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Lamentos de Amargura 11

Aparecí aquí en esta aberrante y trágica dimensión humana, aunque sin haberlo deseado en absoluto. Y estoy destinado también a irme de aquí, aunque en realidad ni siquiera sé si eso es lo que quiero. Solo sé que mejor sería nunca haber nacido para nunca tener que morir; que mejor sería nunca haber conocido nada de esto ni a nadie, porque así, me imagino, sería yo infinitamente más feliz. ¡Oh, la tragedia de la existencia! ¡Oh, qué rápidamente olvidamos todo lo que podría brindarnos un consuelo temporal! El amor no es sino la fusión de todos los impulsos posibles, algo que tiene la capacidad de sacarnos por unos momentos de la pesadilla que habitamos con tanta agonía. Experimentamos la vida, pero no sabemos por qué ni para qué. Y no sé si saberlo sería incluso peor o si serviría de algo; lo cual no deja muchas opciones a nuestro favor. Es natural que no nos guste pensar en estas cosas, que nos arrojemos ilusamente hacia las falacias que durante tanto tiempo nos han mantenido cegados y esclavizados. Algunos incluso mueren en tal estado, absolutamente ignorantes de la más mínima reflexión y del caos supremo que necesariamente se debe atravesar como un puente hacia el paraíso. ¿Volveremos ahora la mirada hacia los laberintos donde aúllan las sombras y se desintegran los sueños del ayer? ¿No es el tiempo también un cruento desvarío cósmico que aflige ilógicamente nuestra ilusoria consciencia terrenal? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Por qué siempre huimos de nosotros mismos como si fuésemos extranjeros de nuestro destino? Nunca rasgaremos el velo así, solo conseguiremos reforzar las cadenas que nos mantienen presos en este pandemónium de aparentes contradicciones y funesto aturdimiento.

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Confío en que nosotros, los espíritus demasiado libres, somos lo suficientemente sensatos como para no creer en tonterías místicas y/o religiosas. Y, al final, terminaremos riendo y filosofando juntos en el infierno… ¡E incluso eso será mucho más sublime que cualquier cielo repleto de idiotas sin sentido del humor! ¿Quién estará en el infierno, así pues? Según esto, encontraremos ahí mujerzuelas, borrachos irremediables, crápulas incorregibles, apostadores, filósofos, pecadores, blasfemos, asesinos, adúlteros, etc.… ¡Para mí, esto sería lo más parecido al cielo! Por otro lado, ¿quién estará en “el cielo”? Respuesta inmediata: aquellos que nunca tuvieron la capacidad, sagacidad y fortaleza para pensar por ellos mismos y que, en su lugar, se sometieron absurdamente a una supuesta divinidad; misma que no fueron capaces de encontrar en ellos mismos. ¿Por qué alguien sensato querría pasar “la eternidad” con estos patéticos y sumisos peones? Resulta, además, poco creíble que un Dios tan humanizado como el que se han inventado exista tan solo para salvarlos de su estupidez sin límites y para castigar a cualquiera que pueda encontrar salvación de otra manera que no sea bajo su mandato cruel e impío. Mas naturalmente, aquel que nunca ha podido hallar en su interior algo bello, inefable y valioso, estará condenado a divagar en el sinsentido de las múltiples entelequias de la pseudorealidad que exprimen el alma, la mente y las emociones en una vorágine de insensata depravación existencial. ¡No, mil veces no! Nosotros también buscamos integrarnos con la máxima divinidad, con el principio supremo del cosmos, pero no de ese modo: no siendo inferiores ni superiores, sino iguales. Buscaremos entonces nuestra propia manera de conectarnos con aquello que no puede morir ni siquiera cuando el tiempo colapse y el infinito se desintegre. No sé si lo lograremos, no sé si fracasaremos muchas veces antes de lograr el contacto definitivo, pero sé que, al menos, habremos sido fieles a nuestra esencia y habremos luchado con nuestros propios medios. ¿Puede haber algo más valioso que eso?

