello que tanto los envilecía. El mundo humano, así pues, era solo un funesto y absurdo teatro donde los títeres estaban muy a gusto en su papel. Y, curiosamente, entre más ignorantes eran, más complacidos se sentían en su putrefacta miseria.
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Aceptaré que el mundo es un lugar hermoso para vivir el día en que no existan religiones, gobiernos, corporaciones, bancos y demás basura. Y también cuando deportistas, cantantes, actores y demás ridículos no sean alabados ni ganen millones. Pero sé que ese día jamás llegará, porque este mundo es solo la culminación de un nefando accidente que busca únicamente el control de las masas para el enriquecimiento de los poderosos y sus derivados.
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Este repugnante mundo es y será la sacrílega consagración del nuevo orden donde los poderosos serán eternamente reyes mientras los miserables aceptarán ser eternamente esclavos. De hecho, tal situación es inminente y nada se puede hacer para evitarlo. De ahí que lo mejor, ahora y siempre, será desvanecerse cuando el ocaso haya sido devorado por las tinieblas de la oscura y lóbrega realidad.
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La Execrable Esencia Humana