Quien nunca se haya realmente enamorado, no conoce la sensación más cercana a estar atrapado entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, entre el cielo y el infierno. La incertidumbre y la desesperación que se apoderan del alma en tal estado, estoy seguro, no tienen nada que ver con este mundo insulso. ¡Ay, si tan solo fuera posible arrancarse el corazón en un segundo y arrojarlo muy lejos con un solo movimiento!
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Solo la destrucción absoluta podrá purificar la repugnante manera en que la humanidad ha sido adoctrinada para olvidar la búsqueda del inefable conocimiento a cambio de la mayor falacia de todas: la pseudorealidad y sus perversos e infinitos mecanismos de manipulación mental, física y espiritual. Mas todavía no hemos llegado a tal nivel de introspección para comprender que todo lo que creemos como propio no es sino una grotesca imposición del sistema. E, incluso aquello que más amemos, eso mismo será lo que terminará por destruirnos en nuestra prisión invisible.
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Sí, era un hecho: el nivel de adoctrinamiento que abundaba en la sociedad había sobrepasado los límites… Tanto que las personas adoraban y defendían aquello mismo que los esclavizaba diariamente; y amaban, desde luego, aquello que tanto los envilecía. El mundo humano, así pues, era solo un funesto y absurdo teatro donde los títeres estaban muy a gusto en su papel. Y, curiosamente, entre más ignorantes eran, más complacidos se sentían en su putrefacta miseria. No valía la pena salvarlos ni siquiera intentarlo; para ellos, era pura locura lo que para nosotros era la pura verdad.
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Aceptaré que el mundo es un lugar hermoso para vivir el día en que ya no existan religiones, gobiernos, corporaciones, bancos y demás basura. Y también cuando deportistas, cantantes, actores y demás ridículos peones no sean alabados ni ganen millones. No obstante, sé que ese día jamás llegará; porque este mundo es solo la culminación de un nefando accidente que busca únicamente el control de las masas para el enriquecimiento de los poderosos y sus derivados. ¡Mejor convertir todo en un gélido desierto! ¡Mejor que las llamas ardientes del infierno consuman cada partícula de esta pseudorealidad hasta que no quede rastro alguno de lo que fue su estúpida y repugnante esencia!
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Este repugnante mundo es y será la sacrílega consagración del nuevo orden donde los poderosos serán eternamente reyes mientras los miserables aceptarán ser eternamente esclavos. De hecho, tal situación es inminente y nada se puede hacer para evitarlo. De ahí que lo mejor, ahora y siempre, será desvanecerse cuando el ocaso haya sido devorado por las tinieblas de la oscura y lóbrega realidad. Y nosotros, desde luego, esfumarnos en el cerúleo vapor desprendido por las guerras inocuas y los encuentros inusitados del caos y la nada. ¡Nada tenemos que hacer aquí ya, este mundo está acabado!
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La Execrable Esencia Humana