Nadie entenderá nunca nuestra atroz tristeza, nuestra recalcitrante soledad, nuestra sempiterna melancolía… Son solo nuestros, están solo en nuestra alma sangrante; incrustados ahí en lo más profundo, en ese abismo interminable donde nunca nadie podrá mirar y el que ninguna luz podrá jamás iluminar. ¿Para qué? ¿No son la luz y la oscuridad solo percepciones siempre relativas y sujetas al observador? Así como el bien y el mal son solo actos puros y ambos contribuyen a mantener el equilibrio en la existencia, pero de una manera tan intrincada y entretejida que simples mortales como nosotros jamás podríamos comprenderlo… ¿No es el arte lo más sublime a lo que podemos aspirar, incluso por encima de la magia, el misticismo y la espiritualidad? Quizá la expresión “por encima” sea incluso una irónica queja, puesto que tal concepto únicamente tiene sentido si lo definimos en una realidad tridimensional y limitada como esta. ¿Qué sabemos nosotros? Ni siquiera sabemos de dónde venimos ni quiénes somos, menos podríamos comprender las sarcásticas insinuaciones del destino ni los sinuosos y relampagueantes ecos de lo eterno.
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A veces, no sé si debería preocuparme de las nulas ganas que tengo de relacionarme con las personas o si simplemente sea esto la inevitable consecuencia de existir en una realidad que no podría resultarme más aciaga e irrelevante. ¡Qué más da! Cualquiera que sea la causa o la explicación, ¿acaso importa saberla? Eso no cambiará que la humanidad me cause infinito malestar y profunda náusea a cada momento; que alucine con asesinar a todos esos imbéciles ignorantes de maneras exquisitamente sublimes, hasta divinas… Sí, que tome la navaja y descuartice su miserable existencia en tantos fragmentos como mentiras han creído hasta ahora. Mas todo esto, bien lo comprendo, solo puedo imaginármelo en mi mente trastornada por la vida; quizás hasta me produzca cierta satisfacción llevarlo a cabo algún día, pero tampoco creo que quiera arruinar así mi ya trágica esencia. Además, ¿habría algún ser en este mundo putrefacto y estúpido que mereciera morir por mis manos? Aparte de mí mismo, no creo que absolutamente nadie merezca que lo mate; aún les falta bastante para alcanzar tal nivel.
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Mi problema era quererte, ese era mi maldito problema… ¡Mi único problema, en realidad! Y, por ello, gran parte de mi vida se fue al carajo, pero no me importó; como tampoco me importaría morir por ti si eso implicara quererte y amarte eternamente. Y, si con mi muerte puedo consagrar tu divina adoración, entonces quisiera morir un millón de veces y dedicarte todas mis muertes solo a ti. No eres un dios todavía, pero yo en tu alma puedo atisbar rasgos de ello; sí, de esa perfecta mezcolanza entre el bien y el mal; aunque estos no sean en sí más que meros símbolos humanos tratando de desenmarañar lo inextricable, lo que yace mucho más allá de la razón y hasta de los sueños… En esa espiral hacia la que seremos irremediablemente atraídos algún día, allí donde el tiempo y el espacio ya no pueden tener efecto alguno sobre nosotros y donde el infinito y la eternidad se adhieren al hermafroditismo de la entidad divino-demoniaca en la que nacen y mueren todos los destinos posibles.
