Tal vez somos menos comparados con ellos (los siempre felices esclavos de la pseudorealidad); sin embargo, nosotros tenemos las tres cosas que nos harán triunfar en el apocalipsis de la última revelación: amor inmanente, espíritu de muerte y, sobre todo, la gran verdad proveniente del abismo de la eterna contradicción que anula cualquier esperanza en nuestro corazón: sabemos que todo esto es solo una ilusión.
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El cambio verdadero significaba renunciar a todo aquello que conocíamos como civilización y, asimismo, derribar de una vez por todas, desde la base, esta asquerosa y corrupta pseudorealidad que hemos sido obligado a aceptar desde nuestro oneroso e innecesario nacimiento. Sé que ha pasado bastante tiempo desde que ellos, los impostores, han reinado, pero es ya momento de despertar y entender que el dinero, el sexo y el poder no significan nada; es el espíritu el que debemos procurar al máximo y es nuestra propia sombra a quien debemos iluminar. La verdad, de existir, debe hallarse en nuestros corazones y no en los absurdos influjos del exterior.
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Es tiempo de escuchar la voz de nuestro interior, de seguir la divinidad de nuestro corazón y de entender que no habrá otra manera de obtener nuestra libertad sino únicamente destruyendo todo lo que impera actualmente. Y, una vez enterrado todo lo que hoy es, vendrá la purificación y la construcción de un mundo nuevo a nuestro modo; uno donde no existan el dinero ni la manipulación, donde todos podamos ser auténticamente libres y disfrutar del amor, la paz y, sobre todo, de la verdadera razón por la cual estamos aquí: la evolución. Aunque, a veces, me deprimo al concebir la sórdida imposibilidad de tales ensueños; no hay marcha atrás, la maquinaria de mentiras y entelequias debe seguir funcionando hasta que alguien o algo tenga el valor de extirparla desde la raíz.
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Si no destruimos antes todo lo que hoy existe sin sentido alguno, no servirá de nada crear un nuevo mundo, pues las mismas raíces siniestras que hoy han contaminado la vida volverán a envenenarlo todo de modo ineluctable. Y entonces reinarán nuevamente la miseria humana, la absurda necesidad de gobernar a otros y la infame obsesión por lo más terrenal. Quizás esto ya ha acontecido previamente y el tiempo es solo un ciclo de infernal e impertinente desdicha del cual, ciertamente, no podemos escapar.
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Seremos menos los que habitaremos ese nuevo mundo ahíto de paz, verdad y dulzura, pero seremos suficientes; seremos los que estaremos dispuestos a purificar nuestro ser de esta vomitiva y actual humanidad. La pseudorealidad habrá entonces de desmoronarse ante el apocalipsis del sol negro y nuestras almas serán finalmente liberadas de todas las cadenas que nos atan a este plano absurdo y nefando para convertirse en majestuosas alas de fuego y amor. Mas antes de todo esto resulta imprescindible el absoluto desprendimiento de cada errónea concepción y falsa ideología ante las cuales hemos doblegado nuestro verdadero yo. Solo entonces podremos, acaso, vislumbrar la puerta onírica en el monte de los escombros luminiscentes; ahí es donde gritaremos hasta que nuestras gargantas revienten y donde lloraremos hasta que nuestras propias lágrimas nos inunden.
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Crear un mundo perfecto tal vez está muy cerca de nuestras posibilidades; lo único que debe hacerse es tomar la decisión de seguir la inefable voz de nuestra alma que suplica hambrienta de verdadera esperanza y refulgente libertad. Y, en esta búsqueda incesante por construir un paraíso ilimitado, nos percataremos de que muchos, acaso casi todos, debemos ser incinerados en las translúcidas penumbras del abismo eterno. Un nuevo mundo surgirá y su luz no tendrá fin, mas nosotros no podremos ya contemplarlo ni atisbarlo. Nosotros moriremos mucho antes del comienzo, pues nuestra miseria es, de hecho, lo primero que será erradicado antes del gran despertar.
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La Execrable Esencia Humana