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Siempre será una mala señal que alguien crea encontrar la verdad en una religión, un gobierno, una persona, una organización o una corporación. Esto sería un síntoma muy grave de enfermedad mental y atrofiamiento del espíritu, de eso que no quepa la menor duda. No solo debemos alejarnos de estar personas a la brevedad, sino que incluso deberíamos expirarlos de la existencia misma, pues claramente seres como ellos están más que acabados y estorban en el camino del ser hacia el superser. Tristemente, esto no es más que una quimera de un personaje que intentó asesinar su propia humanidad y rozar lo divino. Nosotros ni siquiera estamos cerca de tal destino, sino que preferimos hundirnos en la devastación perenne y el peregrinaje hacia el sinsentido absoluto. Nuestra esencia está más que pisoteada y es constantemente absorbida por todo tipo de artimañas execrables, por toda clase de maquiavélicos engranajes de los cuales creemos que no deberíamos defendernos. Justamente en los elementos más inofensivos es donde yacen las peores consecuencias para nuestro espíritu atormentado, es donde somos despedazados lentamente sin poder percatarnos de lo lamentable que esto resulta. No hay esperanza realmente, mentiría si dijera que aún creo en algo de este mundo. Y, cuando uno es sincero, tal camino conlleva directamente al suicidio.

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La tonta y triste humanidad está acabada, no se puede esperar sino estupidez y mentiras de cada una de sus obras, actos y palabras. Toda esperanza se ha perdido, todo sueño ha sido desgarrado por la pseudorealidad y ya ni siquiera vale la pena intentar luchar por algo o alguien. Solo nos queda la muerte, así pues; solo ella es nuestra única opción considerando el trágico panorama actual de la sociedad y la casi inevitable senda de perdición y miseria que parece aguardarnos un futuro del cual no podemos sino lamentarnos con todo nuestro ser. ¿Por qué tuvimos que existir nosotros? El mundo es un espectáculo de horrores inenarrables, eso está ya claro. ¿Qué nos importaría? Siempre y cuando nosotros no tuviéramos que vernos forzados a permanecer en esta sordidez gigantesca, ¡que se pudra eternamente toda la creación! Sin embargo, en este caso sí que las probabilidades fueron aniquiladas por los ecos de un destino demasiado sombrío para intentar vislumbrar su final. Fuimos entonces atrapados en esta forma carnal e inmunda llamada cuerpo, que no es sino una lóbrega prisión de la cual no podremos librarnos mientras no estemos dispuestos a fundirnos con el delirante encanto del suicidio. La muerte nos tiene aterrorizados y algunos farsantes han usado nuestros más profundos temores para mantenernos aún más esclavizados de lo normal. Gracias a la incertidumbre producto del cerval y absurdo miedo a la muerte y las cosas del más allá, han surgido toda clase de doctrinas, religiones, cultos, sectas e ideologías que se han apoderado del futuro a cambio de vendernos las más pintorescas y ridículas falacias alguna vez concebidas. ¿Cómo es que hemos caído tan fácilmente en sus ominosas redes? ¿Cómo es que hemos renunciado a nuestra propia semilla divina con tal de aceptar la repugnante salvación que ofrecen todos estos labradores de la ignominia eterna?

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En ocasiones, debo admitir que me resulta demasiado cansado fingir que no estoy loco o que no me quiero matar. Esto, no obstante, resulta indispensable en algunas esferas de la sociedad en las que por mera obligación debemos involucrarnos. Ojalá algún día la locura y el suicidio se normalicen también y, más aún, sean considerados como lo que son: un claro síntoma de cordura y despertar espiritual. ¿Qué más podrían significar? ¿De qué otra manera podríamos entenderlos sino como los místicos emblemas de aquel individuo que sencillamente ya no puede tolerar ni un día más a sus odiosos semejantes y quizá ni siquiera a él mismo? Creo que esto, inclusive, es más que natural; dudo que exista un solo ser que tenga la fortaleza de soportarse a sí mismo más allá de un efímero lapso. De inmediato, tal ser correría a refugiarse en los brazos de cualquier vulgar compañía: mujerzuelas, amistades, familiares o lo que sea. Nadie puede soportar estar a solas consigo mismo por periodos prolongados, pues su incuantificable miseria interna lo atormenta más que su grotesca ignorancia. De ahí que se ha dicho constantemente que somos seres sociables, pero esto es únicamente una estratagema más de la pseudorealidad para mantenernos en el centro de la máxima inmundicia y despersonalización extrema. Mas estamos muy ciegos y somos demasiado humanos todavía para percatarnos de las líneas invisibles que nos manejan a su antojo como viles títeres carnales y esclavos emocionales de siniestras y aberrantes entidades.

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Lamentos de Amargura


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