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Libertad

Los intrascendentes días son una maldita carga que ya no deseo soportar por más tiempo, son ese fatídico lastre que se torna más insoportable conforme mi miseria existencial se incrementa. Ya no sé qué hacer ni a dónde ir; no hay un lugar que sirva de refugio, pues todo es siempre desolación y agonía. Basta ya de mentiras, de tantas estupideces escupidas por las bocas más nefandas, por las de aquellos que se hacen llamar gobernantes y que, cual títeres, aparentan poder frente a las masas. Basta ya de tanta desilusión en este poético cementerio de sueños rotos, en este divino apocalipsis de las tragedias no contadas, en esta exégesis primordial de las desgracias inmaculadas. Todo se torna absurdo y cualquier paisaje es un árido desierto donde estoy conminado a vagar hasta que se desprenda mi magullada alma de este putrefacto cuerpo.

Estoy más desesperado que nunca, más melancólico que de costumbre y más suicida de lo normal. Todo tiende a ello, todas las señales me indican que ya debo cometer el acto más bello, que ya es momento de extirpar de mi carne podrida eso que algunos dicen es el alma, que ya mi espíritu acongojado no debe permanecer en esta realidad gris y deforme. Y sí, quiero hacerlo de una vez por el método que sea, de la manera más rápida y sin importar nada más. Quiero matarme de una jodida vez, sin más preámbulos ni pretextos, sin que nada más influya en mi cruenta determinación. Al fin y al cabo, ¿de qué serviría seguir con vida? ¿Qué caso tiene proseguir en un mundo donde ya nada me importa ni me agrada? Es decir, ¿a quién le importaría la vida o la muerte de un ser tan contradictorio como yo? He fracasado en cada aspecto, he dado lo mejor de mí y de nada ha servido. Mi esencia es solo una aberración que necesita ser exterminada cuanto antes al igual que la de la humanidad entera.

La rimbombante sombra de la depresión no cesa y mi deprimente existencia sigue tambaleándose en una incesante lucha por una supervivencia que, en el fondo, no quiero. Pero es ese maldito instinto el que tengo que vencer, es ese el sagrado umbral que necesito cruzar y entonces ya nada más importará; nada sino solo el suicidio sublime. Sé que tengo que hacerlo, que todas mis reflexiones nocturnas me llevan a ello de un modo u otro. No hay otro camino por recorrer, no hay otra forma de afrontar que esta realidad es el mayor de todos los horrores. No tendría ningún caso continuar respirando, en especial cuando me duele tanto cada nuevo amanecer, cada banal día que tengo que soportarme y soportar a la asquerosa humanidad. Prefiero morir de una vez, prefiero acelerar lo que, de cualquier modo, acontecerá. Y eso es lo que todos deberíamos de hacer: suicidarnos y poner en libertad nuestro verdadero yo.

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Melancólica Agonía


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