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Tal vez lo normal sea sentirse triste y solo; tal vez la felicidad no sea sino un estado efímero e incierto con el que solo podemos soñar en muy raras ocasiones… ¡Ay, demasiado rápido se esfuma siempre y sin nuestra más mínima consideración! ¡Qué tormento, qué agonía, qué vida tan inexplicablemente nostálgica! Un poco más, sin embargo, es lo que casi siempre nos mantiene… Sí, un poco más de tiempo, de amor humano, de lágrimas oscuras; un poco más de esa efímera felicidad que solo nos puede proporcionar el inmarcesible roció de las bocas y el místico intercambio de miradas. Para mí, haber alucinado con mis labios y ojos entre tus piernas y tu sudor ha significado algo por lo cual podría aceptarlo todo en adelante. ¿Cómo olvidar algo así? ¿Cómo olvidar aquellos paseos en el parque mientras ambos disolvíamos nuestra tragedia y sufrimiento agarrados de la mano? Y en ese entonces, ¡cómo te amaba! Aunque creo que ahora te amo todavía más, precisamente porque ya no estás más… ¡Ahora te amo con toda la fuerza del pasado que siempre trastorna infernalmente! ¡Ahora te amo con toda la melancolía de mi corazón y la fatalidad del tiempo! Sí, de ese tiempo que ambos aniquilamos durante aquellas tardes de verano en las cuales creíamos que ni la muerte podría separarnos y que ni la eternidad podría bastarnos para amarnos de tan obsesiva manera. De eso, ¡vaya paradoja!, no queda nada ya… Tú te colgaste al poco tiempo, yo no sé por qué todavía existo; ¿por qué no me atrevo todavía a ir contigo si para mí ya nada tiene sentido aquí? Lo único que me aterra es la idea de que, tras haberme suicidado, puede que tu recuerdo se disuelva y que nuestra conexión solo sea una olvidada y siniestra obra de lo que ya jamás podrá volver a ser.
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Los sentimientos y no los pensamientos son los que nos hacen sentir vivos cada cierto tiempo, aunque también sean los que siempre terminen por condenarnos y, a veces, por matarnos. ¡Mejor que así sea, mejor que muramos esta misma noche y no otra! Ya demasiado tiempo hemos pasado parapetados en las sombras de nuestra aflicción divagante, en los recovecos de este laberinto llamado mente. ¡Y cómo nos atormentamos con tantos dilemas existenciales, con todas las probabilidades que siempre tienden a infinito! ¿Qué es el tiempo, por cierto? ¿Existe fuera o dentro de nosotros? Sabemos que nos afecta, que nos gobierna y nos desfragmenta lentamente… Pero ¿dónde está en sí? También los números, ¿no son abstracciones que no podemos tocar sino solo imaginar y usar? ¿Qué podría entonces ser definido como realidad y qué no? Si, al fin y al cabo, parece que los impulsos de nuestra cabeza terminarán por conectarnos de cierta manera al holograma que parecemos habitar. Y en el centro de todo esto, como si no fuera suficiente, tenemos que vivir por obligación y morir de igual forma. Quizás entonces no valga la pena saber nada, sino solo experimentar el suceso y ya; solo dejarse caer con dulzura y ternura en ambas bocas y deleitarse con el mágico sabor de su contenido. Un beso y nada más, tan breve y bello que al instante que empieza se está terminando ya… ¡Puede que así sea este ensueño o desvarío del caos que intentamos tan desesperadamente atrapar para no sufrir más sus tragedias!
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Mi relación con Dios es simple: ni yo lo molesto a él ni él me molesta a mí. Y con el diablo tampoco tengo nada que ver, aunque me parezca un poco más tolerante… Sí, tolerante, sensato y justo. Quizá ambos mienten todo el tiempo, porque la mentira es siempre indispensable si se quiere mantener un conjunto de criaturas que no se maten demasiado rápido. Esto también es un elemento indispensable en la dimensión que habitamos, ya que de otra manera lo intolerable de la situación terminaría por desgarrar el tiempo y corromper el equilibrio. Yo les preguntaría a esos seres más allá de toda humana razón: ¿se diviertan con nosotros o todavía necesitan experimentar un poco más? Y puede que, en realidad, nos amen tanto que nos permiten una cierta libertad siempre condicionada a los designios de esa fuerza extraña que opera tras bambalinas y que siempre adornamos con la palabrita casualidad. Nuestra arrogancia, empero, es solo equiparable a nuestra ignorancia; ambas son los pilares que nos sostienen y sin los cuales, quizá, ni siquiera valdría la pena lo más mínimo. Aun con eso, ¿lo ha valido? ¿Lo valdrá? Supongo que responder a eso está más allá de nuestro alcance… Al menos podemos aún enloquecer, eso ya es un inefable consuelo en nuestra impertérrita penumbra de desdicha y sufrimiento espiritual.
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Lamentos de Amargura